La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 18 de diciembre de 2017

Tabaco


Provengo de una larga estirpe de fumadores. Mi tío-abuelo Eliecer, que antes de la guerra era párroco en Cartagena, fumaba como si la vida le fuera en ello. El sacerdote pasó buena parte de la contienda escondido en la casa de su hermano, mi abuelo, en la calle de la Feria. Me cuentan que, cuando la escasez hizo imposible la adquisición de tabaco, le dio por fumarse las hojas de los geranios, inventando así lo que bien podría denominarse «el porro de tiempos de guerra». Mi propio abuelo Eloy era un fumador empedernido. Fumaba en pipa y fumaba cigarrillos a destajo. Los albures de la genética hicieron que el vicio se saltara una generación, pues ni mi padre ni mis tíos han fumado jamás. Este fracaso debió de cabrear mucho al demonio del tabaco, de modo que se ensañó en mí. Y lo hizo del modo más perverso posible. Yo debía de tener unos catorce o quince años y andaba revolviendo cajones en la casa de mis abuelos. En uno de ellos encontré una preciosa pipa curva con tapa de plata. En su boquilla estaba claramente grabado el colmillo derecho de mi abuelo Eloy. También hallé un paquete de Lucky Strike intacto que debía de tener al menos seis lustros de antigüedad. Le mostré los hallazgos a mi tía Maruja, quien me dijo que podía guardarlos. Aquel fue el principio del fin. Resultó que mi colmillo derecho encajaba perfectamente en la muesca que había dejado el de mi difunto abuelo. En cuanto a los «luckies», despedían un tufo rancio y sabían a paja seca, pero lograron despertar en mí los lazos de la sangre. Hoy, cuarenta años después, me debato con el vicio en largos periodos de abstinencia que se alternan con furiosas recaídas. Tendemos a considerarnos hijos del azar. Sin embargo, a veces es posible encontrar ciertas señales, trazas de un plan que gobierna nuestras vidas.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 15/12/2017

domingo, 10 de diciembre de 2017

Perros


Los perros llevan tanto tiempo conviviendo con nosotros que han acabado por adquirir características humanas. Cualquiera que tenga un perrito en casa sabe bien lo mucho que les gustan nuestros alimentos, aunque los suyos se vendan al precio del marisco en Navidad. Cuando nos sentamos a comer, mi pequeño bichón maltés ocupa solemnemente una silla, coloca ambas patitas sobre la mesa y aguarda a que algún miembro de la familia le dé un macarrón o un trozo de filete. Hemos intentado impedírselo, pero el aire de desolación y tristeza del animalito es tan grande que al final siempre consentimos. En estos momentos, mientras yo tecleo en el salón, él ha ocupado mi lugar en la cama, que prefiere con mucho al cómodo sofá donde se le permite dormir. Este proceso de humanización es tan notorio como irreversible, de modo que he decidido no tratar de detenerlo, sino colaborar, en la medida de mis conocimientos, a que se complete. Los perros carecen de cuerdas vocales, por lo que sería ocioso tratar de enseñarle a mantener una conversación. Pero tienen sus propios medios de expresarse (el ladrido, el gruñido, los movimientos de la cola, la posición del cuerpo) y de ellos me valgo para intercambiar impresiones con este peluche de tres kilos y medio. Le he enseñado a formular opiniones sobre la política nacional. Él y yo mantenemos puntos de vista afines, por lo que no ha sido difícil. Cuando le pregunto sobre Mariano Rajoy, el perrito gruñe. Cuando le pregunto sobre el ministro Montoro, gruñe y enseña los dientes. Si el asunto es el proceso independentista catalán, ladra y pone los ojos en blanco, como un lunático. Sí, sin duda cada día nos parecemos más. Solo espero que el proceso de adiestramiento no sea mutuo, pues no quedaría muy decoroso que yo me dedicara a marcar con pis las calles alrededor de mi domicilio.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 8/12/2017

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Orinar


Un gran peligro se cierne sobre la población masculina de este país. Pero remontémonos a los orígenes del drama. Hace siete millones de años, algunos de nuestros ancestros primates decidieron bajar de los árboles para procurarse el sustento. Al principio caminaban apoyándose sobre los nudillos, pero gradualmente adoptaron una postura más erguida, lo que les permitía una mejor observación del entorno y de sus peligros. Eso afirman los paleontólogos, aunque en mi opinión hubo otro factor determinante para un cambio evolutivo de semejante trascendencia. Me refiero al momento en que el primer homínido macho se incorporó para vaciar la vejiga. Imaginen la escena en una película de Stanley Kubrick: el mono erguido meando frente al tronco de un árbol, el resto de la tribu lanzando aullidos de asombro, las notas de Así habló Zaratustra tronando en la banda sonora. Varios millones de años después, en homenaje a aquel remoto antepasado, los hombres españoles seguimos orinando de pie. No así en otros países, especialmente en el centro y norte de Europa, donde los machos humanos han regresado a la posición sedente para realizar sus micciones. Esto, amigos, supone una grave regresión en el proceso evolutivo de la especie. Y ahora viene el aviso: existe una conspiración entre las mujeres de este país para que también los españoles nos sentemos para orinar. Ellas esgrimen razones de índole higiénica. Afirman que apuntamos mal y que después no reparamos el desaguisado. La realidad es mucho más siniestra: pretenden despojarnos de los últimos restos de nuestra virilidad. Si no actuamos con contundencia, dentro de poco la imagen del varón erguido proyectando el poderoso chorro hacia la taza habrá pasado a la historia. Todos mearemos sentados, como niñitas. Será el fin. Después, puede que ellas nos obliguen a regresar a los árboles. ¡Rebélense, camaradas! ¡Resistan!

Publicado en La Tribuna de Albacete el 1/12/2017