La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 28 de febrero de 2016

Vende tus bragas


No sé si han oído hablar de un nuevo portal de internet en el que se puede adquirir lencería íntima femenina. Esto no tendría nada de particular si no fuese porque los clientes son hombres, y las prendas en venta están usadas y sin lavar. En cada caso se publica una foto del artículo en cuestión (bragas, tangas, sostenes, culottes, etc) en la que su propietaria demuestra que la ha llevado puesta. Las descripciones pretenden también azuzar la libido del posible cliente con denominaciones tan escasamente sugerentes (al menos para el que suscribe) como «braguita olorosa» y «tanga húmeda y calentita». Las vendedoras, a su vez, se identifican como «Sweet Fluid»,  «Conejita» y otros apodos de connotaciones similares. Hay incluso una sección de vendedoras VIP en la que podemos encontrar a una antigua starlette porno y a cierta joven escritora con ganas de llamar la atención a toda costa. La duda es si este portal genera beneficios, aunque tiendo a pensar que así es, porque no escasean los fetichistas y los cerdos siempre fueron legión. Otra duda que me surge es cómo pueden garantizar al morboso cliente (sin pruebas de ADN de por medio) que las prendas las han usado las mismas mujeres que aparecen en las fotografías, o si se trata simplemente de bragas de mercadillo arrugadas y mancilladas con algún tipo de sustancia orgánica (restos de merluza o bacalao, por ejemplo). La última pregunta es si tendría éxito un portal similar, aunque dedicado al público femenino, en el que los vendedores fuesen varones. Vendetusgayumbos.com es el nombre que se me ocurre como más directo a la par que gráfico. Con todo, ¿alguien puede imaginar a una mujer en su sano juicio olfateando los calzoncillos de un fulano para ponerse a tono?

Publicado en La Tribuna de Albacete el 26/2/2016 

martes, 23 de febrero de 2016

Otra vez Juan

Fotografía de Consuelo López por cortesía de La Tribuna de Albacete
Juan Valero, el inolvidable librero al que casi todo el mundo conocía y apreciaba, murió hace cosa de un año y medio. Uno de los grandes misterios de la vida es adónde van a parar los seres queridos que han fallecido. La respuesta más obvia es que se quedan en el cementerio, pero intuimos que dicha solución es demasiado simple para un enigma tan antiguo y complejo. Simple amén de insatisfactoria. Tal vez con los amigos muertos ocurra algo parecido a esas ondas gravitacionales recién descubiertas. Su pérdida supone un acontecimiento de tal magnitud que el eco del suceso reverbera a través del espacio y del tiempo, como el que producen dos estrellas al colisionar. No importa que hayan pasado meses o años, nos basta con detenernos un momento y cerrar los ojos. Hagan la prueba si lo conocieron (y sé que muchos lo conocieron). Cierren los ojos e imaginen que entran en la librería Popular. ¿No lo ven? Sus ojos saltones que parecían chisporrotear y la generosidad de su sonrisa. La alegría con la que recibía a los clientes, que éramos también amigos (él nunca conoció la diferencia). El ratito de charla, siempre ajeno al apremio y a la urgencia. La broma, la anécdota, el último chascarrillo. Y por fin esa novedad que había llegado a la librería, el libro que él guardaba para nosotros porque sabía que nos iba a encantar, y que ni siquiera se nos ocurría dejar de adquirir. A ese Juan Valero, librero de pura cepa y persona clave en la cultura de Albacete, lo homenajeamos esta tarde, a partir de las ocho, en el Café del Sur. ¿Acaso era de recibo dejar pasar más tiempo sin darle la despedida que merecía? Tal vez les apetezca unirse a esta fiesta.

