La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

jueves, 30 de agosto de 2018

Estatura




No soy un tipo especialmente bajito. En mi juventud medía 1,75, lo que venía a ser la estatura media de mi generación. Ahora que el tiempo y la gravedad han obrado sus efectos sobre mi esqueleto, tal vez mida dos o tres centímetros menos. Aun así, creo que puedo pasear mi anatomía por las calles con cierta dignidad. Pero ocurre que tengo dos compañeros de trabajo especialmente grandotes, ambos en torno al metro 95. Uno de ellos, un mocetón asturiano descendiente de mineros, suele mirarme con condescendencia desde la atalaya de su superioridad física. A mí esto me toca muchísimo las narices, lo reconozco. Hace unos días me los encontré juntos y quise demostrarles con una prueba gráfica que en realidad la diferencia de estaturas no era tanta. Me situé entre ellos y le pedí a otro compañero que nos hiciera una foto de cuerpo entero. El resultado fue lamentable. Parezco un hobbit custodiado por dos orcos. Para más escarnio, el maldito asturiano había depositado una de mis manazas sobre mi hombro y nos miraba a mí y a la cámara con una sonrisilla bastante nauseabunda. Cómo se reían, los muy canallas. Contemplé la foto en la pantalla del móvil. Los miré a ellos. La sangre me hervía. «Confórmate, guaje, esto no tiene remedio». Los bobos que escriben los manuales de autoayuda afirman que debemos aprender a querernos como somos. La realidad es que la vida únicamente nos enseña a persistir en nuestros errores y complejos, y que el crecimiento personal no añade ni un solo centímetro a nuestra estatura. De pronto, milagrosamente, recordé una salida del inmortal José Luis Coll: «¿Y vosotros os creéis altos? Si midierais cincuenta metros, todavía. Pero por palmo y medio que me lleváis… ¡A tomar por saco los dos!»

Publicado en La Tribuna de Albacete el 15/6/2018

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