La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

jueves, 30 de agosto de 2018

Benidorm



Esta semana hemos sabido del caso de una octogenaria británica que vino a pasar sus vacaciones a Benidorm, y que a su regreso se sintió tan defraudada que reclamó a la agencia de viajes para que le reembolsaran su dinero. La buena señora se quejaba de las cuestas del lugar y de las muchas escaleras que encontró en el hotel, pero sobre todo le pareció fatal que el establecimiento estuviera lleno de españoles. «¿Es que no pueden ir a pasar sus vacaciones a otro sitio?», se preguntaba muy airada. Este asunto ha provocado cierta hilaridad en su Inglaterra natal y no poca indignación por estas latitudes. Se ha hablado de la mala educación de los turistas británicos, que cuando no están partiéndose la crisma saltando desde los balcones o ejerciendo de chusma infame en los garitos de playa, se dedican a pasearse por el mundo con ese aire de superioridad imperialista de quienes creen ser mejores, no solo que sus vecinos (lo que tendría cierta justificación) sino que el resto del género humano. Todo esto es cierto. Sin embargo, opino que las reflexiones de la abuelita inglesa encierran no poco sentido común, aunque sea por accidente. Con este país grande, hermoso y diverso que nos ha tocado en suerte, ¿quién puede ser tan insensato como para ir a pasar sus vacaciones en un sitio tan inmundo como Benidorm? ¿Acaso no sería mucho más razonable dejarles esa franja de la costa levantina a los británicos y buscar el descanso en entornos más agradables, sin tanto cemento, sin aglomeraciones y, sobre todo, sin ingleses? Por supuesto, necesitamos del turismo para equilibrar nuestra balanza de pagos. Pero la triste verdad es que el turismo extranjero no necesita de nosotros, salvo en forma de taxistas, camareros y animadores de hotel.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 17/8/2018

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