La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 25 de abril de 2014

García Márquez, felicidad y asombro


Me dispongo a escribir sobre García Márquez cuando sus cenizas todavía andan de gira por ahí, y al hacerlo rompo una de las normas que me impuse al estrenarme como columnista, la de no publicar nunca necrológicas. Debo aclarar que quizás sea la única regla que no había incumplido aún, por lo que no creo que pese demasiado sobre mi conciencia. Seguramente García Márquez fue mucho más fiel que yo a las normas del periodismo. Pero la novela y el relato son otra cosa. Para mí (y estoy seguro de que también para él) la ficción literaria no debe retratar ni relatar el mundo, sino tratar de explicarlo. Un buen narrador no intenta representar la realidad. Su tarea consiste en construir modelos para ayudar a comprenderla. Las grandes novelas mantienen un equilibrio complejo con el mundo real. La realidad de una novela es la del arte, una realidad trascendida por el lenguaje y por la imaginación. Hay buenas novelas que tratan de ahondar en una parcela de la vida. Hay novelas tan grandes que sus páginas contienen el mundo y son a la vez un manual de instrucciones para abordar su comprensión. Son libros que se nos figuran universales porque tienen mucho que decir a cualquier lector de cualquier época. Esta es la esencia de los clásicos. Esta fue la sensación que tuve al leer por primera vez Cien años de soledad.
En los encuentros que mantengo con lectores suelen preguntarme cuál es el autor que más me ha influido y casi siempre menciono a Borges. Pero ha llegado el momento de reconocer que no es verdad. Mi auténtica epifanía como lector (y seguramente también como escritor en ciernes) tuvo lugar a mis dieciséis años, el día en que me aventuré por primera vez entre las páginas de Cien años de soledad. Durante unos días aquel libro fue para mí el mundo, la familia Buendía se convirtió en mi familia, y sus peripecias pasaron a ser para mí más importantes que las cosas que me ocurrían fuera de la novela. Durante unos días de lectura enfebrecida conviví con las sucesivas generaciones de Aurelianos y José Arcadios, los acompañé a conocer el hielo, me dejé llevar por sus odios y sus pasiones, luché en sus guerras, recorrí las calles de aquel Macondo mítico, a veces polvorientas, a veces anegadas bajo un diluvio de proporciones bíblicas, navegué por ese caudaloso río de años, de nombres y de rostros, me mantuve al acecho en esa casa ancestral cuyas vigas, un día sólidas, se desmoronan por la acción del comején, del abandono y de la soledad, esa casa donde durante muchos años fue posible ver el fantasma del patriarca José Arcadio Buendía amarrado al castaño del patio, donde Úrsula Iguarán vive aterrada por la posibilidad de que alguno de sus vástagos nazca con una cola de cerdo, donde el gitano Melquíades escribe su crónica familiar en una lengua que nadie conoce, esa casa desde donde Remedios la Bella emprende su ascensión a los cielos en medio de un revoloteo de sábanas blancas.
La lectura de la obra de García Márquez (después vendrían otros relatos y novelas) me abrió los ojos como lector, lo que equivale a decir que me abrió los ojos al mundo. En cuanto a mi formación como escritor, sospecho que pasé los primeros años de mi actividad literaria tratando de imitar al maestro, y que mi afán posterior fue seguir haciéndolo sin que se me notara demasiado. Y otra confesión. Al escribir sobre los autores que admiramos, lo que en realidad hacemos es escribir sobre nosotros mismos. Es vanidad, lo sé. Pero sin vanidad no hay literatura. Ya puestos, permítaseme también la vanidad de suponer que estas líneas interesan o distraen a algún lector. Permítanme recomendarles que, si aún no lo han hecho, se apresuren a darse una vuelta por las calles de Macondo. Estoy seguro de que nos encontraremos al volver alguna esquina.
He tenido la oportunidad de conocer en persona a muchos escritores que admiro. No es el caso. A diferencia de otros columnistas, no he podido comenzar este artículo con la frase «el día en que conocí a Gabo…». Nunca pude decirle a García Márquez lo mucho que su obra ha significado para mí. Pero eso no importa. Como todos los maestros de su talla, seguramente él ya estaba de vuelta de halagos y alabanzas. Mucho más importante es ese diálogo de más de tres décadas que hemos mantenido en un lugar donde Gabriel García Márquez siempre estuvo y estará, y que no es otro que las páginas de su obra literaria. Un lugar que siempre seguiré frecuentando, como todos los que pertenecemos a esas estirpes de lectores que, por su culpa, se saben condenadas a cien años de asombro, a cien años de felicidad sobre la tierra.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 25/4/2014

