La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 5 de mayo de 2018

El ascensor


Una revista norteamericana pidió a un grupo de ciudadanos anónimos que narraran una experiencia en la que se hubieran sentido a las puertas de la muerte. Casi todos ellos relataron enfermedades graves o accidentes de tráfico. Un par refirieron asaltos callejeros en los que les amenazaron con navajas o armas de fuego. Por último, una señora contó un viaje en avión con un motor incendiado que provocó un aterrizaje forzoso. Me dio por preguntarme qué contestaría yo si fuera uno de los entrevistados, y descubrí que carecía de una experiencia similar que relatar. Aunque la perspectiva de sufrir un trance semejante no seduce a nadie, pensé que verle las orejas al lobo, al menos una vez en la vida, no deja de tener utilidad, pues sirve para establecer prioridades y contemplar la existencia con cierta perspectiva. Y entonces recordé un episodio de mi infancia en el que sí estuve convencido de que mi corta vida había llegado a su fin. Debía de tener seis o siete años y bajaba solo en un ascensor. El aparato sufrió algún tipo de avería que le hizo hundirse unos veinte centímetros, lo que me impedía abrir la puerta. Dicen que los críos viven en un presente eterno, y yo lo puedo aseverar a raíz de aquella experiencia. Toqué el timbre de alarma, pedí auxilio a gritos, y nadie acudió. Nadie acudió de momento, quiero decir, pues no creo que tardaran más de un cuarto de hora en liberarme. Pero durante esos minutos, que a mí me parecieron días, estuve completamente convencido de que iba a morir allí dentro de hambre y de sed. Y ahora comprendo que, tal vez, el curso posterior de mi vida quedara prefigurado por aquel trance. A mis 54 años, puede que no sea otra cosa que un niño que grita aterrado dentro de un ascensor.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/5/2018

El maldito artículo


La semana pasada olvidé escribir el maldito artículo sobre el Día del Libro. Ahora comprendo que la omisión no fue tan grave. A fin de cuentas, como nos enseñó Wittgenstein, sobre aquello que no se puede hablar, lo mejor es callarse. Y me dirán que no es verdad, que sobre el libro sí se puede hablar, que todo el mundo lo hace (sobre todo los políticos, al menos una vez al año). Pero los auténticos protagonistas del mundo editorial, cuando hablan sobre el libro, es solo para quejarse, y la gente que siempre se queja acaba aburriendo. Los editores se quejan de los lectores porque no compran los libros que publican, de los autores, que escriben mamotretos que a nadie le interesan, y de las distribuidoras. Los autores acusan a los editores de no publicar Sus Obras, a los lectores de no leerlos y a los libreros por no ponerlos en sus escaparates. Los libreros se quejan de las voraces distribuidoras, de los lectores, que prefieren gastar su dinero en cañas y se bajan los libros gratis de internet, del gobierno, de la ley de autónomos, del precio de la luz, de Amazon y del sursuncorda, si se tercia. Este coro de plañideras profesionales genera tal confusión que al final perdemos de vista lo que verdaderamente importa. El libro sí que tiene motivos para quejarse. Y lo haría si tuviera boca, estoy seguro, pues nunca estuvo peor. Siempre han existido los géneros populares. En el Siglo de Oro, la novela popular nos regaló El Quijote y el Lazarillo. En el XIX, nos brindó a Galdós, a Dumas y a Dickens. En el XX, a Patricia Highsmith y a Ray Bradbury. En lo que llevamos del siglo XXI, las cimas de la novela popular son Dan Brown y las Cincuenta sombras de Grey. Y eso sí que es un motivo para lamentarse.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 27/4/2018

