La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

jueves, 18 de abril de 2019

Luna de abril


Un año más nos encontramos con un segundo trimestre exageradamente largo y un tercer trimestre reducido a la mínima expresión. Hace unos días le pregunté a mi compañero de Religión del instituto el motivo por el que las fechas de la Semana Santa varían tanto de un año para otro. Armándose de paciencia, me explicó que la cosa data del siglo VI de nuestra era. Según el cálculo realizado por el monje y erudito Dionisio el Exiguo, únicamente hay que echar mano del calendario astronómico y tomar como referencia la primera luna llena que siga al equinoccio de primavera. El Domingo de Resurrección será el primer domingo posterior a esta luna llena. Es decir, las vacaciones de Semana Santa tanto pueden caer en marzo como en abril, con más de un mes de diferencia, dependiendo de los ciclos lunares. A pesar de los trastornos que todo este lío pueda suponer, creo que en el fondo esta incertidumbre resulta saludable, pues nos vacuna contra el aburrimiento y la rutina. De hecho, creo que se debería extender a todas las facetas de la vida que dependan del cómputo del tiempo. Propongo, por ejemplo, que usemos despertadores cuyas alarmas no se puedan poner a horas exactas, sino con al menos treinta minutos de margen. Así podríamos disfrutar de mañanas tranquilas mientras que otros días tendríamos que saltar de la cama y abandonar nuestro domicilio por el procedimiento de urgencia. Nuestro horario laboral también variaría de forma caprichosa con apenas unos minutos de aviso. Y las vacaciones, que se podrían asignar aleatoriamente y sin tiempo para planear nada. Si me apuran, incluso las Navidades podrían establecerse conforme a un sorteo que las situaría entre los meses de septiembre y mayo, evitando la aburrida cantinela anual de la lotería cada 22 de diciembre. Que nadie acuse a la iglesia católica de aferrarse a tradiciones medievales. ¡Viva Dionisio el Exiguo! ¡Viva la incertidumbre!

Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/4/2019

Idiotas


Ya se las han apañado los biempensantes para crear un nuevo mártir de la libertad de expresión. Esta vez se trata de un poeta-tuitero segoviano llamado Camilo de Ory, y su ofensa consiste en haber hecho chistes a costa de Julen, el pobre niño que se cayó en un pozo. A este paso, dentro de poco la sagrada causa de la libertad de expresión y pensamiento contará con su propio santoral, a semejanza de lo que ocurrió en los primeros tiempos del cristianismo. Este tal Camilo, desde luego, se ha ganado un lugar destacado en el Elíseo de los “bocachanclas” donde el periodista Arcadi Espada ocupa el lugar de honor. La cosa tendría su gracia si no fuera por su reverso oscuro, pues lo cierto es que en este país se ha vuelto difícil abrir la boca sin que alguien se ofenda y te denuncie. Y en los casos más célebres, cuando el chiste o ataque verbal tiene como objeto las instituciones del Estado o las víctimas del terrorismo, la querella puede proceder directamente de la fiscalía, que acojona mucho más. Se debate sobre los límites del humor y de la libertad de expresión, y a mí me parece que tenemos un doble problema. En primer lugar, la dolorosa constatación de que vivimos en una especie de teocracia donde el hecho de apartarse del pensamiento recto y mayoritario te puede llevar a la cárcel o al ostracismo. Luego, la pereza que siente uno al verse obligado a defender a tanto botarate en aras de la libertad de expresión. Creo que, en lugar de tanta denuncia y tanto escándalo, sería preferible instaurar una especie de carné por puntos para poder usar las redes sociales. A la séptima patochada, te vas a tuitear al váter del bar de la esquina, idiota.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/4/2019

