La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 31 de marzo de 2014

Un país de noctámbulos


Presumimos los españoles de que la siesta es nuestro auténtico deporte nacional, una broma tan arraigada que por ahí afuera se la han tomado en serio. Lo que los guiris no entienden es que para nosotros la siesta dista de ser una prueba de pereza o molicie. Somos un país de currantes y, cuando las cifras del paro nos lo permiten, damos el callo como el que más. Pero también somos un país de noctámbulos, los que más tarde nos vamos a la cama y menos horas permanecemos en ella. Si no fuera por la siesta, sencillamente no aguantaríamos hasta el final de la jornada.
Nuestra discrepancia con el reloj y con el sentido común arranca de la España franquista, como tantas lacras que aún sufrimos. La sintonía ideológica de nuestro dictador enano con el Führer era tal que decidió adoptar el mismo horario que en Berlín, aunque por nuestra situación geográfica nos correspondería una hora menos. Dicho con propiedad, nuestra zona horaria debería ser UTC+0, al igual que en Portugal, el Reino Unido o Marruecos (no en vano el meridiano de Greenwich pasa también por Castellón de la Plana). Y no contentos con eso, los españoles hemos emprendido el siglo XXI con unos horarios propios del país agrícola y rural que fuimos, muy distintos de los que se estilan en esos países que denominamos «de nuestro entorno» con cierto iberocentrismo no exento de envidia. Los horarios españoles son tan dispares con respecto a los que se estilan por ahí que no hay extranjero que no los encuentre disparatados.
En Gran Bretaña, Francia y Alemania la jornada laboral empieza más o menos a la misma hora que aquí (en torno a las ocho) y se prolonga hasta las tres o las cuatro de la tarde con una interrupción de apenas una hora para almorzar. Naturalmente, la gente no regresa a su domicilio a mediodía (entendiendo mediodía en su sentido real de las doce, no en el que aquí solemos darle). Trabajadores y estudiantes toman un almuerzo ligero que se llevan de casa o compran en las cafeterías de los lugares de trabajo y los colegios. A la hora en que aquí dormimos la siesta, nuestros vecinos han salido del trabajo y emprenden el regreso a casa. Hay un margen para que la gente haga sus compras, pero en torno a las seis de la tarde las familias se hallan en casa reunidas, y seguramente ya estén cenando o preparándose para la cena, que es la comida principal del día. A continuación empieza una velada que para los adultos suele concluir a las diez o, como máximo, a las once de la noche, hora a la que todos los programas de máxima audiencia han concluido. Y a dormir. En suma, se trata de una jornada que hace posible el ocio y el tiempo libre, que facilita la comunicación y la vida familiar y que permite a la gente dormir un número razonable de horas por la noche.
Frente a ello, tenemos la jornada típica española, que se interrumpe a mediodía (entendiendo, aquí sí, «mediodía» en su sentido autóctono y cañí de las dos de la tarde) durante dos o tres horas y se prolonga hasta las ocho de la tarde o más. Lo más probable es que la familia no se reúna para cenar hasta pasadas las nueve de la noche. Conscientes de ello, las cadenas de televisión programan sus espacios de máxima audiencia para después de las diez. La gran mayoría de españoles a quienes les gusta ver un rato de televisión tendrán que esperar hasta las doce o la una para poder irse a la cama. Y lo que es más grave, algunos programas dirigidos también al público infantil se emiten a horas de máxima audiencia (ya saben, en prime time). Me refiero a series como Aída, Águila Roja y Con el culo al aire. Una serie tan popular como Cuéntame…, cuyos episodios duran entre una hora y 90 minutos, se emite a las 22:30, y eso en la televisión pública. Lo mismo sucede con programas-concurso como Mira quién baila, Tú sí que vales y La voz, que son seguidos masivamente por niños y adolescentes. ¿Y qué me dicen de La voz kids, un programa pensado para niños que, sin embargo, se emite a las diez de la noche y perfectamente puede concluir de madrugada?
La falta de sueño y de descanso, la escasez de tiempo para el ocio y para disfrutar de nuestra familia, los horarios disparatados que sufrimos nos han convertido en un país de noctámbulos y de ojerosos matutinos, espectros malhumorados que pasan las mañanas bostezando y suspirando por un cafelito, y que no ven el momento de llegar a casa para poder echarse la siesta. Los niños y adolescentes se levantan agotados y sin apenas tiempo para tomar un desayuno en condiciones, con la merma consiguiente para su salud y para su rendimiento escolar. No se comprende que ningún gobierno se atreva con la descomunal pero imprescindible tarea de racionalizar nuestros horarios, lo que haría de nosotros un pueblo más descansado y más feliz. O quizás sea ese precisamente el temor de nuestros gobernantes, porque un ciudadano que duerme las horas necesarias y disfruta de algo de tiempo libre puede acabar ejercitando su sentido crítico y decir «¡basta!», y eso no es conveniente. Mejor mantenernos sumidos en nuestro estupor de trasnochadores. Mejor que sigamos durmiendo la siesta.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 28/3/2014

