La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 27 de marzo de 2016

El moranco y el leopardo



Puesto que la Semana Santa es, de antiguo, época de sacrificios, a algún que otro famosete le ha dado por inmolarse en esa gran pira que son las redes sociales. Me refiero, en concreto, a César Cadaval, componente del dúo «cómico» Los Morancos. No contento con practicar el humor más chabacano y casposo del momento, a Cadaval no se le ha ocurrido nada mejor que difundir una foto suya en la que aparece muy sonriente, con un fusil en la mano y un leopardo abatido a sus pies. Salvando las distancias de rango del cazador y volumen de la pieza cobrada, la imagen recuerda mucho a aquella que supuso el principio de la caída en picado del rey emérito, la famosa foto del elefante. De hecho, parece que la imagen del rey y la de Cadaval fueron tomadas en el mismo lugar, un coto de Botsuana donde los ricos españoles acuden a dar rienda suelta a sus instintos de matarife a costa de la fauna africana salvaje. El monarca elefanticida ya recibió estopa en su momento, pero el comediante sevillano tampoco se ha ido de rositas, ya que le han dado hasta en el deneí vía Twitter y otros mentideros. Y yo que me alegro del castigo público recibido por este energúmeno que disfruta acribillando grandes felinos, y encima exhibe sus bárbaras hazañas sin el menor pudor, pensando tal vez que alguien le va a reír la gracia. Creo que Cadaval todavía no se ha atrevido a dar la cara, pero supongo que su coartada será la misma que suelen esgrimir los cazadores, aquello de que ellos son los auténticos amantes de la naturaleza, y no los ecologistas esos. Parece que el concepto del amor que tienen algunos es liarse a tiros con todo lo que se mueve. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 25/3/2016

viernes, 18 de marzo de 2016

'Old Nick"


El profesor Nicholas Goddard, titular de la cátedra de ingeniería química de la Universidad de Manchester, ha saltado a los medios porque uno de sus alumnos lo descubrió actuando en una película porno. Ahora se ha sabido que no es una, sino varias docenas, las cintas de este género que Goddard, a sus vigorosos 61 años, ha protagonizado bajo el pseudónimo de ‘Old Nick’. Si se mira el asunto sin prejuicios morales, uno no puede evitar admirarse del estupendo trabajo de fin de semana que el buen señor se había buscado para completar su sueldo de la universidad. Pero las cosas nunca son tan fáciles, y las autoridades académicas han castigado a Goddard por su doble vida apartándolo de su puesto. En cuanto a sus alumnas, algunas han declarado que no volverán a asistir a ninguna clase que él imparta. El caso recuerda un poco al de ese profesor de química de ficción llamado Walter White que protagonizaba la serie Breaking Bad. Diagnosticado de cáncer, White decidía asegurar el futuro de su familia usando sus habilidades como químico para fabricar metanfetamina. Goddard, en cambio, decidió rentabilizar sus cualidades amatorias, no sabemos si por motivos económicos, por ocio o por una combinación de ambas cosas. La diferencia es que la fabricación de drogas es ilegal y el fornicio no lo es, siempre y cuando se practique con consentimiento mutuo y entre mayores de edad (la presencia de la cámara es opcional). Lo que me extraña es la ingenuidad del profesor Goddard al pensar que su pluriempleo no iba a conocerse antes o después, con el escándalo consiguiente. ¿Es que no ha oído hablar este señor de Spiderman o de Batman? ¿Cuándo se ha visto que un superhéroe como Dios manda prescinda de la máscara? 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 18/3/2016

George Martin


El miércoles pasado nos desayunamos con la noticia de la muerte de George Martin. Y siendo uno (permítaseme el palabro) biteliano hasta la médula, el óbito no podía dejarme indiferente. Me vinieron a la memoria las imágenes de esos documentales (la mayoría de ellos en blanco y negro) en los que la banda de Liverpool realizaba alguna de sus legendarias grabaciones. En estas imágenes casi siempre está presente un señor muy pulido y repeinado, cuyo aspecto de alto ejecutivo no pega ni con cola con el de los jóvenes músicos, cada vez más greñudos y excéntricos. George Martin suele permanecer en la cabina de grabación, separada del estudio por una ventana de cristal, como un zoólogo que estudia a una familia de primates en cautividad. Mientras los Beatles bromean, conversan y prueban distintos arreglos, Martin maneja los controles de una primitiva mesa de grabación y hace algunas observaciones a través del micrófono con su educado acento de gentleman de clase alta. Al final de la sesión, el productor se reúne con los músicos para comprobar el resultado. Y (¡magia!) ahí están Nowhere Man, o Eleanor Rigby, o A Day in the Life. En definitiva, la magia de los Beatles que todos conocemos. Y ocurre que el quinto mago no nació en Liverpool, sino en Londres, y murió el miércoles pasado con noventa años cumplidos. Paul McCartney evoca su figura en la cuenta de Facebook del grupo. Recuerda aquel día que llegó a los estudios de Abbey Road con una nueva canción que pensaba grabar con un simple acompañamiento de guitarra. «Podemos añadir un cuarteto de cuerda», propuso Martin, a lo que Paul se negó recordándole que ellos eran una banda de rock. «Bien, probemos de todos modos. Siempre estamos a tiempo para no usarlo». Al día siguiente grabaron Yesterday. Se nos ha muerto el quinto Beatle. Ya solo nos quedan dos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 11/3/2016

viernes, 4 de marzo de 2016

Leonardo y el oso


Leonardo DiCaprio se compra una escopeta y se va al bosque a cazar osos. Cuando lleva un buen rato deambulando entre los árboles con el arma en ristre, nota unos golpecitos en el hombro. Al darse la vuelta se encuentra con un enorme oso grizzly que lo mira con ojos tiernos, y a continuación lo viola salvajemente (recordemos que se trata de un oso). Dolido física y moralmente, Leonardo se compra un fusil de asalto AK-47 y vuelve al bosque para tomar venganza. Durante horas busca al oso en vano, hasta que de repente le dan unos golpecitos en el hombro y, al girarse, se da de bruces con el oso, que lo empotra violentamente contra un pino y consuma de nuevo el ignominioso acto. Furioso y humillado, Leonardo DiCaprio contacta con un traficante de armas que le suministra un bazuka anticarro con el que se adentra de nuevo en la espesura en busca del oso. Pero el plantígrado no solamente vuelve a sorprenderlo y abusar de él, sino que llama a un amigo para que se ponga también las botas a costa del pobre Leonardo. Al oscarizado actor ya no le interesan los galardones ni los guiones escritos especialmente para él ni las llamadas de Scorsese. Lo único que quiere es hacer pedazos ese condenado oso que se sirve de él como un juguete erótico. Así pues, contacta de nuevo con el traficante y esta vez le compra un cañón antiaéreo de 40 mm. Empujando como puede el pesado armatoste, se interna una vez más en el bosque. De pronto (cómo no) nota unos golpecitos en el hombro. «¡Hombre, Leonardo! —le dice el oso muy risueño—. ¡Tú por aquí!» DiCaprio se ha quedado mudo por la sorpresa, y entonces el oso añade: «Por cierto, me parece que tú no vienes al bosque para cazar».

Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/3/2016