Ofendidos


Gabriel Rufián ha mencionado Albacete y se ha armado la gorda en Albacete, e incluso en Toledo. Fue a propósito de la ratificación de la sentencia de esos energúmenos que apalearon a dos guardias civiles. “Todo el mundo sabe que si esos siete chavales, en lugar de ser de Alsasua, fueran de Albacete, no estarían en la cárcel”, dijo. Y faltó tiempo para que el alcalde de Albacete y el presidente García-Page montaran en cólera (Page incluso declaró sentirse humillado). Entiendo que cada cual tiene derecho a ofenderse con lo que quiera. De hecho, hoy en día el sentirse ofendido es la seña de identidad de numerosos colectivos e individuos. Pero de los políticos se espera más cintura y menos gestos cosméticos. Puestos a sentirnos ofendidos, deberíamos ofendernos en primer lugar con Cervantes, que escribió aquello de “En lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”. No es a Cervantes le fallara la memoria, es sencillamente que no quería acordarse de una tierra que seguramente le traía malos recuerdos. Imaginemos lo que el cosmopolita Cervantes debía de sentir al verse obligado a arrastrase entre un poblacho manchego y otro. La famosa cita de Cervantes sobre el “lugar de La Mancha” es humorística, como el resto del Quijote, y viene a significar “En un sitio cualquiera del culo del mundo”. Hace unos años visité algunos colegios de la zona metropolitana de Barcelona. Cuando les dije a los chicos que era de Albacete, me miraron con la misma cara que si les hubiera dicho que venía de Marte. “Entre Madrid y Valencia”, les aclaré. Pero dio lo mismo. Para aquellos alumnos de bachillerato catalanes, entre Madrid y Valencia no había nada. Si atendemos a la peculiar distribución demográfica de este país, lo triste es que seguramente tenían razón. Casi deberíamos darle las gracias a Rufián por acordarse de que Albacete existe.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/3/2019

Fiesta y resaca


¿Quién no está harto de esa frasecita según la cual las elecciones son “la fiesta de la democracia”? Como todos los tópicos, este ha acabado por cansar a fuerza de repetirse. Igual que las propias elecciones, vaya. Además, las fiestas excesivamente largas terminan aburriendo. Poco más de un mes después de que Pedro Sánchez convocara las elecciones, muchos empezamos a sentir un hastío profundo, y eso que todavía estamos a varias semanas del comienzo de la campaña electoral (de la primera, porque luego vendrá otra). Tanta retórica pedestre, tanta estratagema burda y tanta mentira descarada comienzan a pasar factura. Lo único medianamente entretenido son las noticias sobre las maniobras de los partidos para “cerrar sus listas”: quiénes entran, quiénes permanecen y quiénes se quedan para vestir santos. Dudo que alguien se crea todavía aquello de que en democracia el pueblo elige a sus representantes. En realidad, detrás de la poética de las urnas, se oculta la grosera (y a menudo cruenta) realidad de la confección de las listas electorales. En esas cloacas de la democracia se viven durante estas fechas episodios de gran dramatismo, porque son muchos los que se enfrentan a la alternativa de seguir viviendo del cuento o de tener que buscarse un trabajo honrado, posibilidad sin duda aterradora para buena parte de la clase política profesional. No hay temporada mejor, por tanto, para disfrutar de la política, de la satisfacción que produce contemplar la cara de tonto que se les queda a algunos cuando comprenden que se les ha acabado el chollo. Luego, todos los partidos presumirán de unidad conforme se aproxime la “fiesta de la democracia”. Prietas las filas, los candidatos avanzarán hacia la conquista o la conservación de sus privilegios. A los ciudadanos de a pie, en cambio, solo nos quedará la larga y resignada resaca.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 22/3/2019

Adolescencia


A la viceconsejera de educación, María Dolores Sanz, le parece esencial que el profesorado conozca bien las inquietudes e intereses de los adolescentes y, además, que se identifique con ellos, pues de otro modo va a ser difícil atajar el problema del fracaso escolar en la educación secundaria. Llevo más de treinta años dedicado a la enseñanza, sin cargos, sin permisos, sin sinecuras, sin abandonar la tiza en ningún momento. Sin embargo, llevo toda la semana observando a mis alumnos mientras mi confusión va en aumento. Los observo y les pregunto qué les gusta, qué les preocupa, a qué dedican el tiempo libre. Ellos me responden con cortesía y cierta guasa, del mismo modo que le responderían a un abuelete pelmazo. Y me maravillo de lo poco identificado que me siento con ellos, de lo poco que me interesan sus intereses, de lo triviales que me parecen sus preocupaciones. ¿Significa eso que mis alumnos están condenados a fracasar en mi asignatura? Sinceramente, lo dudo mucho. Me temo que la viceconsejera (si es que sus declaraciones se han recogido de forma fiel) está confundiendo “identificación” con “empatía”. Por supuesto que siento simpatía por mis alumnos, incluso cariño, aunque ellos a veces no lo crean. Nadie que trabaje con niños y adolescentes puede evitar encariñarse con ellos. Pero como profesional de la enseñanza, lo que mis alumnos me inspiran es sobre todo responsabilidad, la responsabilidad de contribuir a su formación y su maduración, la preocupación por ayudarles a desarrollar sus capacidades al máximo. La adolescencia es un estado pasajero, mientras que uno pasa la mayor parte de su vida siendo adulto. La clave, en mi opinión, no está en que los profesores nos convirtamos en adolescentes, sino en que ayudemos a nuestros alumnos a convertirse en el mejor adulto que puedan llegar a ser.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 15/3/2019