viernes, 21 de marzo de 2014

"Frankie"


Mi amiga se ha comprado un perrito. Ella pretexta que lo ha comprado para sus hijas, porque llevaban tiempo pidiéndolo y es un modo de desarrollar en ellas el sentido de la responsabilidad. Pero lo que yo observo deja claro que la titularidad del perrito no es de las hijas, sino de la madre, y también mía como responsable civil subsidiario. No es que las niñas no se preocupen por el bienestar del animalillo. Por desgracia, se trata más bien de una preocupación teórica que, en lugar de en acciones concretas, suele materializarse en recomendaciones para su madre y para mí. Por mi parte, tengo la sensación de que es el perrito el que nos ha comprado a nosotros y no al contrario. Mi idea era que el perro era de algún modo un subordinado del ser humano. Pero esta posmodernidad interminable que vivimos ha supuesto, entre otras cosas, la perversión de los modelos de relación tradicionales, incluso de aquellos que organizaban la convivencia entre los animales y las personas. A resultas de ello, en mi casa hay un cachorro de bichón maltés que vive entre lujos propios de un maharajá, y dos adultos humanos entregados completamente a su servicio.
Aclaremos en primer lugar que el perrito es muy mono. De hecho, es monísimo. Incluso me atrevería a afirmar que su monería es de tal magnitud que llega alcanzar extremos insoportables. Nos lo entregaron con apenas un mes y medio de vida. Por aquel entonces conservaba aún claros vestigios de su etapa fetal. Era tan pequeño y tan torpe que uno se sorprendía de que no llevara el cordón umbilical arrastrando por ahí. Mi amiga lo acomodaba en su muelle seno y lo alimentaba con sus propias manos a base de gránulos especiales para mini-cachorros. Alguien le había dicho que a edades tan tempranas los cachorros son muy proclives a las hipoglucemias. Por ello, antes de irse a dormir, ella mojaba su dedo índice en azúcar para que el perrito lo lamiera. De ese modo su glucemia quedaba restablecida a niveles seguros. Pero a mí tanta dulzura alimenticia me parecía más bien un simulacro de amamantamiento, y sigo teniendo dudas de si la cosa no llegó a mayores cuando yo no estaba presente. Quizás resulte innecesario revelar que el perrito durmió las primeras noches junto a nosotros. Nunca hubiera sospechado yo que un cachorro no humano fuera capaz de emitir un rango tan variado de ruidos molestos a lo largo de la noche. La sensación era muy parecida a la de haber vuelto a ser padre a mis cincuenta tacos. «Tengo que hablar seriamente con este animal», me dije tras pasar una noche de claro en claro y un día de turbio en turbio. «Es necesario que comprenda que no es un bebé humano y que, por tanto, puedo eliminarlo en cualquier momento sin consecuencias penales».
