La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 25 de septiembre de 2016

Micciones


Leo con orgullo patrio la noticia sobre el balance de la reciente Feria: más de dos millones y medio de visitantes y la friolera de 100 millones y pico de negocio. Doy por buenos los datos y a la vez siento mucha pena por el fulano al que contrataron para plantarse en la Puerta de Hierro e ir contando a la muchedumbre que entraba y salía, poniendo gran cuidado en no contar dos veces al mismo individuo. Toda una proeza. Por mi parte, he realizado una pequeña indagación sociológica de andar por casa. Me dice mi hijo que la cosa no ha sido para tanto. Se basa para ello en el tiempo medio transcurrido antes de alcanzar un urinario donde vaciar la vejiga. Según él, este año ese lapso no ha superado los 10 minutos para los varones y los 35 para las mujeres, a diferencia de los 12,5 y 42 minutos, respectivamente, que hubo que emplear el año pasado para satisfacer la misma necesidad fisiológica. En aras del rigor estadístico, le hago constar que quizás el número de mingitorios haya aumentado de forma proporcional al volumen de visitantes, aunque él se muestra escéptico. Sin embargo, algo ha debido de mejorar en las instalaciones sanitarias del recinto ferial y sus aledaños, al menos desde mis años mozos. Por entonces, si uno iba acompañado de su chica y esta manifestaba su deseo de ir a hacer aguas, lo habitual era despedirse de forma apasionada, pues nunca se sabía cuánto tiempo iba a transcurrir hasta el reencuentro, que en ocasiones jamás se producía. Algo hemos progresado en lo relativo a micciones feriales, sin duda. No tanto en la transparencia del negocio en sí, toda vez que siguen haciendo su agosto (perdón, su septiembre) quienes menos trabajan para ganárselo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 23/9/2016

viernes, 16 de septiembre de 2016

Virgencica, virgencica


Cada vez que empieza un nuevo curso los profesores entonamos aquello de «¡Virgencica, Virgencica, que me quede como estoy!». Como punto de partida, la plegaria no puede ser más deprimente, pues encierra el reconocimiento de una derrota y la resignación a que todo siga igual. Hubo un cierto atisbo de esperanza en el 2015, cuando las últimas elecciones autonómicas enviaron a Cospedal a la oposición. Sin embargo, lo que llevamos visto hasta ahora nos ha demostrado que el gobierno de Page no solo no se da por satisfecho con los desmanes de sus predecesores en forma de recortes y ataques a la enseñanza pública, sino que tiene preparado todo un arsenal para completar el trabajo de zapa y demolición emprendido por el PP. Plantillas diezmadas hasta lo imposible, alumnos que se multiplican en la aulas, economía de subsistencia en los centros, paro, precariedad, pérdida de derechos… Mientras tanto, una ley perniciosa y regresiva como la LOMCE continúa su imparable avance cual Godzilla a la española, creando guetos educativos y hundiendo al docente en una ciénaga de burocracia y rutina. Y la Administración se obstina en el sinsentido de los «programas lingüístico», lo que supone el descalabro definitivo para el aprendizaje de idiomas en este país, y de paso para el progreso de esos alumnos atrapados en el Babel de la enseñanza bilingüe con la bienintencionada complicidad de sus progenitores. Los profesores y maestros asistimos a todo ello resignados, inermes y sin decir ni pío, abrumados por los informes PISA y por una opinión pública adversa que ha convertido a los docentes en chivos expiatorios de todo lo que funciona mal en la educación de nuestro país («que se quejen menos y que trabajen más»). Un nuevo curso, en fin. «Virgencica, Virgencica, que me quede como estoy, pero casi mejor si me jubilan».

Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/9/2016

martes, 13 de septiembre de 2016

Guardando las sillas



Hace un par de años, por estas fechas, una señora se enfadó al leer un artículo mío. Era el titulado «las sillas de la cabalgata», y en él se hacía referencia a ese espectáculo tan característico de nuestra ciudad, el de las sillas aparcadas en doble fila a lo largo del recorrido de la cabalgata, en muchas ocasiones con una anciana sentada durante horas con la misión de custodiar los asientos de toda la familia. Según he sabido, a la mencionada señora el artículo le pareció una falta de respeto con las personas mayores, aunque mi única intención era sacarle punta a esa imagen tan simbólica y tan nuestra. De hecho, recuerdo que de niño más de una vez me tocó asumir el papel de guardián de las sillas, encargo que a mí me encantaba cumplir, pues suponía un voto de confianza de los adultos y la certeza de que uno se iba haciendo mayor. Cuando sea mayor de verdad, en el sentido que ahora se la da al término («nuestros mayores») no me importaría volver a desempeñar la misión de custodiar las sillas de toda la familia. Para mí sería como cerrar un círculo en el tiempo y en la vida, una armoniosa simetría en un mundo sobrado de discordancias y caos. Además, el encargo supondría el haber alcanzado edad suficiente como para poder dedicar horas a la noble empresa de garantizar la comodidad de mis hijos y mis nietos, protegiendo nuestras sillas de las asechanzas de vándalos y ladrones. Si el tiempo acompañara (como este año) ni siquiera me importaría permanecer toda la noche en vela plantificado en mi silla, como antes de un concierto de Bruce Springsteen. Ea, no se me enfade, señora mía, que estamos en Feria.

Publidado en La Tribuna de Albacete el 9/9/2016

viernes, 2 de septiembre de 2016

Un tipo de una pieza


Una de las últimas serpientes tardoveraniegas ha sido la protagonizada por el padre José García, párroco en la localidad castellonense de Onda, que ha cometido la temeridad de bendecir el matrimonio civil de dos feligresas durante la celebración de una misa. Quizás no haga falta mencionar que su obispo ha puesto el grito en el cielo y que el padre José se ha visto obligado a pedir disculpas públicamente. Ha explicado que lo único que pretendía era seguir las enseñanzas del Papa en cuanto a «acompañar pastoralmente» a los gays y lesbianas. No sé si la disculpa le valdrá o si este buen cura acabará de misionero en Mozambique. Ahora guarda silencio en espera de que pase la tempestad. Pero yo no he resistido la tentación de abordar el asunto, pues conozco al cura personalmente. Mejor dicho, lo conocí. A principios de los 80 ambos compartíamos alegrías y penurias en el mismo colegio mayor de Valencia. Por aquel entonces el padre José era conocido como «el Ondín» (ninguno nos librábamos de nuestro mote) y nos parecía un tipo algo raro, porque en aquel entorno algo cafre del colegio mayor destacaba por su inocencia y su idealismo, hasta el punto de que decidió dejar la carrera de Medicina para hacerse cura, lo que a todos nos pareció una insensatez. Ahora, transcurridos más de 30 años, José lleva a las espaldas una magnífica labor social en su parroquia. De hecho, se ha convertido en todo un campeón en la lucha contra la pobreza, la marginalidad y la exclusión social. Me imagino que estará pasándolas canutas. Por ello desde aquí le mandó mi reconocimiento por su humanidad y su valentía. Tengo otros antiguos condiscípulos que han destacado por sus brillantes trayectorias profesionales. Pero creo que sobran motivos para dedicarle esta columna en particular a José García, párroco de la iglesia de San Bartolomé de Onda, un tipo de una pieza.

2/9/2016