Papeleras


Quiero romper una lanza en favor de los dos o tres periódicos digitales de Albacete. Hasta hace poco me provocaban más indignación que interés, pues tanto sus contenidos como su forma de abordar las noticias me parecían totalmente ajenos al rigor periodístico. Creo que el oficio de informar consiste en algo más que en reproducir tuits de la policía local o en contar la última ocurrencia del concejal no adscrito. Con todo, la prensa digital de Albacete se ha convertido en un elemento valioso, casi imprescindible, y no por la información que ofrece, que me sigue pareciendo de chichinabo, sino por la cascada de comentarios que desencadenan sus noticias en las redes sociales. Ahí, sin filtro ni censura, es donde realmente se le puede tomar el pulso a la opinión pública local, y con una inmediatez que no está al alcance de la prensa tradicional. Tomemos como ejemplo una noticia que se publicó el lunes, según la cual el Ayuntamiento ha comprado trescientas nuevas papeleras, acontecimiento ilustrado con una foto del alcalde y de la concejala de medio ambiente posando muy ufanos tras unas papeleras. No parece que el anuncio invite a la polémica. Los comentarios, sin embargo, no tuvieron desperdicio: “Ya hay algún amiguete que vende papeleras”, “Para depositar los votos”, “Ayer compré leche, se me estaba terminando”… No solo resultan entretenidos de leer, sino que proporcionan una plataforma muy necesaria para que los ciudadanos de a pie descarguen su indignación y ejerciten su ingenio. También del lunes es la noticia de que el horno crematorio del cementerio ha sido reparado y vuelve a funcionar, que se publicó en Facebook con el pintoresco titular de “Los cadáveres vuelven a poder ser incinerados en nuestra capital”. Yo creo que la cosa daba pie para bastante más que lo de las papeleras. Sin embargo, se ha pasado por alto. Espero con impaciencia la reacción del concejal no adscrito.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 8/3/2019

Arte de verdad


La feria madrileña de arte contemporáneo viene a ser al arte de verdad lo que el programa Sálvame de Luxe es al periodismo. En esta edición, el reclamo ha sido una réplica de cuatro metros del rey Felipe VI que dicen que incluso huele como el rey. Hasta ahí la cosa queda en pura patochada. El escándalo surge del contrato que los artistas obligan a firmar al comprador, según el cual el “ninot” real ha de ser quemado en un plazo no superior a un año tras su venta. Ese es el motivo por el que ahora estoy escribiendo sobre esa estatua, por el que la dichosa escultura (o lo que sea) ha acaparado la atención de los medios con exclusión del resto de las obras expuestas en la feria. A pesar de mis inclinaciones republicanas, el asunto me parece de un mal gusto atroz. Y no es que sienta especial compasión ni simpatía por la figura del rey, porque al fin y al cabo estas cosas van en el sueldo. Cuando hablo de mal gusto me refiero a esa manera tan burda de hacer pasar por arte lo que no lo es valiéndose del escándalo, de una supuesta transgresión que, en el fondo, no es más que pura idiotez. Aunque la idea dista de ser nueva. En 1961, el artista conceptual italiano Piero Manzoni expuso noventa latas cilíndricas etiquetadas como “Mierda de artista. Contenido neto: 30 gr.”. Independientemente de que el contenido se correspondiera con la etiqueta, la pieza cumplía plenamente lo prometido en un sentido figurado. Sin embargo, una de las latas ha llegado a venderse por 275.000 euros. El “ninot” real es un ejemplo más de esa tradición en virtud de cual la “mierda de artista” eclipsa al arte de verdad. Por cierto, yo no sé qué es el arte de verdad. Exactamente lo mismo les ocurre a los galeristas de ARCO.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 1/3/2019

