La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

jueves, 30 de agosto de 2018

GPS



Hace poco hemos conocido la peripecia de una familia alemana que empleó un total de siete horas en cubrir el trayecto entre Alicante y Tomelloso, un viaje que normalmente se completa en tres. La culpa fue del GPS, que no tenía ni idea de que el ayuntamiento de Minaya había acometido obras, y los tuvo dando vueltas por el pueblo un total de cuatro horas. Los protagonistas llegaron a sentirse como el personaje de Bill Murray en la película Atrapado en el tiempo. Cada vez que pensaban que habían encontrado la salida del laberinto, volvían a toparse con el cartel Bienvenido a Minaya, y vuelta a empezar. Yo recuerdo un par de ocasiones en que he vivido experiencias parecidas. Una vez, en busca de un restaurante, anduve errante por pistas forestales una mañana entera, con una sensación creciente de irrealidad. En otra ocasión, en un trayecto nocturno, mi GPS sencillamente se volvió loco y la pantalla comenzó a mostrarme una especie de vuelo endemoniado en línea recta, un auténtico viaje a ninguna parte. Los GPS se han convertido en la panacea de los conductores desorientados. El problema es que, una vez en manos del aparato, hay quien no vacila en lanzarse en picado por un barranco si el GPS así se lo recomienda. Para colmo, viene equipado con una voz tan perentoria que hace muy difícil ignorarlo, como si quien ocupara el asiento del copiloto fuera una suegra mandona o nuestra maestra de párvulos. Este fenómeno, en definitiva, no es sino una muestra más de la infantilización creciente que vivimos. Siempre es más fácil delegar las decisiones, ponernos en manos de otros, incluso de un aparatejo cuya inteligencia no es mayor que la de una garrapata. El día que el GPS conduzca por nosotros, habremos alcanzado el nirvana de la estupidez.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 11/5/2018

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