La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

jueves, 30 de agosto de 2018

El fantasma del súper



No, no estoy loco. No he desarrollado un trastorno esquizoide ni me he convertido en un conspiranoico. Lo que cuento es verdad. En mi supermercado han organizado un complot contra mi persona. Tengo pruebas. Se han empeñado en cambiarme los productos de sitio cada vez que consigo crearme un mínimo esquema mental de la disposición de cada cosa. Además, lo hacen sin el menor criterio lógico. No atienden a la composición de cada alimento ni a la hora del día en que se consume. Colocan las tostadas Ortiz en el extremo opuesto del pan de molde Bimbo. La piña enlatada El Monte hay que ir a buscarla a kilómetros de distancia de la fruta fresca. El chocolate y el café (productos afines, como todo el mundo sabe) se alejan cada día más, con absoluto desprecio por la taxonomía de Linneo. Me he convertido en el fantasma del supermercado. Deambulo por los infinitos pasillos hasta que todo se vuelve borroso y el aceite de oliva virgen y el amoniaco perfumado me parecen la misma cosa. La compra semanal se ha convertido en un suplicio, en mi modesto descenso a los infiernos. Pero nunca pido ayuda a las empleadas, pues tienen la consigna de guiarte hasta el emplazamiento del producto que no eres capaz de encontrar, lo que me da muchísima vergüenza. Sin embargo, he notado que me miran con lástima cuando me ven surcar el mismo pasillo por octava vez con la vista extraviada. Alguna de buen corazón querría tomarme de la mano, como a un niño pequeño, y acompañarme hasta el nuevo y absurdo paradero de los Yatekomo. Pero las demás se burlan de mí. Esperan ansiosas a que me vaya para volver a cambiarlo todo de sitio. ¿Qué le he hecho yo al gerente de este supermercado? ¿Acaso fui su profesor de inglés?

Publicado en La Tribuna de Albacete el 25/5/2018

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