Pero no lo hice, entre otras cosas por afán de autoconservación, pues no puedo ni imaginar qué hubiera sido de mí si le hubiera tocado a Frankie uno solo de los blancos y sedosos pelillos que recubren su cuerpecito (ya lo ven, se llama Frankie, como el mafioso de una película de Scorsese). Desde que llegó ha triplicado su peso y su tamaño, consecuencia lógica de la cuidada alimentación y de la vida regalada que lleva. No sé si es un instinto natural o el fruto de una inteligencia precoz, pero en estas pocas semanas que lleva con nosotros se las ha arreglado para convertirse en el centro del universo doméstico. Me atrevería a decir que en nuestra casa se ha instaurado un culto al perrito, y que el condenado animal es muy consciente de ese poder que ejerce sobre nosotros. En un intento por revertir la situación, y movido también por mi vocación pedagógica, he tomado a Frankie bajo mi tutela para tratar de inculcarle quién tiene en realidad la sartén por el mango. Ya he conseguido que comprenda dos de mis órdenes: «¡Frankie, sentado!» y «¡Frankie, dame la patita!». Él me obedece con gran presteza y aplomo, y yo le respondo con exageradas muestras de entusiasmo. Entonces Frankie agita el rabo y ladra, y los dos nos sentimos muy felices. En este punto debo confesar que con frecuencia yo también ladro en respuesta, y no me importaría agitar el rabo si no fuera por la falta de decoro que supondría semejante acto. Con el propósito de que no me lleve completamente a su terreno, también mantengo largas conversaciones con él, conversaciones que suelen ahondar en el complejo mundo de las relaciones entre los perros y sus amos. «Frankie», le espeté ayer mismo. «Tú todavía no te has dado cuenta de que eres un perro, ¿verdad?» Me respondió sentándose e inclinando la cabecita. Y luego me dedicó una mirada tan intensa que por un escalofriante momento me pareció que se disponía a hablarme. Por último ladró y me ofreció la patita, que yo estreché, sellando así el acuerdo tácito de no volver a hacerle preguntas tan comprometidas. Luego dediqué un buen rato a limpiar algunas cacas y algunos pipís que el bueno de Frankie había repartido por toda la casa.
Se me quedó otra pregunta el tintero, una cuestión que me ronda por la cabeza desde hace días, y que tal vez esta misma tarde me atreva a trasladarle al perrito de mi amiga: «Frankie, sé sincero. ¿Soy yo el que te adiestra a ti o eres tú el que me estás educando a mí?»

