La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 30 de agosto de 2015

La vecina de enfrente


Tengo mi mesa de trabajo colocada delante de una ventana y he descubierto que es una mala idea, porque en el edificio de enfrente hay una señora que me espía. Ella piensa que no me he dado cuenta. Trata de disimularlo a toda costa. Pero cada diez minutos sus visillos se abren y distingo un ojo que me escruta a través de la ranura. Otras veces se muestra más osada y sale directamente al balcón. Entonces finge que echa un vistazo a la calle, una calle en la que nunca pasa nada (salvo ruidosos camiones de madrugada). Y justo antes de volver a la seguridad de su hogar, lanza un vistazo disimulado hacia mi ventana. Es cierto que en verano suelo andar por casa con poca ropa y que casi siempre prescindo de la camiseta. Pero dudo que mi torso desnudo tenga un poder de atracción semejante. Sospecho que lo que intriga a esta señora es mi inmovilidad en mi mesa de trabajo, ante el ordenador. ¿Qué estará haciendo ese tipo ahí horas y horas? ¿Por qué no se mueve? ¿Por qué no sale a ver mundo? Quisiera poder explicarle que me dedico a escribir. Y que la esencia del arte de la escritura es aprender a estar solo (la ventana es accesoria). Querría hacerle entender que no soy tan raro, que todos los escritores pasan las horas muertas en solitario tratando de encontrar algo de sentido en el mundo. Pero supongo que no me entendería. Pensaría que estoy chiflado por haber elegido una actividad como esta. Sobre todo, pensaría que estoy como una cabra si supiera que ahora mismo, mientras ella me mira, estoy escribiendo sobre una señora que vive enfrente, y que me espía a través de la pequeña abertura de sus visillos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 28/8/2015

Con las bragas en la mano



Llevo toda la semana dándoles vueltas a las enigmáticas declaraciones de la concejala malagueña Teresa Porras. Según esta señora, las niñas se pasaron la feria del año pasado «con las bragas en la mano para que se les secaran». Sé que Málaga es un sitio caluroso, pero no creo que la cosa llegue al extremo de que las chicas de allí tengan que airear su ropa interior por culpa del sudor extremo. Descartada esta posibilidad, todas las restantes se me figuran de contenido sexual, y no dejan muy bien parada a la juventud malagueña. No es sorprendente, por tanto, que a la señora Porras le hayan llovido las críticas por el carácter machista de sus declaraciones. Opiniones como esta no quedarían raras en boca de una octogenaria sentada en su mesa camilla, pero pronunciadas por un político quedan un tanto feas. Quizás de los representantes públicos esperamos mejor criterio y más amplitud de miras. Aunque, ay, creo que muchas veces esperamos en vano. Por desgracia, a los políticos nos les exigen aprobar ninguna oposición. Ni siquiera les dan un cursillo básico de formación para evitar conducirse por la vida como impresentables, sobre todo cuando les ponen un micrófono o un twitter delante. Los ejemplos se multiplican, pero quizás el título de padre de todos los bocazas lo ostente aquel alcalde de Valladolid que temía ser violado en los ascensores por una banda de hembras en celo. Aunque en estos casos conviene aplicar el beneficio de la duda. Al fin y al cabo, esta deslenguada concejala malagueña es la responsable del área de festejos, y puede que su único propósito fuera provocar una avalancha de visitantes a las fiestas de Málaga, atraídos por la perspectiva de una legión de malagueñas salerosas que los aguardaban con las bragas en la mano. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 14/8/2015