Obediencia


Una de las películas más perturbadoras que he visto es la cinta independiente Compliance (2012), del director norteamericano Craig Zobel. La trama se cuenta prácticamente en tiempo real, sin elipsis ni juegos de montaje, y tiene lugar en un restaurante de comida rápida de una ciudad pequeña. La encargada recibe la llamada de alguien que afirma ser oficial de policía. Una cliente ha presentado una denuncia por un robo ocurrido durante su estancia en el establecimiento. Todas las circunstancias apuntan a una joven empleada como culpable, pero el policía afirma no poder acudir de momento para esclarecer las responsabilidades, por lo que pide la colaboración de la encargada. Ella se muestra conforme y comienza a obedecer todas las instrucciones que recibe del desconocido, presunto policía, a través de la línea telefónica. La primera es que registre el bolso y la taquilla de la empleada en busca de los objetos robados. A continuación, debe obligarla a desnudarse para comprobar que no los lleva consigo. Lo que sigue es una serie de vejaciones, a cuál más absurda y humillante, que la encargada lleva a efecto sin pensárselo dos veces, y la empleada encaja con absoluta docilidad. Finalmente, sabemos que el policía no era tal, sino un impostor que satisfacía su deseo hallando víctimas que obedecieran sus órdenes. «Sonaba tan convincente, tan seguro de sí mismo», declara la encargada a las auténticas autoridades. Las vidas de varias personas, ciudadanos obedientes y respetuosos de la ley, han quedado destrozadas cuando la «broma» concluye. Lo más sorprendente es que la película se basa en una serie de incidentes reales ocurridos en la población norteamericana de Mount Washington (Kentucky). Una alegoría escalofriante, sin duda, de cómo los ciudadanos nos sometemos al poder establecido, por arbitrario e injusto que sea. Someterse siempre resulta más sencillo que rebelarse. Las conciencias se acallan cuando pensamos que alguien está al mando. Preferimos cerrar los ojos y obedecer.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 20/4/2018

Graduación


Oímos con frecuencia el término “inflación académica”, fenómeno relacionado con la llegada masiva de alumnos a la universidad y la degradación del mercado laboral. Cuando yo terminé estudios, una licenciatura garantizaba un puesto de trabajo de calidad. En estos tiempos, sin embargo, los diplomas universitarios se han convertido en láminas decorativas para colgar en la pared. Los nuevos licenciados se ven obligados a permanecer en la universidad para engordar su currículum a base de títulos de postgrado de utilidad también incierta. Paradójicamente, esta devaluación de los estudios ha venido acompañada de una necesidad compulsiva de celebrar cada etapa de un modo más y más pomposo. Mi hijo tuvo su primera fiesta de graduación (con diploma, orla y birrete) cuando terminó el parvulario. Luego, conforme completaba nuevos ciclos, vendrían otras ceremonias, cada vez más exageradas y solemnes. Y, por fin, la madre de todas las fiestas, la ceremonia de graduación, precisamente lo que trae de cabeza a los alumnos de segundo de bachillerato por estas fechas. Quien tenga un hijo de diecisiete o dieciocho años en el instituto lo sabe muy bien. En lugar de preocuparse por culminar con éxito sus estudios, los chicos y chicas se angustian pensando en el modelito que van a lucir en la fiesta de graduación y en el restaurante donde tendrá lugar el desmadre posterior. La presión es tan fuerte que los estudiantes se sienten obligados a embarcarse en esta combinación de pase de modelos y bacanal que son las fiestas de graduación, y que a menudo se convierten en fuente de conflictos, de frustración y de más de una urgencia por intoxicación etílica. Sensatez. Sensatez y mesura, por favor.