Publicado en La Tribuna de Albacete el 21/3/2014

viernes, 14 de marzo de 2014

Facebook dixit


Un estudio realizado en la universidad de Sheffield (Gran Bretaña) ha probado que la voz de la mujer provoca agotamiento el cerebro masculino. Parece que la riqueza de tonos y matices que posee la voz femenina resulta difícil de descodificar para los varones, mientras que lo contrario, al parecer, no ocurre. Una mujer puede escuchar la voz de un hombre sin experimentar el menor problema ni molestia. Es más, le suele quedar capacidad cerebral de sobra para construir varias teorías sobre lo que acaba de oír, por inocente que sea. Por ejemplo, cuando un hombre dice «cariño, al salir del trabajo me voy a quedar a tomar una cerveza con mis compañeros», el escueto mensaje generará un alud de hipótesis y cábalas en el cerebro femenino, y ello de forma casi instantánea. En cambio, cuando es la esposa la que intenta comunicarse con su marido (digamos, por ejemplo, sobre los planes para las próximas vacaciones) existen muchas posibilidades de que el hombre deje de escuchar pasados aproximadamente veinte segundos. Según Michael Hunter, profesor en Sheffield, esto no ocurre porque exista una diferencia significativa en inteligencia o capacidad de atención entre un sexo y el otro, sino a causa de la especial estructura neurológica del varón, quien no es capaz de escuchar la voz femenina sin sufrir severas sobrecargas y cefaleas. Por lo tanto, no es que los hombres no quieran escuchar, sino que se ven forzados a no hacerlo a causa de un mecanismo natural de protección. Facebook dixit.
Por otro lado, resulta interesante la política del restaurante de comida rápida Burguer Off  (Reino Unido), que se vanagloria de ofrecer a sus clientes la hamburguesa más picante del mundo. Esta hamburguesa está aderezada con una salsa a base de chilis y jalapeños que ha llegado a provocarles trastornos graves a algunos comensales, desde shocks anafilácticos a perforaciones intestinales. Por ese motivo, todo aquel que desee probar el producto debe firmar previamente un documento («disclaimer») en el que exime al restaurante de cualquier responsabilidad. Facebook dixit. (Un inciso: todo esto me recuerda cierta anécdota con un amigo mexicano del colegio mayor, Mario, que hoy en día me honra aún con su amistad y a menudo lee esta columna. Este amigo insistía en la falta de arrojo de nosotros, los españoles, a los que con frecuencia se refería como «maricones». Para probarlo, un día nos desafío a consumir jalapeños enlatados de origen mexicano que había comprado de estraperlo. El producto resultó tener curiosas propiedades, porque pronto comprobamos que sus efectos no disminuían con la digestión. Es decir, los malditos pimientos picaban lo mismo al salir que al entrar).
Siguiendo con el tema gastronómico, resulta curiosa la reclamación que un joven de Vigo ha cursado contra una conocida cadena de reparto de pizzas a domicilio. Según el joven, su intento de mantener relaciones sexuales consentidas con la pizza que acababa de recibir le provocó quemaduras de segundo grado en el pene. Facebook dixit.
Pero quizás lo más fascinante de la semana sea lo ocurrido en la localidad gaditana de San Roque, donde un vecino ha denunciado al ayuntamiento porque un burro de propiedad municipal ha tratado de abusar sexualmente de una vaca que le pertenece. Parece que el asno fue adquirido por el ayuntamiento con ocasión de las últimas fiestas navideñas como parte de un  belén viviente. Una vez terminadas las Navidades, nadie en el consistorio gaditano sabía muy bien qué hacer con el burro, que se dedicó a campar a sus anchas por el término municipal y acabó colándose en la finca del denunciante. Allí fue donde tuvo lugar el intento de agresión sexual a la vaca de marras, que el concejal José Lara justifica con el argumento de que fue la vaca la que provocó al asno. «Se trata de un burro joven, con mucha fuerza», ha declarado el edil. «Y claro, al salir la vaca completamente desnuda, con las tetas al aire, pues igual el animal se salió de madre y embistió». Se rumorea que las activistas de Femen han renunciado a manifestarse en San Roque. Facebook dixit.
Han pasado otras cosas por ahí, en Ucrania, en los tribunales, en el parlamento… Pero mejor no entrar en ellas, porque siempre hay quien se ofende al leer las opiniones ajenas, y no es cuestión de ir ofendiendo a lo tonto.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 14/3/2014