lunes, 21 de abril de 2014

La culpa es de Dionisio


A los estudiantes se les ha hecho muy largo el segundo trimestre de este curso. Estamos en uno de esos años en los que las vacaciones de Semana Santa caen tarde. El curso pasado, sin ir más lejos, las vacaciones empezaron el 28 de marzo, dos semanas antes que este año. La Junta intenta compensar estos vaivenes anteponiendo o posponiendo las vacaciones a los días festivos de la Semana Santa, con lo que esto supone de trastorno para las familias, que pueden encontrarse a sus hijos de vacaciones escolares en una semana que para ellos es laborable. Este año las vacaciones guardan mayor sincronía con las festividades. Con todo, es imposible evitar que exista discrepancia entre los calendarios escolar y laboral, de modo que aquellas familias afortunadas en las que ambos progenitores trabajan seguirán teniendo que inventar fórmulas para tener atendidos a los niños mientras ellos van a ganarse el sustento, fórmulas que en muchos casos llevan el nombre de los abuelos.
Año tras año observamos resignados cómo la Semana Santa y las vacaciones escolares asociadas a ella saltan de forma caprichosa en el calendario, con el consiguiente trastorno para las familias. Para comprender el motivo de tan curioso proceder debemos remontarnos hasta el siglo VI, época en que un monje llamado Dionisio (al que apodaban «el Exiguo», sepa Dios por qué) ideó la fórmula de calcular la fecha del Domingo de Resurrección a partir del calendario astronómico (el primer domingo posterior a la primera luna llena que siga al equinoccio de primavera, nada menos). El problema es que esta fecha puede estar comprendida entre el 22 de marzo y el 25 de abril, es decir, con más de un mes de diferencia.
Por culpa de Dionisio el Exiguo y de sus malditos cálculos, los alumnos de los colegios y los institutos de este país completaron la segunda evaluación hace casi un mes (más tiempo, en el caso de los mayores). Después, en lugar del descanso vacacional, se han encontrado de sopetón con el tercer trimestre, con lo que pueden imaginar el rendimiento de los chicos durante estas semanas inmediatamente anteriores a las vacaciones. Como ven, no se trata únicamente de una dificultad para las familias, sino de un serio problema en la organización del curso académico. Y creo que no hace falta preguntarle a un pedagogo para comprender las dificultades que todo esto supone para estudiantes y profesores. Pero no queda ahí la cosa, porque al poco de regresar de las vacaciones de Semana Santa nos encontramos con el puente del 1 de mayo. La irracionalidad elevada al rango de calendario escolar. Claro que no sucede lo mismo en todas partes.
Los franceses aplican el principio pedagógico de que el rendimiento de los alumnos disminuye de forma drástica al cabo de cada 30-35 días lectivos. Por ello introducen unas vacaciones escolares de diez días en mitad de cada trimestre que nada tienen que ver con las fiestas religiosas (no sé si los padres de los escolares franceses se enfadan por ello, aunque todo es posible). En el Reino Unido se procede de un modo similar. Además, los festivos se vinculan siempre al fin de semana en lo que se llama bank holiday, que viene a ser lo mismo que nuestros puentes pero mejor organizado. En Italia, sin embargo, la Semana Santa baila en los calendarios igual que aquí, lo que se explica por la tradición católica que españoles e italianos compartimos.
Los hay que abogan por la instauración de un calendario laboral independiente de las fiestas religiosas, lo que me parece una utopía (por no decir una soberana estupidez). Al margen del número real de católicos practicantes, la Semana Santa es un hecho sociológico que no se puede ni se debe erradicar. No es posible darle la espalda a la Historia. Los franceses tuvieron su revolución y los ingleses un cisma en el siglo XVI, y ninguna de esas cosas ha ocurrido aquí. Además, la Semana Santa tiene una importancia capital, y no me refiero solamente a los devotos, los costaleros y los penitentes, sino a la totalidad del sector turístico. Lo que quizás no resulte tan descabellado es que la iglesia católica se plantee hacerle un favor a la sociedad civil, a los trabajadores con hijos y a los estudiantes, y «programar» el Domingo de Resurrección con independencia del equinoccio y las fases lunares, de tal forma que el segundo y tercer trimestre de cada curso tengan una duración semejante. Tal vez sea pedir mucho, toda vez que ello supondría cambios sustanciales en el calendario litúrgico (Cuaresma, Pentecostés, etc), pero creo que mucha gente lo agradecería, incluso más de un católico practicante. Y dudo que a Dionisio el Exiguo, a estas alturas, le diera por revolverse en su tumba.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 18/4/2014