Publicado en La Tribuna de Albacete el 13/4/2018

Lonely hearts


Hace unos años sufrí un accidente de graves consecuencias. Acababa de terminar mi casa del pueblo y me encontraba en pleno proceso de acomodarla a mis gustos. Por entonces no se había producido todavía el revival de los discos en vinilo, pero yo aún conservaba una modesta colección que databa de mi adolescencia y de mi primera juventud. En un arrebato de nostalgia, decidí comprar un nuevo plato de tocadiscos con el que pensaba reavivar el recuerdo de aquellos años perdidos. Los discos los coloqué en una estantería de obra que tengo junto a la chimenea. Ese fue el desencadenante del drama. Una noche especialmente fría, la chimenea ardió durante horas, y el intenso calor se transmitió a la estantería adyacente, donde mis queridos vinilos se cocieron a fuego lento. A la mañana siguiente, descubrí con horror que algunos de los más amados habían quedado inservibles. Dire Straits, Led Zeppelin y Pink Floyd parecían haber sufrido las consecuencias de un ataque termonuclear. Pero el más dañado de todos fue el que más me dolió. Se trataba del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, el legendario álbum de los Beatles que cambió para siempre la música pop y también cambió el curso mi vida. Recuerdo un sábado en que nos refugiamos en casa de unos amigos cuyos padres había cometido la imprudencia de irse de viaje. Lo escuchamos tres veces seguidas mientras las botellas se vaciaban sobre la mesa. Durante la última audición, todos cantamos las canciones a coro, ebrios de alcohol y de felicidad, sin una sola preocupación en la vida. Treinta años después, el fuego había destruido aquel momento por completo. La superficie del disco era como la de un planeta arrasado, ni siquiera se distinguían los surcos. Ese día comprendí que hasta los recuerdos más hermosos tienen fecha de caducidad.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 6/4/2018

Últimas voluntades


Ando preocupado con la cuestión de la privacidad en Facebook. Los rumores son inquietantes. Insisten en que la red social almacena mucha más información nuestra de lo que podamos imaginar, y utiliza esa información para su beneficio, sin el menor miramiento por nuestra voluntad y nuestros derechos ciudadanos. He estado trasteando con la configuración de privacidad de la página en un intento de frustrar los oscuros designios del amigo Zuckerberg. No es que la información que he vertido en Facebook sea gran cosa. Tampoco creo que le vaya a interesar a nadie. Pero, a fin de cuentas, se trata de información personal, es decir, mía, y siempre he sido muy escrupuloso con mi propiedad. De este modo he descubierto una opción insólita cuya existencia desconocía. Facebook tiene prevista la contingencia, más que cierta, de nuestro tránsito a mejor vida, y nos invita a designar a un deudo que se ocupe de nuestro perfil social una vez hayamos abandonado este valle de lágrimas. No sé si han oído hablar de los «fantasmas cibernéticos», pero lo cierto es que existen infinidad de perfiles y cuentas de correo que pertenecen a personas fallecidas que se han llevado sus contraseñas a la tumba. He estado pensando mucho en el asunto. Desde luego, no me parece agradable seguir atado a este mundo tras la muerte, aunque se únicamente en forma de electrones rebotando caprichosamente por los recovecos de la red. Por otro lado, se me ha ocurrido que la posibilidad de nombrar un albacea para este fin exclusivo posee ventajas añadidas. Procuraría que se tratase de una persona de toda confianza, y le confiaría un archivo con todas las cosas que me gustaría hacer públicas tras mi muerte, esas cosas que ahora no me atrevo a decir por miedo a las consecuencias. Una especie de pataleo póstumo con el que no pienso dejar títere con cabeza.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 30/3/2018

Ética


No, no me refiero a la asignatura que sustituyó a la denostada Educación para la Ciudadanía, sino a un modo de transitar por la vida que, por desgracia, está cayendo en desuso. Lo comprueba a diario en el instituto donde trabajo. Durante el primer trimestre, cuatro alumnos de primero de bachillerato me entregaron trabajos copiados literalmente de internet. Lo más curioso es que todos ellos cursan un programa de excelencia al que, en teoría, solo acceden los alumnos más capacitados. Cuando les reprendí por su acción, alguno lo negó, lo que puso de manifiesto el pobre concepto que tienen de sus profesores, a los que nos deben considerar tipos indolentes y despistados. Hubo otro que ni siquiera fue capaz de comprender la gravedad de lo que había hecho. Y lo más curioso es que un par de mis compañeros tampoco quisieron darle importancia al asunto. Dijeron que, al fin y al cabo, se trataba de «niños» (son alumnos de bachillerato de 16 o 17 años), que el problema se había limitado a mi asignatura y que no convenía sacar las cosas de quicio. Los resultados de tanta condescendencia se han visto en el segundo trimestre, al constatar que un grupo todavía más numeroso había copiado en los exámenes de varias asignaturas con la ayuda de sus móviles. Pero la campeona de la trampa y pillería ha sido una alumna de 4º de la ESO que usó su teléfono para fotografiar un examen de Física y Química y enviárselo a su profesor de la academia, quien acto seguido le transmitió las respuestas correctas. Quizás la asignatura de Valores Éticos no esté dando los frutos apetecidos. Mejor sustituirla por ideas tan en desuso como la disciplina, la responsabilidad y la necesidad de sancionar estos comportamientos. Esas cosas, hoy innombrables, que antes se consideraban parte esencial de la tarea de educar.


