La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

jueves, 30 de agosto de 2018

Teleoperadores



Quien más quien menos, todos tenemos una cierta vena vindicativa, es decir, a veces nos gusta poner las cosas en su sitio. A mí me ocurre con los teleoperadores que me joroban la siesta (con los teleoperadores, vamos). Antes los ignoraba y colgaba el teléfono directamente. Ahora, cuando me siento inspirado, prefiero ponerlos en pequeños bretes. Esto no significa que los trate de forma despectiva o desagradable (en su trabajo va implícito su propio castigo). Simplemente los someto a situaciones insólitas a ver cómo responden. Hace un par de semanas, cuando me encontraba a punto de alcanzar el nirvana vespertino, me llamó un joven del BBVA preguntando por mi exmujer, de la que me divorcié hace más de un lustro. «No, no vive aquí», repuse. «¿Pero la conoce?», insistió, inasequible al desaliento. «Vaya que si la conozco. Como que estuve casado con ella veinte años». Las carcajadas de mi compañera actual me impidieron oír las excusas que murmuraba el teleoperador. Ayer le tocó el turno a una señorita de la compañía de seguros Santa Lucía: «Señor Cebrián, queremos dejarlo completamente protegido». La cosa prometía, de modo que decidí escuchar. Lo que me ofreció fue un seguro de accidentes en virtud del cual mis allegados cobrarían una indemnización de 70.000 euros si yo moría de forma violenta o quedaba totalmente incapacitado. «No me interesa». «Pero señor Cebrián, ¿es que no quiere usted quedarse tranquilo y protegido». «Mire, señorita, yo creo que si le digo mi gente que van a cobrar setenta mil pavos si yo palmo en un accidente, al cabo de unas horas me estoy cayendo por la ventana». «Pero, hombre, ¿cómo me dice usted eso?» Respiré hondo y me preparé para la frase final: «Usted no conoce a mi familia».

Publicado en La Tribuna de Albacete el 22/6/2018

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