viernes, 11 de abril de 2014

Periféricos


Entre los que nos dedicamos a esto de la creación existe una antigua polémica acerca de si es posible triunfar y darse a conocer desde Albacete. Hace veinte años o menos esta discusión no habría tenido sentido. La respuesta habría sido un rotundo no. Pero luego vinieron los avances en las comunicaciones, el AVE y, sobre todo, internet, que nos permite alimentar la ilusión de que poseemos el don divino de la ubicuidad. Ahora podemos encontrar ejemplos para todos los gustos. Hay pintores de Albacete que se han mudado a la capital y han cosechado un gran reconocimiento (como el estupendo José Luis Serzo), pero también están los que han preferido quedarse y aun así han logrado adquirir una proyección nacional y allende nuestras fronteras. Ahí está, por ejemplo, Pepe Enguídanos, que un día está exponiendo en Frankfurt y al siguiente se teletransporta hasta la barra del Víktor o del Indiano. Los actores y directores teatrales de Albacete, sin embargo, parecen tenerlo mucho más difícil para prosperar en nuestra tierra. Y de los músicos casi mejor ni hablamos. Pero permítanme centrarme en lo mío, que es la escritura. ¿Es necesario mudarse a una gran ciudad para darse a conocer como escritor?
El sentido común parece decirnos que no. A fin de cuentas, para escribir bien no hace falta más que un poco de talento, bastante tiempo y algo de tranquilidad, y Albacete parece un lugar mucho más propicio para encontrar tiempo y tranquilidad que cualquier gran ciudad, donde la vida transcurre a un ritmo mucho más frenético y el tiempo se evapora entre autobuses y vagones de metro. Y para las comunicaciones está correo electrónico, esa maravilla de la tecnología que funciona con la misma velocidad y eficacia desde Madrid, desde Albacete o desde Pernambuco. Pero la cosa no es tan sencilla, y en este caso los hechos contradicen el sentido común. Verán, el mundillo literario (tal vez el mundillo artístico en general) es un ámbito restringido, más bien tirando a pequeño en el cual todo el mundo se conoce y la gente se encuentra con frecuencia. Presentaciones, charlas, fallos de premios, lecturas… Si suelen frecuentar esos actos, se habrán dado cuenta de que siempre se repiten las mismas caras. Pues bien, en Madrid o Barcelona ocurre exactamente lo mismo aunque a una escala algo mayor (pero no mucho mayor). Las caras quizás sean más conocidas, pero igualmente poco numerosas y repetitivas. La realidad es que el ambiente literario es provinciano hasta donde no debería serlo. Y para complicarlo todo, es en estas ocasiones sociales donde los autores tratan a toda costa de darse a conocer por el procedimiento de buscar la aprobación y el apoyo de otros autores más conocidos, de críticos influyentes y de editores. Tengo amigos escritores