Pequeñas muertes



Existe ya todo un panteón de animales que han muerto de forma injusta: el elefante abatido por el rey emérito, el león Cecil… Si me apuran, hasta la madre de Bambi. Sin duda, son muertes tan célebres como trágicas. ¿Pero qué hay de todas esas muertes anónimas con las que nos topamos en cualquier desplazamiento por carretera? Pequeños dramas en forma de cuerpo ensangrentado y aplastado sobre el arcén. Por mi parte, tras llevar un año y medio conviviendo con Frankie, mi bichón maltés, solo puedo decir que jamás había conocido un amor tan incondicional y una lealtad tan conmovedora. Quienes se encargan de estudiar el comportamiento de los animales aseguran que el amor que nos profesan las mascotas no es un sentimiento real, sino que responde a pautas de conducta adquiridas tras milenios de evolución. Nosotros les damos comida y les proporcionamos un sitio guarnecido para dormir. Ellos, por su parte, nos recompensan alimentando nuestro lado más tierno, de forma similar a como lo haría un bebé humano. Las endorfinas fluyen y el vínculo se cierra. Puede que el amor que nos dan las mascotas no sea más que un simulacro alimentado por motivos puramente egoístas. Pero ¿cuál es la diferencia entre esto y lo que entendemos por amor en sentido estricto, salvo que el de las mascotas es más sencillo, más puro y, a menudo, también más duradero? Por ello, cada una de esas pequeñas muertes de las carreteras me duele tanto como la del león abatido por el dentista asesino. Quien mata a un león en la sabana no es menos despreciable que quien abandona a un perro en un arcén. La crueldad no depende de la especie con la que se ejerza.

Aparecido en la Tribuna de Albacete el 7/8/2015

lunes, 3 de agosto de 2015

Marilyn



Se ha publicado un libro cuyos autores son los encargados de la funeraria que se ocupó del cuerpo de Marilyn Monroe. Además de los daños propios de la muerte, dicen que cuando la encontraron estaba sucia y sin depilar. Que se veían las raíces oscuras de su pelo y que usaba dentadura postiza. También revelan que se colocaba prótesis en los pechos para que le abultaran más. Su aspecto general —dicen— era de dejadez, y su cadáver parecía el de una mujer mucho mayor de los 36 años que la actriz tenía en el momento de fallecer. Estas son, entre otras, las lindezas que este par de buitres han mantenido en secreto desde 1962. Ahora, transcurridos más de 50 años, parece que el secreto profesional les ha pesado mucho menos que la oferta económica de una editorial.

Cuando yo era estudiante, tenía una pared entera forrada con fotografías de Marilyn, quien me parecía incomparablemente más hermosa que aquellas actrices de los 80, con sus cirugías, sus hombreras y su pelo cardado. Aun hoy me siento cautivado cuando vuelvo a verla en sus películas (hace poco fue La tentación vive arriba), o me topo con alguna fotografía suya en internet. La belleza que transmiten sus imágenes es tan intensa que le ha sobrevivido más de medio siglo, y amenaza con hacerlo durante muchos años más. Quizás algunas personas no nazcan para ser simples seres humanos, sino para convertirse en símbolos, como esa muchacha de vida agitada llamada Norma Jeane Baker, cuyo destino era convertirse en el ideal de sensualidad, de gracia y de belleza durante muchas generaciones. Aunque suelen ser también destinos trágicos. El precio que Marilyn pagó lo encarna ese triste despojo que encontraron sus sepultureros. Su recompensa, sin embargo, fue nada menos que la inmortalidad.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 31/7/2015

Bibliotecas


Hace unos años, tras la muerte de un familiar cercano, me vi obligado a vaciar su casa de muebles y otros enseres. Lo más doloroso fue deshacerme de sus libros. Conservé unos pocos por motivos sentimentales, pero el resto se vendieron prácticamente al peso. Y yo me sentí como si estuviera cometiendo una traición. Construimos nuestra biblioteca durante toda la vida, laboriosamente, y al final descubrimos que ese montón de libros de orígenes dispares ha adquirido sentido, tal vez porque todos juntos cuentan una historia. Nuestra historia. Si decidiéramos ordenar nuestros libros según su fecha de adquisición, el resultado sería parecido a escribir nuestras memorias. Yo mismo lo compruebo en estos momentos. Repaso con la vista los estantes de mi biblioteca y raro es el libro que no trae recuerdos muy vívidos consigo. Esa edición ilustrada de los cuentos de Andersen era la que mis padres me leían cuando yo aún no sabía leer. Esa novela de Mújica Laínez fue parte del premio de relato que gané en el instituto. Ah, y ahí está la edición de Borges que me firmó María Kodama en aquel curso de la Menéndez Pelayo. Cuánto se parecen a mí estos libros. Al que fui y al que soy. Sin embargo, puede que un día no muy lejano tenga que enajenar buena parte de esta biblioteca por falta de espacio. ¿Qué sucederá entonces? ¿Encontraré a alguien que los quiera comprar? Y cuando mi biblioteca se disgregue y todos estos libros acaben en librerías de viejo o en ferias del libro usado, ¿qué será de mí entonces? ¿Seguiré siendo quien soy o habré ingresado en el reino de la desmemoria, como las historias olvidadas de un viejo libro que nadie compra, que nadie quiere volver a leer?

Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/7/2015

Castigos bíblicos


Llevo apenas cinco días en el pueblo y Albacete empieza a parecerme un espejismo. De hecho, tengo dudas de que siga existiendo. Tal vez el calor haya ganado la batalla y la ciudad entera haya desaparecido en un cráter de fuego. Ahora que lo pienso, hace días que no sé nada de los familiares y amigos que quedaron allí. Puede que cuando termine esta columna y la envíe por correo electrónico, obtenga un mensaje de error como respuesta en el que me comuniquen que el destinatario ya no existe. Es posible que esté escribiendo estas líneas para un puñado de lectores fantasmagóricos que, a estas alturas, habrán quedado calcinados por el sol sahariano y el viento infernal, como esos romanos que no pudieron salir de Pompeya y acabaron convertidos en burbujas de aire bajo las ardientes cenizas. Lo que está ocurriendo, este calor apocalíptico que nos azota, podría incluso entenderse como un castigo bíblico. Basta con dar una vuelta por la Zona cualquier fin de semana para darse cuenta de que algo anda muy mal. ¿Quiénes son todos esos extraños uniformados con pintorescas camisetas que hacen ostentación de su ebriedad por nuestras calles? ¿De dónde han salido esas desvergonzadas que cantan obscenidades a coro y muestran sus intimidades al orinar a la vista de todos? ¿Por qué se ha convertido nuestra ciudad en La Meca de todas las peregrinaciones etílicas? Creo recordar que Sodoma y Gomorra ardieron por bastante menos. Cuando vuelva a Albacete, ¿los encontraré allí todavía o habrán perecido todos bajo el fuego divino? Por si acaso, pónganse en paz con su creador. O mejor aún, márchense todos a su pueblo y dejen la ciudad para los juerguistas de las despedidas de soltero. Y que sean ellos los que ardan.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 17/7/2015


Let It Be


Se han cumplido cincuenta años de los dos conciertos que los Beatles dieron en España, y a todos los seguidores de la banda de Liverpool nos ha vuelto esa morriña que nos aflige de vez en cuando, como si la beatlemanía fuera una enfermedad crónica de la que hay que esperar recaídas ocasionales. Si hago memoria, creo que el virus lo contraje a los doce o trece años, y fue por culpa de un par de singles que mis primos ponían constantemente en su tocadiscos. En la cara A del primero estaba A Hard Day’s Night. Por entonces a mí este disco me gustaba mucho más que el otro, que era el single de Let It Be. No parecían el mismo grupo, ni por música ni por la pinta que mostraban en las fotos de las portadas. Los chicos sonrientes del primer disco se habían convertido en hippies melenudos en el segundo. Los Beatles del año 64 eran como los hermanos mayores que todos los críos queríamos tener. Los de 1970 (año en que se publicó Let It Be) parecían tipos poco recomendables, individuos de esos que se drogaban y atentaban contra el orden establecido. Con el tiempo llegamos a comprender que aquel cambio era como una metáfora de nuestras propias vidas, el tránsito entre la niñez y la juventud, de los flequillos y los pantalones cortos a las litronas y los canutos, de jugar al «pillao» en la calle a correr delante de los maderos en una manifestación de estudiantes. Me sigue gustando Qué noche la de aquel día, aunque sin duda ahora me identifico mucho más con Let It Be, que habla de cosas que provocan dolor, cosas que no merecen la pena y que es preferible dejar atrás.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/7/2015