El depósito


Pocos edificios tan inútiles y, a la vez, tan importantes como los depósitos de la Fiesta del Árbol. La gran torre, en concreto, es el único rasgo distintivo del «skyline» de nuestra ciudad. Sin ella, Albacete sería un poblachón anónimo vista desde la distancia. He aquí el motivo, seguramente, por el que se ha conservado en pie, porque al parecer su vida como infraestructura hidráulica fue muy breve, casi inexistente. La supervivencia de esa torre cilíndrica solo se justifica por su condición de mito urbano asociado a la memoria sentimental de esta ciudad. Se trata de una existencia fantasmal, una presencia periférica que no influye en modo alguno en nuestras vidas. Pero sin el depósito Albacete no sería Albacete. Y eso lo sabe muy bien cualquier paisano que regrese de un viaje, especialmente tras una ausencia prolongada. Conforme vislumbramos la torre desde la distancia, notamos que se nos forma un nudo en la garganta. «Ya casi estoy en casa», pensamos. Y con eso basta para justificar que la torre siga allí, todavía erguida en sus sesenta y pico metros de pura futilidad. Más difícil resulta justificar la utilidad de la mayoría de los cargos políticos, a quienes desde hace unos años les ha dado por «poner el valor» (como ellos dicen en su jerga infame) los depósitos de la Fiesta del Árbol, ocurrencia que ha dado lugar a un cadena interminable de sinsentidos, un esperpento en el cual lo único que se ha puesto en valor es el talento de los políticos municipales para despilfarrar el dinero público. Primero acristalaron la parte superior del depósito desfigurando su perfil, a semejanza de lo que hacen esos vecinos díscolos y egoístas con sus balcones y terrazas. Luego hablaron de instalar allí un «centro de interpretación del agua» (¡tócate!). Ahora el alcalde vuelve a la carga con renovados bríos. Suerte que a estas alturas ya no nos creemos casi nada. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 22/2/2019 

Enciclopedias


En la España de antes, lo de poseer una enciclopedia era una cosa muy seria. Uno hacía la mili, se casaba y, antes de plantearse la procreación, se compraba una enciclopedia. La Laurouse era la enciclopedia por excelencia de las clases medias, en especial de los funcionarios. Hasta hace no tanto, los comerciales de Planeta recorrían los centros educativos y nos reunían durante el recreo para glosarnos las virtudes del mamotreto (más bien de los 24 mamotretos, sin contar apéndices) a cambio de alguna baratija. Yo nunca la compré, porque mi ambición era poseer la enciclopedia Espasa, como mi amigo José Miguel. La Espasa repartía todo el saber atesorado por la humanidad en sus más de cien tomos. El problema es que se trataba del saber del siglo XIX, con lo que sus apéndices amenazaban con multiplicarse hasta el infinito. Cuando estábamos en tercero de BUP, José Miguel acometió la ingente labor de leerse la obra entera, pues aspiraba al título de sabio. Cuando menos, logró convertirse en un tipo bien informado, a pesar de que no llegó a pasar de la entrada dedicada a Aarón, el hermano de Moisés. Lo innegable es que la Espasa tenía su gracia. La entrada correspondiente a «golfo», por ejemplo, no solo instruía al lector curioso sobre el accidente geográfico, sino también sobre las costumbres de los vagos, quinquis y rateros. El artículo venía ilustrado con fotos de tipos de dudosa catadura, y hablaba de sus deficientes hábitos higiénicos y de su manía de hacer cola en la puerta de los conventos y parroquias a ver qué caía. Al final, desistí de comprar la Espasa porque no me cabía en ningún sitio, y me decanté por la Encyclopaedia Britannica, que también vestía bastante porque estaba entera en inglés y porque Borges la leía antes de quedarse ciego (¿quién sabe si existió alguna relación causa-efecto?). Hoy no necesitamos enciclopedias porque tenemos internet. Qué bajo hemos caído.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 15/2/2019