Publicado en La Tribuna de Albacete el 2/3/2018

Invierno


El tiempo apenas da tregua. Al cabo de varias semanas de avatares meteorológicos, ya no sabemos si somos habitantes del mundo real o si nos hemos convertido en entes abstractos a caballo entre dos isobaras. Entes abstractos pero dolientes, resignados a la llegada de la próxima borrasca, que acecha a la vuelta de la esquina para barrer los restos de humanidad que aguantaron tras el último vendaval o el último diluvio. Hasta la actualidad parece desdibujarse. Las inclemencias climáticas han borrado a Cataluña de los mapas. El único mapa que ahora nos importa es el que nos muestra las precipitaciones y las temperaturas de mañana. ¿Podremos salir de casa este fin de semana o seguiremos condenados a una existencia oscura y doméstica? ¿Cuándo va a terminar este tormento de abrigos, de paraguas, de recibos de calefacción que nos dejan la cuenta en números rojos? Escribo estas líneas con las rodillas pegadas al radiador, y temo haberme transformado en un ser de hábitos invernales. Acostumbrado a esta existencia marginal, temo la llegada de ese día hipotético en que el anticiclón asome entre los nubarrones. Quizás sea incapaz de soportarlo y me vea obligado a regresar en busca de la manta y del paracetamol. Nos lo advirtieron y no quisimos creerlo: «El invierno se acerca —nos dijeron—. Temed el día en que el viento llegue aullando desde el norte. Temed a la larga noche, cuando el sol oculte su rostro durante meses y los niños nazcan y vivan en la oscuridad, cuando los caminantes blancos deambulen por el bosque.» Pues bien, aquí está el invierno, aquí están los caminantes blancos. Acabo de encontrarme con uno de ellos en el ascensor.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/3/2018

A la japonesa


Escribo estas líneas en las primeras horas de la mañana del jueves, el día de la huelga, por lo que todavía no sé si la convocatoria habrá calado hondo o si todo quedará en mero testimonio. Ayer, en un telediario, una señora afirmaba que los hombres podemos sumarnos a la huelga siempre y cuando no intentemos acaparar protagonismo (le faltó apostillar «como siempre»). Puesto que soy alérgico al protagonismo, he decidido ir a trabajar. Idioteces aparte, espero que mis compañeras vivan el día como la jornada reivindicativa que es, pues motivos no les faltan. Y si estuvieran necesitadas de incentivos, bastaría con las declaraciones de la ministra Tejerina y de la presidenta Cifuentes, quienes afirmaron que ellas habían decidido celebrar el Día Internacional de la Mujer trabajando todavía con más ahínco, es decir, haciendo huelga «a la japonesa». Hasta al propio Rajoy se le cayó la cara de vergüenza, y no tuvo más remedio que desautorizarlas durante una comparecencia en el Senado. «No me reconozco en esa afirmación que ha hecho algún miembro de mi partido», le aclaró Rajoy a un periodista. Yo, en el fondo, las comprendo. Con un micrófono delante, a esta gente le debe de resultar difícil contenerse y evitar que asome el hocico la bestia parda. Tejerina y Cifuentes van a hacer huelga «a la japonesa» porque se pasan por el arco del triunfo un derecho que los trabajadores conquistaron al cabo de muchos años de lucha y sufrimiento, y seguramente la única herramienta eficaz para conseguir que las cosas cambien. Las clases privilegiadas, cuando quieren alardear de superioridad moral, hinchan el pecho y anuncian que van a hacer huelga a la japonesa, sencillamente porque las huelgas a la japonesa no existen. En Japón, cuando hacen huelga, la hacen igual que en todas partes, vaya.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 9/3/2018

