La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 29 de agosto de 2016

Compras por internet


Soy hombre de pocos vicios. Ahora bien, los que conservo los tengo muy arraigados. Desde la infancia, por ejemplo, me gusta comprar baratijas por correo. Entonces encargaba artículos del catálogo de La Casa Honor, a cual más decepcionante. Ahora me abastezco de eBay y de Amazon. Mi última adquisición es lo que se conoce como una «guitarra de bolsillo», aunque yo la llamaría más bien una «guitarra para tontos». Al verla en internet me pareció una gran idea. Se trata de un artilugio alargado y negro con aspecto del mando a distancia. Sin embargo, al abrirlo emerge el mástil de una guitarra. Un mástil aserrado, para ser más exactos, porque consta únicamente de seis trastes en lugar de los veinte habituales, pero con eso basta para tocar la gran mayoría de acordes. Lo que no comprendí es que no era un instrumento propiamente dicho. Es decir, tiene cuerdas y demás, pero no suena. Únicamente sirve para practicar las posiciones de los dedos de la mano izquierda. Por lo demás, es un trasto perfectamente inútil. El artefacto yace ahora sobre mi mesa. Tampoco es que ocupe mucho sitio (ni que me haya salido muy caro) pero su inutilidad es tan clamorosa que su mera presencia basta para hacer que me sienta un tonto de solemnidad. Aunque puede que acabe tomándole gusto a esto de comprar idioteces. De hecho, llevo un par de días ojeando los distintos modelos de bolas de cristal que se venden en eBay. Las hay desde seis dólares, con gastos de envío incluidos. Un precio lo bastante módico como para permitirme el capricho, aunque sepa de antemano que no va a funcionar. Ahora bien, si en el próximo artículo soy capaz de pronosticar si tendremos o no elecciones en diciembre, ya saben que por fin habré encontrado un chollo de los buenos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 26/8/2016

martes, 23 de agosto de 2016

Adiós


Mañana empiezan las fiestas del pueblo donde pasamos buen parte del verano. Eso quiere decir que mañana terminan nuestras vacaciones aquí. Adiós al aire transparente de las mañanas, al chapuzón en la piscina municipal, a las tardes soñolientas, al paseo entre olivos y almendros, a las acrobacias crepusculares de las golondrinas, al fresco aire nocturno y a la colcha en la cama. Adiós a las cervezas en el patio, al zumbido de los moscardones, a las siestas  hasta pasado mañana, al crepitar de la leña en la barbacoa. Adiós a la fragancia de la tierra tras el chaparrón estival, al tañido de las campanas en la ermita anunciando la novena, a la mirada que se pierde en la lejanía mientras el sol completa su recorrido. Adiós al encuentro con uno mismo, al placer de habitarse por entero. Adiós al silencio, al deleite de escuchar el rumor de la sangre en los oídos. Adiós a los días sin reloj, a sentirse dueño y señor del tiempo, al dulce abandono en brazos de la persona amada. Mañana empiezan las fiestas de este pueblo. Empieza el fragor de la verbena hasta la madrugada. Empiezan las barrabasadas de esas manadas de adolescentes que solo visitan el pueblo durante las fiestas y que, libres de la vigilancia paterna, celebran sus salvajes ritos de iniciación a base de alcohol, motocicletas y brutalidad. Mañana, este lugar que para mí ha sido el paraíso, se convierte en territorio comanche, en un sitio hostil del que es necesario huir. Y con esta urgencia por escapar llega la constatación de hasta qué punto somos intrusos aquí. Este pueblo donde pasamos las vacaciones, poblado por fantasmas durante los crudos meses de invierno, adquiere vida a finales de agosto, como un cadáver que revive bajo el sol. Nos marchamos porque no pertenecemos a este lugar. En cambio, no me cabe duda de que mis vecinos disfrutarán de sus fiestas. Y es justo que así sea.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/8/2016

viernes, 12 de agosto de 2016

Ruido blanco


El ruido blanco se define como aquel sonido aleatorio que posee la misma densidad espectral de potencia a lo largo de toda la banda de frecuencias. Para entendernos, son ruidos blancos el rumor de las olas, el del agua de un arroyo, el crepitar del fuego o el de una radio que no recibe ninguna emisora. Yo descubrí sus propiedades cuando vivía en la calle Zapateros y mis ventanas distaban apenas diez metros de las del conservatorio. En jornadas continuas de mañana y tarde, los benditos estudiantes de música aporreaban teclados y tambores, tañían cuerdas y soplaban con toda la energía de sus jóvenes pulmones en instrumentos de viento que recordaban a las trompetas de Jericó, todo ello con las ventanas de sus aulas abiertas de par en par. El clamor resultante era de tal intensidad que me impedía cualquier actividad que requiriese un mínimo de concentración. Finalmente, al borde ya de la locura, descubrí que era posible enmascarar el estruendo que brotaba del edificio de enfrente usando un generador de ruido blanco. Con esto y unos auriculares, lograba sustituir aquella sinfonía demoníaca por una especie de rumor de parásitos radiofónicos que resultaba bastante sedante, y que me permitía concentrarme y trabajar sin problemas. Hoy en día, con la proliferación de los smartphones, es posible descargarse aplicaciones que reemplazan cualquier ruido exterior por los sonidos de la jungla, de la playa o de una hoguera. Considero que estas aplicaciones son de especial utilidad durante estas perezosas tardes estivales, cuando la tele del vecino se cuela en nuestros hogares, jorobándonos la siesta con alguno de esos comentaristas deportivos que vociferan emocionados, o con el discurso de algún político anunciando que su partido se dispone a hacer lo contrario de lo que habían afirmado que haría. Les animo a probar el ruido blanco para librarse de esos pesados. Mano de santo, oiga.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/8/2016

viernes, 5 de agosto de 2016

Reválidas


A pesar de lo poco propicias que son estas fechas para abordar cuestiones medianamente serias, se está oyendo hablar mucho sobre la implantación para el próximo curso de las reválidas de ESO y Bachillerato. Con un PP crecido en la adversidad, parece que el cumplimiento de la LOMCE no admite más demora, lo que ha provocado una tímida rebeldía en algunas de las comunidades gobernadas por el PSOE. Se argumenta que las reválidas ponen en tela de juicio el progreso de los alumnos durante toda una etapa educativa, puesto que los chicos deberán jugarse a un solo examen la titulación que hasta ahora recibían por el hecho de aprobar los cursos correspondientes. También se habla de que el sistema introducirá intereses económicos (los de las academias) en una cuestión que debería ser puramente educativa, pues serán mucho los estudiantes que tendrán que recurrir a clases particulares para poder revalidar su título en septiembre. Los detractores afirman, además, que las reválidas desprestigian la labor del profesorado al restarle valor a la evaluación que se realiza en los centros. De lo que no se habla es de esos alumnos que dejan los institutos públicos para ingresar en colegios privados, donde los padres que pueden permitírselo buscan asegurarse el aprobado o las buenas calificaciones de sus hijos. Quizás las reválidas que se avecinan sirvan al menos para poner en evidencia el auténtico valor de esas calificaciones obtenidas «a golpe de talonario» (no faltan ejemplos cercanos). Dudo que el sistema que prevé la LOMCE sea el idóneo, pero estoy convencido de que es necesario un procedimiento que modere las calificaciones y actúe como piedra de toque, separando la evaluación honesta y veraz de la que no lo es. Otra cosa sería perpetuarnos en la injusticia y en la arbitrariedad. Y en la enseñanza ya andamos más que sobrados de ambas.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/8/2016