Centauros del asfalto


Ya me he referido en alguna ocasión a esos ciclistas (no a todos, sino a esos en concreto, no montes en cólera todavía, amigo ciclista) que padecen cierta disociación de la personalidad. A veces se saben vehículos y usan la calzada, como debe ser. Pero, ay, otras veces se piensan peatones e invaden la acera. Este síndrome suele desencadenarse cuando se topan con una señal de dirección prohibida o con algún obstáculo, o simplemente cuando les da la real gana. El problema es que suelen hacerlo sin reducir la velocidad y sin prestar mucha atención a la presencia de peatones en la acera. Me imagino que a casi todos les habrá ocurrido. Uno va caminando tranquilamente y, de repente, ve pasar una bicicleta como una exhalación y a muy pocos centímetros de su cuerpo serrano. Entonces siempre te haces la misma pregunta: ¿qué habría ocurrido si me hubiera dado por desplazarme ligeramente en la dirección en que venía la bici? ¿Qué habría sido de mí? Se trata de un problema que amenaza con volverse endémico. Es más, la situación ha empeorado con la incorporación del patinete eléctrico al tráfico urbano. Y los usuarios de los patinetes ya no sufren ambivalencias ni complejos, sino que se han decantado por la acera como el escenario natural de sus correrías. Así las cosas, uno tiene que pensárselo muy seriamente antes de salir de su casa. En cualquier momento, en cualquier acera, al volver cualquier esquina, corres el riesgo de ser arrollado por alguno de estos individuos que piensan que desplazarse a 25 o 30 km/h sobre un vehículo de motor en un espacio reservado para los peatones es una conducta normal y cívica. Sin ser muy amigo de las sanciones, opino que en este caso la policía local debería aplicarse más para atajar el problema.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 8/2/2019

Novela


Estos días ando repasando una novela que escribí hace veinte años, pues planeo publicar una nueva edición. Confieso que he sufrido un shock, una especie de dislocación temporal, al comprobar que los protagonistas no usan ordenadores, no envían correos electrónicos ni whatsapps, carecen de perfiles en redes sociales y hasta de teléfonos móviles. La novela está ambientada en los últimos días de diciembre de 1999. Sin embargo, en cuanto al uso de la tecnología se refiere, la acción podría transcurrir perfectamente cincuenta años antes. Hoy en día sería incapaz de escribir la misma historia. Dice un amigo mío, también novelista, que cuando un escritor no sabe cómo seguir tirando de la madeja narrativa, lo más socorrido es que el protagonista se saque un móvil de su bolsillo. Hay expertos que afirman que las nuevas tecnologías nos están volviendo perezosos e idiotas, que los humanos corremos el riesgo de terminar convertidos en peleles estupefactos que babean ante una pantalla. Me temo que a los escritores nos esté ocurriendo lo mismo. Las nuevas tecnologías de la información se han convertido en un recurso tan socorrido que nos resulta imposible concebir una trama en la que los ordenadores e internet no tengan un papel destacado. Los aparatos impulsan la acción, y los personajes no solo no pueden prescindir de sus dispositivos, sino que van a remolque de ellos como un burro tras una zanahoria. ¿Quién puede encontrar esto sorprendente? En la senda de Aristóteles, Shakespeare dijo que el arte consiste en sostener un espejo ante la naturaleza. La escritura, por tanto, debe reflejar el mundo. Si la mayoría de los libros que se publican hoy en día cuentan historias bobas y superficiales, es porque el mundo se ha vuelto bobo y superficial. Los escritores no tenemos la culpa de ello. Sencillamente, nos limitamos a reflejarlo.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 1/2/2019

Ausencia


Acostumbrado a la interacción de las redes sociales, a las respuestas casi instantáneas, a los «me gusta» y los comentarios en cadena, esto de escribir una columna en la prensa te hace sentirte muy solo, como un náufrago que lanza su mensaje dentro de una botella y no vuele a saber nada de él. En la era de la comunicación constante e inmediata, escribir en un «periódico de papel» (esto, hasta hace poco, habría sonado repetitivo y estúpido) tiene un punto de onanismo, y no es raro desarrollar el síndrome del columnista-burbuja, por el que acabamos convencidos de que estamos escribiendo para nosotros mismos, de que en realidad no hay nadie al otro lado. Hubo cierto colaborador de prensa que llevó esto hasta sus últimas consecuencias. Puesto que no había nadie al otro lado, ¿para qué molestarse? Y empezó a repetir columnas que había publicado menos de un año antes, tal vez cambiándoles una coma o dos. Pero no estamos hablando de sinvergüenzas ni de pícaros, sino de la soledad del columnista. Aunque a veces las cosas no son como uno, en su visión pesimista y escéptica de la vida, las había pensado. La semana pasada, sin ir más lejos, no pude escribir esta columna. Enfermé de repente y di con mis huesos en el hospital, sin apenas fuerzas para tomar el móvil y mandar una nota de disculpa al director y los compañeros del diario. No sé quién aprovechó mi espacio, pero avisé con tan poco tiempo que no me extrañaría que fuera un señor que pasaba por la calle. La sorpresa fue que durante la mañana del viernes empecé a recibir mensajes preguntándome qué me había ocurrido. En algunos daban por hecho que había conseguido que me echaran por fin del plantel de columnistas. En otros, suponían (correctamente) que había caído enfermo. Es gratificante darse cuenta de que a uno lo echan de menos. Aunque sean dos o tres lectores.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 26/1/2019