Ciudad tomada


Albacete está en obras. Un ejército de máquinas y operarios ha tomado las calles. Las zanjas y los montones de escombro deforman el semblante de la ciudad como cicatrices en la cara de un boxeador. Dicen que los jubilados se entretienen mirando zanjas (una simple leyenda urbana; en realidad pasan el día trasegando con sus nietos de la mano), pero para los demás esta ciudad se ha convertido en un territorio hostil, peligroso. Un Sarajevo sin francotiradores. Sin duda merecemos mejores aceras, pavimentos sin socavones, canalizaciones de agua más modernas y eficaces. El problema es que, para este asunto de las obras públicas, nuestro ayuntamiento actúa como uno de esos malos estudiantes que se dejan todo el trabajo para el día de antes del examen. Una buena mañana salimos a la calle y ante nuestra casa encontramos una excavadora asestando dentelladas jurásicas al asfalto. Seguimos adelante y descubrimos que nuestro trayecto diario se ha convertido en un laberinto donde el peligro acecha tras cada recodo del camino. Y pensamos que lo más sensato sería evacuar la ciudad y regresar dentro de unos meses, cuando las excavadoras y los camiones se hayan dado por satisfechos y regresado a sus cubiles. Aunque todo tiene sus ventajas. Un amigo que ni siquiera está jubilado me cuenta que la calle Albarderos se ha convertido en una especie de museo a cielo abierto. Las zanjas han revelado almacenes subterráneos llenos de tinajas, aperos y otros vestigios de nuestro pasado agropecuario. No se trata de templos ni villas romanas, pero algo es algo. Siempre he pensado que Albacete es una anomalía surgida entre campos de labranza. Puede que en esa ciudad subterránea que las máquinas han dejado al descubierto se oculten las esencias de esta ciudad. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 2/3/2018

Músicos


Aparte de las navajas y de los poetas del haiku, esta ciudad posee otros rasgos de identidad que conviene recordar de vez en cuando. Uno de ellos es la calidad de los músicos y bandas que han brotado en este erial azotado por los elementos. El periodista musical Juan Ángel Fernández se encargó de refrescarnos la memoria con su crónica El tesoro de Lodares, 30 años de pop albaceteño. El libro se publicó a principios de los 90, y narra la evolución de la música popular desde las orquestas de baile de los 50 hasta la eclosión de bandas roqueras con proyección nacional de «la movida» y la «postmovida». Las biografías de los músicos (incluso las de los músicos de provincias) suelen tener un componente romántico y novelesco que nos fascina, y Fernández dio en el clavo al contarlas con brío y abundancia de detalles. De ese modo supimos de la aventura de los fabulosos Trasgos, el grupo de Juan Rosa el Rana y de Adrián Navarro, que se codearon con lo mejorcito del pop nacional del momento, aunque perdieron su pasaporte a la fama por culpa de la mili y de la incomprensión familiar. Aun así, siguen siendo el referente más prestigioso de bandas que surgieron décadas más tarde, y que sí lograron dar el salto que los catapultó a la vanguardia del rock nacional. Ayer, precisamente, estuve charlando un rato con Adrián Navarro, que ya se ha jubilado como gerente del negocio familiar, pero mantiene intacta su pasión por el rock and roll y las guitarras. Se lamentaba Adrián de que en esta ciudad no quedan apenas locales para tocar en directo, y no le falta razón. Es cierto que una guitarra distorsionada hace mucho más ruido que un poeta recitando sus obras, pero ambos hablan de cosas igualmente importantes. Quizás el Ayuntamiento debería tomar nota.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 23/2/2018