jueves, 6 de marzo de 2014

Cospedal o la nada


Me dan mucha pena los pobres parlamentarios regionales, que por culpa de Cospedal se van a quedar sin sueldo y reducidos a la mitad. Ya dijimos en una ocasión que, llegados a ciertos extremos, más vale disolver completamente el parlamento regional y gobernar el cortijo… ejem… la región por decreto. Mejor eso que hacer el ridículo con un simulacro de cámara habitada por enanitos paupérrimos, parlamentarios miniaturizados a la mitad de su tamaño anterior y vestidos de harapos porque Cospedal los ha dejado sin su medio de subsistencia. Una vez concluidos los plenos y las comisiones, me los imagino arrodillados en mitad de la acera delante de las Cortes de Castilla-La Mancha, con una cesta para recoger limosnas y un cartel que rece «es triste pedir, pero peor es robar». Cospedal justifica el recorte diciendo que la mitad de un parlamentario hace la misma función que un parlamentario entero (lo cual, tristemente, es cierto). También afirma (y esto resulta más polémico) que de este modo quienes formen parte del parlamento regional lo harán por verdadera vocación de servicio y, una vez concluidas sus tareas políticas, se quitarán el traje para ponerse el mono y regresarán a sus bancales, a sus rebaños o a sus fábricas, como aquel patricio romano llamado Cincinato, al que el senado nombró dictador para hacer frente a una crisis. Una vez pasado el peligro y restaurada la paz, Cincinato dijo «ahí os quedáis» y volvió a su finca para reanudar sus tareas de labranza.
Verdaderamente es una pena que la Historia haya extraviado el nombre del caballo de Atila, porque nos vendría de perlas para referirnos a Cospedal y a su campaña feroz de adelgazamiento (o jibarización) de la realidad castellanomanchega. La semana pasada, sin ir más lejos, Cospedal vino a esta su ciudad para acompañar a la princesa Letizia. Me cuentan que ambas se personaron en la Universidad Laboral para visitar las instalaciones del ciclo de FP de hostelería, y que a Cospedal le gritaron de todo menos guapa. Cierto amigo que trabaja en la Uni comentó en una red social que le pareció un espectáculo bochornoso, una demostración pública de grosería y falta de urbanidad. Comprendo y comparto lo que dice mi amigo, pero no sé qué esperaba la señora Cospedal al presentarse en un centro educativo público sin más ni más. Salvando las distancias, viene a ser como si a Hitler le hubiera dado por presentarse en Auschwitz para hacer una visita de cortesía y para preguntar a los internos si se les trataba bien y si les gustaba la comida.
Por mi parte, y aunque me duela confesarlo, encuentro fascinante el tesón de esta mujer y de sus contables, que están logrando el equilibrio presupuestario a base de recortar o suprimir allá donde el gasto es más necesario. Que no se me malinterprete. No me refiero ahora a las Cortes Regionales, que me importan un bledo, sino a la sanidad, a la enseñanza, a la protección social, al apoyo a las personas dependientes y a las políticas de creación de empleo. Y, si me apuran, hasta a la cultura, que no solo de televisión vive el ser humano. Me parece detestable la falta de conciencia social de quienes nos gobiernan desde Toledo y desde Madrid, que viene a ser lo mismo. Con todo, repito, me fascina la férrea voluntad con la que esta señora blande la tijera para lograr lo imposible, es decir, que empecemos a echar de menos a Bono y a Barreda.
En el fondo, creo que Cospedal está procediendo de un modo muy coherente con la realidad y la vocación de esta región, que no es otra que la inexistencia. El modelo de Estado de la Transición ha fracasado. El «café para todos» ha resultado absurdo, caro e ineficaz. Hay una España que funciona y una España que parasita, y nosotros pertenecemos a la segunda. ¿Qué mejor forma de terminar con el problema de esta autonomía que ir limándola poco a poco hasta que no quede nada de ella? Muerto el perro, se acabó la rabia. ¿Qué tal una campaña de evacuación de esa población rural, tan diseminada y envejecida, hacia los núcleos urbanos? Ya puestos, ¿por qué no nos vamos todos a vivir a Madrid y a Valencia, donde casi no molestaríamos, apagamos la luz y echamos la llave? De este modo, el territorio de la región podría aprovecharse como parque temático cervantino o como gigantesco coto de caza para que los señoritos del PP se solacen durante el finde. Porque, seamos sinceros, ¿a quién le importa esta región cuyos parlamentarios no cobran un sueldo digno y además son señores pequeñitos? ¿A quién puede importarle una región donde ocurren cosas como el suceso acaecido en Villarrobledo el martes pasado? Me refiero, claro está, a ese vecino que embistió el coche del cobrador del frac con un pequeño tractor que en la prensa han denominado (no sin cierta retranca) «toro mecánico». Como suele ocurrirnos en estos casos, la noticia ya ha saltado a los medios nacionales, y quién sabe si también a los internacionales, lo que nos ha sumido en el ridículo habitual. Uno no puede evitar sentir bochorno ante el proceder de semejante energúmeno. Pero ¿quién no ha deseado alguna decir aquello de «¡Cuidado conmigo, María Dolores! Tengo un toro mecánico y sé cómo usarlo»?

6/3/2014