La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

jueves, 30 de agosto de 2018

Eurovisión



El último Festival de Eurovisión confirma lo que todos llevamos tiempo sospechando, es decir, que el viejo concurso de canciones se ha convertido en el mejor espectáculo humorístico del año. En mi infancia Eurovisión era un rito familiar que se tomaba muy en serio. Ahora es más bien una ocasión para que los grupos de amigos se reúnan para comer pizza y echar unas risas. Hay quien lo ha convertido en una simple excusa para darle al frasco. Por ejemplo, cada vez que aparece una llamarada en el escenario, chupito; cada vez que el intérprete canta en su idioma, chupito; cada vez que la canción viene acompañada de una coreografía surrealista, chupito; si ganara España, la botella entera. El Twitter es un aliado esencial para acentuar la diversión, por lo que siempre hay quien se encarga de leer en voz alta los comentarios jocosos que se publican entre canción y canción (muy ocurrente el usuario británico que al terminar la actuación de Amaia y Alfred posteó «iros a un hotel»). Pero lo que realmente nos fascina es el desfile de frikis y botarates que se nos ofrece. El festival de este año arrancó con un tipo disfrazado de vampiro que surgía de un ataúd en forma de piano (y que muy cerca estuvo de morir abrasado en pleno escenario), e incluyó a los protagonistas de la serie Vikings caracterizados de sus respectivos personajes, a un grupo de trash metal aullando en inglés y, por supuesto, a los representantes españoles, que parecían surgidos de la imaginación de un Walt Disney en plena hiperglucemia. En cuanto a la cantante israelí que se alzó con el triunfo, solo espero que su rabino se recupere pronto del disgusto. No se tomen Eurovisión en serio, por favor. No sean antiguos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 18/5/2018

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