Publicado en La Tribuna de albacete el 19/2/2016

viernes, 12 de febrero de 2016

Viento


El viento ha soplado con fuerza esta semana, ráfagas hostiles y violentas que parecían capaces de despeinar hasta los pensamientos. Al caminar por las calles hemos sufrido su zarpazo detrás de cada esquina. La ciudad se ha llenado de caminantes desgreñados y temerosos, mirando hacia arriba de reojo por miedo a la rama que podía caer en cualquier instante. Temíamos el bombardeo de proyectiles arrancados de las fachadas y tejados, el impacto repentino de una valla metálica derribada a nuestro paso. Ni siquiera el regreso al hogar nos hacía sentirnos seguros. El viento, incesante, agitaba los marcos de las ventanas al tiempo que ululaba con la urgencia fúnebre de las sirenas. En la oscuridad del dormitorio su voz sonaba como un coro de fantasmas aullando en la noche. Durante unos días nos hemos sentido habitantes de un territorio en guerra, inermes y amenazados, conscientes de pronto de nuestra fragilidad, como si el planeta hubiera decidido recordarnos nuestra condición de inquilinos. A veces los elementos desatan su fuerza y vienen a aporrear nuestra puerta. «Andaos con ojo —parece decirnos la naturaleza—, pues estáis aquí de prestado». Pienso que es lo justo, que conviene que ocurra de ese modo, siquiera durante unas pocas horas o días. Necesitamos que se nos recuerde cuál es nuestro lugar en este mundo del que nos sentimos dueños y señores, aunque apenas somos débiles criaturas que arrastran sus vidas efímeras sobre la superficie del planeta. Nos conviene que la madre Tierra nos ponga de vez en cuando en nuestro sitio. Este viento ha sido como un cachete de aquellos que nuestros padres nos daban cuando nos portábamos mal. Aunque hay castigos mucho peores. Ojalá nunca nos hagamos acreedores a uno de ellos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/2/2016

domingo, 7 de febrero de 2016

Voces


Hace unos días oí voces. Quiero decir que oí voces que no correspondían a ningún ser presente y observable. Estaba dando clase y de pronto empezaron. La primera era una vocecilla aguda y apenas audible. Me pareció que hablaba en inglés, pero el volumen era tan tenue que no fui capaz de distinguir las palabras. Pensé que podía tratarse del móvil de algún alumno. Los fulminé con la mirada sabiendo que las risitas los delatarían. Sin embargo, se mantuvieron impertérritos como si nada estuviera ocurriendo. Entonces la voz cambió. Seguía hablando en inglés (con una pronunciación algo pedestre, por cierto) pero ahora el timbre era profundo y varonil. «¿No oís eso?», pregunté con creciente alarma. Se miraron unos a otros y se encogieron de hombros. «¿Se oyen voces, no?» De haberse tratado de una broma de los chicos, este es el momento en que habrían estallado en carcajadas. Pero no hubo risas. Más bien expresiones de perplejidad y preocupación. Casi pude leerles el pensamiento: «Ahora sacará el cuchillo o el hacha». No hice tal cosa, aunque sí hubo algo de espectáculo. Paseé entre los pupitres para intentar localizar el foco de las voces. Comprobé si se trataba de interferencias pegando el oído a unos altavoces, para lo cual tuve que encaramarme sobre un pupitre. Pero las voces solo se oían cuando estaba junto a la mesa del profesor. Hubo un momento en que dudé seriamente de mi estado mental. Hasta que recordé que llevaba en el maletín una pequeña grabadora con la que había estado registrando exámenes orales unos días atrás. Les expliqué a los chicos lo ocurrido y pedí su indulgencia y su comprensión. Con todo, tengo la seguridad de que ya nada volverá a ser lo mismo entre mis alumnos y yo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/2/2016

Fargo


A fuerza de no ser original, uno acaba pareciéndose a Zelig, el «camaleón humano». Se trata del protagonista de una película de Woody Allen quien, con tal de no llevarles la contraria a los demás, acaba mimetizándose con ellos físicamente. En mi descargo, diré que no me gusta el fútbol. Sin embargo, como a la mayoría de la gente, me encantan las series de televisión, en las que creo que se refugia toda la creatividad que parece haber desertado de la gran pantalla. Me pirro por The Big Bang Theory y me declaro fan incondicional de Sheldon Cooper. En su momento disfruté como un enano con Breaking Bad, con Los Soprano y con el inolvidable doctor Fleischman y sus aventuras en Cicely, Alaska. Algunos de mis primeros recuerdos son de Viaje al fondo del mar y de Los invasores. Y últimamente no puedo dejar de ver la serie Fargo, que está basada en la famosa película de los hermanos Coen, una mezcla de trama policial y humor negro que resulta absorbente y deprimente a la vez, como si sus guiones los firmara un Albert Camus en plena vena gamberra. Las tramas de Fargo transcurren en el Medio Oeste norteamericano, entre los estados de Minnesota y ambas Dakotas, siempre durante los meses de invierno. El paisaje llano y cubierto de nieve resulta fantasmal, como si los personajes vivieran sus peripecias en mitad de ningún sitio. Y al cabo de cada una de las dos temporadas, cuando los muertos son ya tantos que hemos perdido la cuenta, la única lectura posible es que nada tiene sentido, salvo quizás la posibilidad de acurrucarse cada noche junto a la persona amada. Por respeto a los vivos se han cambiado los nombres de los protagonistas. Por respeto a los muertos se ha contado todo tal y como ocurrió. Disfruten.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/2/2016