Tragedias


Los expertos en estas cosas afirman que hasta las actividades cotidianas que consideramos más inofensivas entrañan riesgos. Ganar el gordo de la lotería es mucho menos probable que morir en un accidente de camino a la administración. Este último fin de semana, durante un viaje a Sevilla, a mi mujer y a mí se nos ocurrió dar una vuelta en un coche de caballos por el centro de la ciudad. Yo tenía mis dudas, pero mi mujer empleó la fórmula mágica de «vengaaa, me hace mucha ilusión» y… en fin, San Valentín estaba a la vuelta de la esquina. Algo sospechosa me pareció la catadura del joven cochero. Aun así, de repente me encontré subido al vehículo sintiéndome un guiri más. Enseguida descubrimos que el cochero debía de haber visto muchos westerns de John Ford, ya que se precipitó en un vertiginoso trayecto por lugares bullentes de tráfico, o bien tan angostos que ni siquiera parecían practicables para una motocicleta. Yo estaba aterrorizado, lo confieso, pero disimulé por miedo a quedar como un idiota delante de mi esposa, que parecía estar disfrutando horrores. Pero he aquí que, al adentrarnos en el parque de María Luisa, observamos que se abalanzaba contra nosotros otro coche guiado por un sujeto no menos temerario. Lo que sigue solo lo puedo describir como una sucesión de impresiones confusas, aunque todas ellas terroríficas: el otro caballo encabritado, relinchos, nuestro coche virando sin control, una viandante a punto de perecer aplastada, un caballo en el suelo agitando las patas, la expresión de pánico de un japonés que debió de quedarse en Osaka, gritos e insultos («¡Ereh horrorossso!»). Al cabo de diez minutos me apeé indemne junto a la catedral, hinqué la rodilla en tierra y le di gracias a la Virgen de los Reyes por habernos sacado de aquel trance. «Nunca más», me dije. Nunca más. 


Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/2/2018

Exorcismos


 Gracias a cierto periódico digital he sabido que en nuestra humilde y soñolienta diócesis también se practican exorcismos, tal vez no tan espectaculares como los de Hollywood, pero exorcismos al fin y al cabo (con el maligno no caben medias tintas). Según afirmaba el sacerdote entrevistado sobre tan peliagudo asunto, hay personas que acuden a él convencidas de tener un demonio dentro, aunque en la mayoría de los casos se trata de trastornos mentales que responden mejor a las antipsicóticos que a los hisopos. Con todo, parece que hay una serie de signos que delatan la infestación diabólica de forma concluyente, como la capacidad de girar la cabeza 360 grados, el hecho de levitar sobre la cama con los brazos en cruz, el uso constante de las palabras malsonantes y los vómitos explosivos, sobre todo si la materia arrojada es de color verde. Repaso la lista de señales y se me ocurre que con este asunto conviene andarse con pies de plomo, pues yo mismo sufrí alguno de esos síntomas en mi alborotada juventud tras una noche de desenfreno levantino. Pero existe un signo inconfundible que no puede ignorarse, y me refiero a la capacidad repentina de hablar lenguas extranjeras que nunca se han estudiado. No basta con que el presunto poseído se exprese en una jerga incomprensible, lo que puede obedecer a una simple resaca o a un intento de emular a Mariano Rajoy, sino a levantarse una mañana hablando por los codos en latín, en arameo o en hebreo antiguo, que son las lenguas favoritas del maligno, tan clásico y cosmopolita él. Una cuestión muy distinta sería que un alumno de secundaria de los programas bilingües comenzara a expresarse en perfecto inglés. Eso, más que un signo de posesión diabólica, sería un auténtico milagro.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 9/2/2018

Cinco pasos


Existe una teoría según la cual todos estamos conectados por un máximo de cinco pasos con cualquier otra persona del planeta. Supongamos que José tiene un amigo cuyo primo trabaja en una empresa de importación (dos pasos). Pues bien, el jefe de este primo (tres pasos) viajó en cierta ocasión al África meridional por motivos de trabajo. Allí coincidió con el cooperante de una ONG (cuatro pasos), quien le contó que, en el curso de una expedición, se había topado con un grupo de nómadas bosquimanos. Por la noche, al calor de la hoguera, el chamán de este grupo le habló al cooperante de lo peligroso que es pronunciar el nombre del león, ya que las moscas oyen lo que la gente dice y vuelan al encuentro del león para contárselo. Mi amigo José y el chamán bosquimano estarían separados por tan solo cinco pasos. Si no salimos del mundo occidental, seguramente no habría que dar más de tres o cuatro saltos para establecer la relación. Dos ejemplos: yo mismo puedo alardear de vínculos relativamente cercanos con dos estrellas míticas del rock como Mark Knopfler y Elvis Presley. Hace treinta años, durante una estancia en Inglaterra, hice amistad con un estudiante llamado Graham. En su Newcastle natal, Graham había tenido como profesora de matemáticas a Louisa Mary Knopfler, la madre del músico. Afirmaba que tenía los mismos ojos y nariz que su hijo, y que le resultaba imposible ver un vídeo de Dire Straits sin sentir un ataque de pánico. Por otro lado, tengo un amigo norteamericano que en su juventud hizo sus pinitos en Hollywood. Allí consiguió un pequeño papel en Estrella de fuego, un western de 1960 cuyo protagonista (lo han adivinado) era el mismísimo Elvis Presley. Parece que el azar reserva para cada uno de nosotros una modesta ración de inmortalidad.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 26/1/2018

