La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 31 de octubre de 2014

Un librero


Cumplidos los cincuenta, uno ya no sabe si va o si viene. Juan Valero, sin embargo, ha decidido ahorrarse la incertidumbre y decirnos adiós una semana antes de su quincuagésimo cumpleaños, que habríamos celebrado ayer. Las emociones tienen cauces de expresión mucho más adecuados que las páginas de un diario. Tras llorar al amigo en privado, hoy queremos honrar la memoria de ese librero que, en el mundo de Amazon y de los ebook, era un auténtico bicho raro. Para mí Juan era uno de los últimos representantes de la noble estirpe de los libreros, profesión que nada tiene que ver con la de dependiente en una librería. «Un día les prenderemos fuego tú y yo», me decía con esa sonrisa suya de crío travieso. Y luego señalaba disimuladamente hacia la mesa donde se apilan todos los libros que nunca debieron existir (las memorias del titiritero mediático de turno, la último pseudonovela de Paulo Coelho…). Aunque yo sabía que eso era un farol, porque nadie amó los libros como él, y por extensión la librería que lo vio crecer y casi morir. De hecho, muchos clientes pensaban que él era el dueño de la Popular, me imagino que con el beneplácito de Ángel Collado, quien hasta el último día fue para él un amigo y casi un padre. Más de treinta años, toda una vida al servicio de ese concepto abstracto y un tanto equívoco que llamamos «la cultura de Albacete». Sin embargo, al pensar en Juan el asunto no admite duda. Trabajar por la cultura de Albacete era lo que él hacía desde el mostrador de su librería, una tarea colosal que debería obtener ahora su reconocimiento. Y con una única mancha en su expediente: él fue quien me vendió mi primer ebook. Pero no te preocupes, Juan. Hoy purgaremos ese pecadillo comprando un libro de los de verdad, de los que a ti te gustaban.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 31/10/2014

viernes, 24 de octubre de 2014

Turismo


El tiempo, que anda un poco caprichoso este otoño, ha decidido que gocemos de algunos fines de semana estivales que seguramente nos birlará del próximo verano. Este último lo he aprovechado para darme una vuelta por la pintoresca ciudad de Granada, donde he realizado algunas observaciones que me apresuro a trasladarles. La primera es que el viaje a Granada tiene algo de migración, y una vez completado casi resulta inverosímil la idea de que vengamos de una provincia limítrofe. Lo que en realidad nos separa no es tanto la distancia como la orografía confabulada con la red de carreteras. Y una vez allí todo es raro, desde el acento de la gente hasta esas montañas nevadas que parecen estar ahí mismo, y que a mí se me antojaron casi un espejismo. Lo que comprobé a continuación es lo mucho que este país ha avanzado en todos los sentidos, porque cada vez es más difícil distinguir a un turista nacional de un guiri. Yo mismo ejercí un poco de guiri durante el resto del fin de semana, arrastrando mi sobrealimentada anatomía por los lugares turísticos al uso, sudoroso, achicharrado, con los pies destrozados por tanta cuesta y tanta joya arquitectónica nazarí, ojo avizor en busca de un sitio donde comprar agua o donde hacer aguas, ensimismado ante los menús que hay a la puerta de restaurantes, resignado a que saldría de allí mal comido pero bien cobrado, prisionero dentro de un tablao flamenco donde, si les soy sincero, pasé un poco de miedo. Al final, la única diferencia entre el turista de aquí y el de fuera es que el segundo habla raro, y en el caso de ciertos nacionales ni siquiera ese dato resulta significativo. Y para colmo de males no existe la solidaridad entre los turistas, que probablemente sean los seres que más desprecien a sus semejantes. En fin, que siempre resulta un alivio volver a casa y no cruzarse con un solo visitante. Y saber que, para bien o para mal, aquí solo nos tenemos los unos a los otros.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/10/2014

martes, 21 de octubre de 2014

Ciberchulos


Tres psicólogos de Harvard han demostrado que acabamos tomándoles manía a quienes fardan por las redes sociales. Seguro que los responsables de esta investigación se convierten en candidatos a los premios Ig Nobel, que galardonan la estupidez de quienes se embarcan en las investigaciones académicas más peregrinas del año. Por lo demás, todos conocemos a esos especímenes que dedican sus Facebooks o sus Twitters a restregarnos por la cara sus fascinantes vidas, repletas de viajes exóticos, comidas suculentas y eventos de postín. Mediante campañas permanentes de autopromoción, dichos fulanos buscan despertar admiración y aumentar su prestigio, pero tan solo consiguen generar un rechazo instantáneo, un rechazo cuya magnitud es directamente proporcional al grado y frecuencia de la chulería. Por mi actividad literaria, yo mismo he constatado el grado de encono que los escritores llegamos a sentir cuando un «amigo» de nuestro gremio anuncia que ha ganado un premio, o que va a publicar en una editorial de prestigio, o que sus fans lo adoran y le piden autógrafos por la calle. Hasta ahora yo pensaba que se trataba de envidia cochina, pero gracias a los tres psicólogos de Harvard he conseguido ponerme en paz con mi conciencia. La culpa, amigos, no es mía, sino de esos chulos del demonio que pretenden hacerme ver a toda costa que sus vidas son mejores que la mía. Con su obscena ostentación, lo único que demuestran es su incapacidad para comprender la naturaleza humana, que se solidariza con la desgracia ajena, pero reacciona de forma virulenta ante el éxito de los demás, sobre todo cuando este se nos restriega a diario desde la pantalla del ordenador. «¡Alegraos conmigo!», parecen decirnos. «¡Anda y que te den!», respondemos nosotros mentalmente. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 21/10/2014