que residen en Madrid y pasan más tiempo de corrillo en corrillo que sentados delante del ordenador. Cualquiera de ellos reconocería que una ciudad de provincias como Albacete es mucho más propicia para la creación, pero lo que Albacete te da, Albacete te lo quita. Quedarse aquí viene a ser un pasaporte al anonimato, lo que en ocasiones se manifiesta de un modo casi grotesco. Recuerdo un premio literario que tuve la fortuna de ganar hace tiempo. «¿De dónde eres?», me preguntó uno de los miembros del jurado. «De Albacete», repuse. «Ah, muy bien, así que alcarreño», concluyó él.
El sambenito de autor local es como una losa que nos impide remontar el vuelo. Quienes escribimos desde aquí tenemos que aguantar la condescendencia (cuando no el menosprecio) de quienes, por su trabajo o por su posición, deberían apoyar sin titubeos la literatura albaceteña, al menos la de calidad. Y me refiero a ciertos bibliotecarios y gestores de cultura locales. Aunque a los que escribimos eso más bien nos trae sin cuidado. Más grave es el dilema que supone saber que es en otros sitios donde se cuecen las cosas, generalmente en petit comité, y que cualquier proyecto emprendido desde aquí suele verse dificultado o frustrado por nuestra condición de periféricos. Por eso he decidido realizar un casting con el propósito encontrar un doble en Madrid.
Hace un tiempo conté cómo mi amiga, que a la sazón pasaba unos días de vacaciones en Benidorm, había localizado a un doble mío. El pobrecillo, que en efecto era mi vivo retrato, resultó ser murciano. ¿Cuántos dobles míos habrá entonces en la capital, con sus tres millones largos de habitantes? Mi idea es apostarme en algunas de las esquinas más concurridas (Callao, Sol, etc) y limitarme a esperar. Y cuando aparezca un tipo que se me parezca mucho, abordarlo y hacerle mi oferta: «¿Quiere usted asistir a actos literarios por mí?» Si se muestra interesado, pasaríamos a lo detalles: «Solamente tiene usted que estar ahí y localizar a ciertos fulanos (fundamentalmente editores) cuyas fotografías le proporcionaré. Entonces, según un guión aprendido, les hablará de mi trayectoria literaria y se brindará a hacerles llegar un currículum y algún manuscrito». Por mi parte, me dedicaré a cultivar la ficción de que resido en Madrid a través de las redes sociales, colgando fotos de mi doble en compañía de rostros conocidos de la literatura y publicando prolijos comentarios sobre saraos a los que no he asistido. Es cierto que tendré que invertir algo de dinero, porque no creo que mi doble se preste de modo altruista a la complicada tarea de ser yo, pero creo que la inversión merecerá la pena. Todo sea por no tener que irme a vivir a una gran ciudad, con lo tranquilo que se vive aquí.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 11/4/2014

