La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

jueves, 30 de agosto de 2018

El final del verano



Estos últimos días de agosto tienen algo de tierra de nadie, de tiempo fuera del tiempo. La sensación de desubicación es tan intensa que no se doblega a los remedios habituales. Las redes sociales han enmudecido. Nadie cuelga álbumes vacacionales con fotos playeras, visitas a países lejanos e instantáneas de comilonas. Nadie se retrata las piernas tostándose al sol ni nos muestra el daikiri que acaban de servirle, adornado con sombrillitas. Nuestros amigos virtuales parecen haberse evaporado sin dejar rastro. Sin embargo, sospechamos que están escondidos en sus domicilios, con las persianas bajadas, al amparo del aire acondicionado, y tal vez avergonzados por no tener nada interesante que mostrar en sus perfiles de Facebook y de Instagram. Muchos ni siquiera contestan el teléfono, pues nada es tan humillante en época veraniega como reconocer que uno está en su casa, consumiendo Netflix y sin el menor atisbo de plan en perspectiva. Sabemos que este marasmo tiene los días contados. Apenas queda una semana para ingresar de nuevo en la realidad. Volveremos pertrechados con fotos de viajes y vivencias emocionantes, tratando de convencer a compañeros y amigos de que no somos los mismos que les dijimos adiós hace apenas unas semanas, sino una versión perfeccionada, más viajados, todavía morenos, con la piel más tersa y perfumada de cremas solares. Por fortuna, esta ilusión se desvanece con la misma rapidez que los bronceados playeros, y lo que queda son los mismos seres mustios de siempre, resignados a arrostrar otros otoños, otros inviernos, nuevos reveses y decepciones. Mejor sería aprovechar estos días de soledad de finales de agosto para hacernos a la idea de que nada ha cambiado, de que, por más que nos empeñemos, no hay forma de tomarse unas vacaciones de uno mismo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/8/2018

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