La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

jueves, 30 de agosto de 2018

Multa



Acabo de ser desvirgado. Hasta esta misma mañana llevaba 32 años conduciendo sin una sola sanción. Hace un rato me ha parado la policía local en el paseo de la Cuba y me han multado por exceso de velocidad. Mientras le entregaba al agente el carné de conducir, me he sentido como un auténtico delincuente y él ha debido de notarlo. “Está usted en el tramo inferior de la infracción”, me ha dicho para consolarme. “No hay pérdida de puntos y, si paga usted en menos de 20 días, son solo 50 euros”. Buen chaval el agente. “¿Y esto cómo se paga?” le he preguntado con expresión de cordero degollado. Y he añadido: “Verá, es que es la primera vez en la vida que me multan.” Me lo ha explicado con la paciencia y la suavidad de una maestra de párvulos enseñándoles las vocales a sus pupilos. Luego me ha extendido el tique para que lo firmara. He aquí un momento trascendental en mi existencia, la alternativa de elegir entre ser un ciudadano sumiso o mostrar un último vestigio de rebeldía contra la autoridad. “¿Pasa algo si no firmo?” “Pues no, lo va a tener que pagar igual”. Me ha mirado fijamente. Ha reparado en un tatuaje que me hice en el brazo hace un par de semanas. En mi camiseta negra de Don Vito Corleone. Allí se mascaba el drama. “Entonces no firmo”, le he espetado con mi mejor cara de malote. Durante unos segundos ambos hemos estado a solas en medio de la jungla. “Bueno, como quiera. Ya puede continuar”. Me he alejado con la sensación de haber cosechado una victoria pírrica. Ahora bien, en ningún momento he apartado la vista del salpicadero para comprobar que no superaba el límite de velocidad.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/8/2018

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