viernes, 4 de abril de 2014

Albacete, siempre


Cuando veo un turista caminando por Albacete siempre pienso que se trata de alguien que se ha perdido. Por eso no deja de sorprenderme el encontrarme con esos grupos que nos visitan los fines de semana, sobre todo los domingos. Cierto es que probablemente se trate de turistas de pocas pretensiones, pero son turistas al fin y al cabo. Sin el aliciente de las compras, ¿qué podemos ofrecerles a esos visitantes salvo calles semivacías y bares iguales a los de todas partes? ¿El museo de la Cuchillería? ¿El pasaje de Lodares? ¡Por favor, seamos imaginativos! Yo mismo he dedicado algunas horas a pensar en ello y tengo una respuesta de la que espero que nuestros responsables municipales tomen buena nota. Se la brindo gratis porque soy así de generoso y patriota.
Propongo organizar un tour turístico en torno a tres núcleos temáticos. El primero de ellos se desarrollaría durante la mañana y su título sería «Experimente en sus propias carnes los horrores de la guerra». La idea es volver la vista hacia el momento histórico más relevante de nuestra ciudad, que no es otro que los años de la guerra civil. El espectáculo arrancaría en el paseo de la Libertad. Como primer evento, propongo disponer a los turistas junto a la verja de la Diputación y hacerles presenciar un desfile de las Brigadas Internacionales, en cuya reconstrucción podrían participar algunos de los numerosos especialistas que languidecen en la Universidad y en el Instituto de Estudios Albacetenses, lo que de paso serviría para darle algún sentido a esta institución. A fin de aumentar la emoción y el dramatismo, hacia el final del desfile tendría lugar un simulacro de bombardeo aéreo, con efectos de luz y sonido y metralla de mentira que justificaría los impactos que pueden observarse en los barrotes de la verja. En ese momento, el guía instaría a los turistas a que echaran a correr en dirección al Altozano, donde buscarían la protección del refugio antiaéreo. Previamente se habrían retirado todos esos pósters tan didácticos como aburridos que se instalaron al convertir en lugar en Centro de Interpretación de la Paz. Una vez amontonados en bancos de madera o sobre el suelo, los turistas vivirían el terror de aquel famoso bombardeo de febrero del 37. Para ello se podría recurrir a ese sensurround que se estila ahora en los cines. Usando sonidos de baja frecuencia y algo de traqueteo mecánico, se lograría que todo el recinto del refugio se sacudiera tras el impacto de cada bomba. Sería también muy efectivo que los turistas sintieran la tierra y los fragmentos del cielorraso cayendo sobre sus cabezas. Incluso un pequeño derrumbamiento controlado podría hacer las delicias de nuestros visitantes, aunque se debería advertir que los aquejados de patologías de corazón se abstuvieran de participar.
Después de la comida llegaría la hora de la Cultura con mayúscula y la oportunidad de mostrar el carácter refinado y cosmopolita de nuestra ciudad. La idea es tan sencilla que no comprendo cómo a nadie se le ha ocurrido antes, y consiste en llevar a los turistas a algún rinconcillo pintoresco del parque y ofrecerles un recital de haikus a cargo de un grupo de los numerosos poetas albaceteños que cultivan esa estrofa de origen japonés (no en vano comienza a hablarse del eje Albacete-Kyoto). Nada mejor que una inmersión en el pensamiento zen, con hojas que caen, ardillas que saltan y fuentes cantarinas, para hacer la digestión de las contundentes viandas que dan justa fama a nuestra gastronomía..
El tercer núcleo temático se desarrollaría por la tarde y podría denominarse «Los misterios de Albacete» o quizás «Un viaje al corazón de las tinieblas». Para oficiar de guía, propongo a uno de esos parapsicólogos u ocultistas aficionados que también abundan por estos pagos. Él se encargaría de guiar a los turistas hasta el punto de la calle Mayor donde antaño se alzó el palacete de aquella marquesa que mutiló el cadáver de su hija, y donde ocurrieron otros sucesos espantosos que quizás incluso involucraran a los extraterrestres del planeta Ummo. Luego los turistas se podrían trasladar a la plaza del periodista Antonio Andújar, donde tantos poltergeist y apariciones (no sé si también marianas) se han registrado. Allí se les podría proyectar el vídeo del programa que Iker Jiménez dedicó al lugar, e incluso invitarles a participar en una sesión de espiritismo o a experimentar una psicofonía («neeeneeee, baaaaja al Cooonsum a compraaaaaar yoguuuuures»). Por último, si los turistas todavía disponen de tiempo, se podría trasladar al grupo al semisótano del instituto Bachiller Sabuco, donde se les mostraría el emplazamiento de la habitación secreta. Unos sencillos efectos a base de humo, luces estroboscópicas y sonidos de ultratumba redondearían el espectáculo.
Y no me queda sino recordarles a los responsables de nuestro turismo que pueden servirse libremente de mis ideas a cambio de que me mencionen en los créditos del folleto (aunque una calle y una placa en mi casa natalicia tampoco estarían de más). Todo por Albacete. Albacete siempre. De nada.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/3/2013