Jura de bandera


El presidente García-Page ha prometido que, en caso de ganar las elecciones de mayo, renovará su juramento de bandera en la Academia de Infantería de Toledo, anuncio que nos brinda un atisbo de la biografía presidencial. Es decir, si lo que se propone es “renovar” el juramento, ello significa que hubo un primer juramento, por lo que cabe suponer que García-Page hizo el servicio militar en su juventud. Pero, ciñéndonos al hecho en sí, me temo que nos encontramos ante el clásico brindis al sol de un político en campaña preelectoral, es decir, ante una promesa de escaso significado y fácil cumplimiento, algo que acarrea pocas obligaciones y que se hace con la vista puesta en su rendimiento en términos de cosmética y propaganda. Si, llegado el 27 de mayo, viéramos a un García-Page triunfante paseándose por la plaza de Zocodover vestido de lagarterana, la cosa sería distinta. Pero la idea de la solemne ceremonia oficial, la banda de música, los uniformes, y el pecho del presidente castellanomanchego henchido de orgullo patrio mientras roza con sus labios la enseña nacional… ¿qué quieren que les diga?  No puedo evitar imaginarme la escena en blanco y negro y con la música del NO-DO de fondo, y comentada por Matías Prats padre con verbo florido y abundancia de epítetos. Si lo que García-Page pretende es hacerle un guiño a su electorado, la cuestión no me cuadra, porque presumo que la gran mayoría de votantes del PSOE son personas de talante progresista a quienes un gesto tan casposo se la traerá al pairo. Si es una concesión hacia los simpatizantes de la derecha, temo que no se hayan calibrado bien sus consecuencias, porque en cuestión de ideologías lo que a unos complace puede resultar ridículo u ofensivo para otros. Casi tan ofensivo como el hecho de que la web institucional de la Junta de Comunidades se haya convertido en burdo escaparate de propaganda para mayor gloria del presidente regional. Compruébenlo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 11/1/2019

Gafas


He empezado el año cambiando de gafas, lo que puede parecer algo trivial, pero solo lo es en apariencia. Quienes disfrutan de una vista perfecta pueden vanagloriarse de ver el mundo tal como es. Los que tenemos que usar lentes, en cambio, debemos someternos a revisiones cuando empezamos a ver la realidad de un modo borroso o distorsionado. Quiero pensar que con unas gafas nuevas mis ojos me ofrecerán una imagen más cabal de lo que me rodea, porque la alternativa se me figura escalofriante. La emergencia de un partido como VOX, por ejemplo, tiene que ser un problema de que mi vista estuviera mal graduada, porque no puedo concebir que tantos conciudadanos hayan respaldado con su voto un proyecto político tan despreciable, tan ajeno a la convivencia y a la misma decencia, tan nocivo para unas libertades y derechos cosechados a fuerza de diálogo y de sacrificio. Goya decía que “el sueño de la razón produce monstruos”, pero me cuesta trabajo aceptar que estemos viviendo un proceso generalizado de anestesia del sentido común. Aunque a veces resulte difícil, uno trata de ser bien pensado. Creo firmemente que la inmensa mayoría de mis conciudadanos son personas sensatas y honradas que desean lo mejor para sus familias y para la gran familia que todos formamos. VOX pretende eliminar las autonomías, la sanidad universal y gratuita, los derechos del colectivo LGTB, la libertad religiosa, las leyes que protegen a las mujeres de la violencia machista… Pero los problemas de la democracia no se solucionan destruyendo libertades y sancionando el uso de la fuerza como forma de respuesta legítima. La democracia solo se regenera con más democracia, con más convivencia. Y cuando uno comienza a dar de comer a las alimañas, corre el riesgo de morir devorado por ellas. Mañana recojo mis gafas nuevas. Ojalá todos nos animáramos a graduarnos la vista.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/1/2019