Resignación

He tenido un final de las Navidades bastante agitado, tanto que ni siquiera me ha dado tiempo a formular mis propósitos de Año Nuevo. Ahora que las cosas se han calmado un poco, me doy cuenta de que me he saltado ese rito de tránsito que consiste en hacer inventario de todas las cosas que han ido mal y buscar fórmulas para corregirlas. Eso me preocupa y me aturde, pues tengo la sensación de que me he adentrado en un nuevo año sin cerrar el anterior, como una empresa que termina un ejercicio y se salta los balances, las obligaciones fiscales y el plan de mejora. Ayer aproveché un rato de tranquilidad para intentar hacer los deberes. Desistí enseguida al comprobar que ya es demasiado tarde. La fecha del 1 de enero posee una mística especial, tanto que hasta cuestiones como «dejar de fumar», «perder peso» o «apuntarse a un gimnasio» parecen tener algún significado. El 18 de enero, sin embargo, es un día como cualquier otro, una hoja más en la rutina del calendario. La realidad ha recobrado su pulso y los propósitos de empezar una vida nueva recuperan su condición de espejismos (por no decir estupideces). Además, me di cuenta de que lo que los cambios que considero imprescindibles no dependen tanto de mí como de otros. En concreto, dependen de la desaparición de ciertas personas y circunstancias muy tenaces a la hora de perseverar en su existencia. No existe un botón mágico con el poder de borrarlos del mapa. Si existiera, cada persona tendría el suyo, con lo que el planeta quedaría despoblado. Es preferible dejarse arrastrar por el río del tiempo a tratar de nadar contra la corriente. Por lo menos, es mucho más descansado.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 19 de enero de 2018

Actualizaciones


Un amigo de Facebook se quejaba hace poco de las actualizaciones a las que es sometido periódicamente su teléfono móvil. Decía que cada vez que aparece en pantalla el letrerito que amenaza con una actualización, se encomienda en manos del Altísimo, pues uno nunca sabe si al final del proceso tendrá todavía un teléfono inteligente o bien un cachivache lento y estúpido. «¿Soportará mi smartphone una nueva actualización?», se preguntaba mi amigo. Exactamente igual ocurre con los ordenadores. Imaginen que se compran un coche y que el fabricante se lo arrebata de vez en cuando para irse a dar una vuelta con él. Esto ocurre de forma periódica, sin previo aviso y durante un tiempo indeterminado, y no importa si usted necesita desesperadamente el coche para ir al trabajo o para llevar a sus hijos al colegio. Este es el proceder de Microsoft con su sistema operativo Windows, que habita en la mayoría de los ordenadores de los humildes. Un buen día enciende su equipo y se encuentra con la sorpresa de que el sistema debe instalar alguna misteriosa actualización cuya utilidad desconoce por completo. Suele ocurrir cuando necesitamos el ordenador con urgencia. Sin embargo, la instalación es obligatoria, pues sin ella el aparato no funcionará. Se nos advierte que no se nos ocurra apagar el equipo o tendremos que pagar las consecuencias. Y el tiempo de esperar puede prolongarse durante horas, con resultados siempre inciertos. A veces notamos una leve mejora, a veces no notamos nada. Otras veces (demasiadas) el ordenador se ha vuelto un trasto desobediente y trastornado, y hasta la operación más sencilla requiere grandes dosis de paciencia. Me pregunto si no nos espiarán a través de la cámara para disfrutar de la cara de idiotas que se nos queda. Nos quejamos de los políticos que nos desgobiernan, pero el auténtico enemigo es Bill Gates. Somos sus rehenes. Asúmanlo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/1/2018