sábado, 11 de octubre de 2014

Las cuentas de Cospedal


A los malos pagadores siempre les acaban cuadrando las cuentas. Seguro que a Cospedal le cuadran de maravilla. El cómo ya importa menos con tal de que las cifras del déficit salgan aseadas. Importa muy poco que se privaticen hospitales, que se eliminen camas y que las listas de espera se estiren hasta lo imposible al tiempo que se maquillan de un modo repugnante. Importa poco que los pacientes con enfermedades crónicas de gravedad hayan pasado al limbo clínico, que el personal sanitario se vea obligado a trabajar en condiciones de auténtica explotación y que las ayudas a personas dependientes se hayan rebajado hasta la categoría de limosnas. Importa poco, muy poco, que los profesores de la enseñanza pública trabajen más por menos, que muchos vean cómo su plaza (ganada por oposición) se esfuma junto con su tranquilidad, y que miles de compañeros interinos, tan valiosos como necesarios, se van al paro sin esperanzas de regresar a las aulas. Son solo víctimas colaterales, daños insignificantes si se tiene en cuenta lo bonitas que están quedando las cifras del déficit para que don Mariano pueda fardar en Bruselas. Todo es válido con tal de que las cuentas cuadren, hasta retener los más de cuatrocientos euros que los estudiantes de las residencias universitarias han de desembolsar en concepto de fianza, un dinero del que muchas familias necesitan para afrontar los gastos académicos de sus hijos. «Pero ¿cuándo lo van a devolver?», preguntan los padres ya desesperados. Y casi es posible imaginar la sonrisa del funcionario toledano cuando, por vía telefónica, aconseja resignación y paciencia, la paciencia que ellos no tendrían si los malos pagadores fuésemos nosotros a la hora de pagar impuestos. Así ya pueden cuadrarle las cuentas, señora presidenta. Aunque pudiera ser que las otras cuentas, las de intención de voto, no le salgan tan redondas.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/10/2014

sábado, 4 de octubre de 2014

Un par de guantazos


La feria de Albacete convierte ciertas vías peatonales de la ciudad en aparcamientos gratuitos, o por lo menos eso piensan algunos. Recuerdo una tarde en que la plaza del Periodista Antonio Andújar tenía aspecto de parking o de concesionario de vehículos. Bolígrafo en ristre, dos agentes de la policía local no daban abasto para tanta multa, cuando se presento el airado dueño de uno de los vehículos. En uno tono propio del más avezado energúmeno, el individuo aquel reprochó a los policías la sanción que acababan de ponerle. En respuesta, uno de los agentes se limitó a explicarle el motivo de la denuncia y la molestia que provocaba al dejar su coche en un área de tránsito peatonal que, además, es zona habitual de juegos infantiles. Entonces comenzaron los gritos y los insultos. «¡Sinvergüenzas! ¡Que sois unos sinvergüenzas!», berreaba el individuo. Pero los agentes se limitaron a subir en sus bicis y alejarse, dejando al sujeto aquel gritando con su multa en la mano. No entro aquí a discutir sobre el oportunismo sancionador ni el afán recaudatorio de la policía local. Me limito a dejar constancia de una actuación ejemplar de dos agentes que tuve ocasión de presenciar. Y también a realizar una pequeña reflexión sobre la autoridad. La autoridad no es propiedad de este o aquel funcionario o político. Es un patrimonio común que, a modo de herramienta, se les concede a algunos servidores públicos para que puedan ejercer su labor. Sin autoridad no habría justicia, educación, sanidad ni orden público. Un tipo que deja su coche aparcado en cualquier sitio e insulta a unos policías nos está insultando a todos. En ciertos países habría sido detenido o habría terminado boca abajo sobre el suelo, con esposas en las muñecas y la bota de un policía sobre la cabeza. Es una suerte vivir en un país donde no ocurren esas cosas. Pero a más de uno le vendrían bien un par de guantazos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/10/2014