Pintadas


Formo parte del claustro de profesores del IES Bachiller Sabuco. Lo proclamo con orgullo y, si me lo permiten, con un punto de vanidad. Sus 175 años largos de historia se me figuran a veces como un tapiz de vidas cruzadas. Observado de cerca, es posible distinguir los nombres y los hechos individuales. Desde la distancia, la imagen que obtenemos es la de la historia de la enseñanza media en nuestra ciudad. Por desgracia, durante este último trimestre las cosas se han puesto difíciles. Al comienzo de curso, la inspección educativa detectó irregularidades en el horario del bachillerato nocturno y pidió que se subsanaran. El revuelo fue considerable, pues el cambio afectaba a muchos alumnos y profesores. Pero no es de eso de lo que quiero hablar. Durante este tiempo han aparecido pintadas, tanto en la fachada de la Dirección Provincial de Educación como en la sede de un partido político. Las más recientes contienen insultos y amenazas contra la inspectora de Educación asignada nuestro centro. Lo que empezó siendo una gamberrada se convierte ahora en acto de delincuencia. Desde aquí, quiero expresar mi pesar y mi vergüenza por la actuación de esos descerebrados. Deseo que los atrapen y que paguen las consecuencias de sus actos. En el IES Bachiller Sabuco nos dedicamos a educar, y los pilares de la educación son el civismo, el respeto y el juego limpio. Lo ocurrido supone una mancha intolerable en la historia de nuestro centro. Esos cobardes piensan que al perpetrar esas pintadas están insultando a una persona. En realidad, es la comunidad educativa en su conjunto la que ha recibido el insulto. Sé que todos mis compañeros y que casi todos los alumnos comparten este pensamiento. Ojalá el nuevo año traiga consigo una buena dosis de tranquilidad, de racionalidad y de sentido común. Bien sabe Dios que lo merecemos y lo necesitamos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/12/2018

El coleccionista de demonios


No hay biografía tan curiosa como la del aristócrata inglés Lord Thomas Theodor Merrilyn (1782-?). Fascinado desde la infancia por las ciencias ocultas y los seres sobrenaturales, Merrilyn dedica su vida a recorrer el mundo en busca de especímenes desconocidos por la ciencia. Su pista se pierde cuando el coleccionista había cumplido los ochenta años, aunque las fotografías de la época lo muestran como un hombre en torno a los cuarenta. Tras décadas de silencio, reaparece en 1942, con más 170 años de edad y el mismo aspecto. En su último acto público, dona su mansión de Londres a una organización de beneficencia para que se instale en ella un hogar para huérfanos de guerra. Su pista se esfuma a partir de ese momento. Pero su nombre vuelve a la palestra en 2006, cuando el gran caserón está a punto de ser demolido. En el sótano, tras una puerta tapiada, aparece una cantidad enorme de cofres y cajas que contienen la famosa colección criptozoológica. Una vez estudiados y clasificados, los más de 5.000 ejemplares comienzan a exhibirse en el Merrilyn Cryptid Museum, en la ciudad de Londres. Allí puede contemplarse desde el esqueleto de un dragón a un ejemplar de licántropo disecado, pasando por hadas, vampiros, sirenas, duendes y demonios, todos ellos en sus urnas y con las correspondientes explicaciones para que el visitante sacie su curiosidad. Con todo, resulta difícil planificar una visita al museo, pues su página web no ofrece la menor información sobre su paradero, aunque sí abundante documentación gráfica sobre la truculenta colección. Es más, si uno se molesta en investigar un poco más, pronto descubre que Merrilyn jamás existió, y que sus especímenes son únicamente el fruto de la imaginación de un artista. Qué pena.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 22/12/2017