La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 7 de febrero de 2020

Cataplines


El nuevo reto viral de internet consiste en introducir los testículos en un recipiente lleno de salsa de soja. Al parecer, el individuo que alumbró tan insólita idea descubrió que era capaz de captar el sabor salado de la soja a través de la fina piel del escroto, experiencia culinaria digna sin duda de MasterChef. Personalmente, no he hecho la prueba todavía, pero el asunto me ha recordado una moda parecida de la que un amigo me habló hace unos años. Se trataba del «nutscaping», consistente en tomar fotos de hermosos paisajes interponiendo los testículos del fotógrafo delante del objetivo de la cámara. A mi amigo la idea le pareció divertida y decidió ponerla en práctica, lo que hizo con buenos resultados. Llegó incluso a usar una de las fotos para conseguir que lo expulsaran de un grupo de whatsapp muy latoso que no se decidía a abandonar por no ser tildado de antipático.  La fotografía mostraba de fondo un paisaje de La Manchuela y, en primer término, los consabidos testículos. En honor a la verdad, los cataplines podrían haber sido cualquier otra cosa, desde un nubarrón hasta un dedo delante del objetivo, por lo que mi amigo tuvo que tomarme la molestia de explicar la naturaleza de aquella sombra espesa y lanuda.  Huelga decir que fue expulsado de inmediato. Cuando me contó la historia, me causó cierto alivio la idea de que los atributos masculinos todavía sirvieran para algo al margen de su función reproductiva. Lo que antaño se invocaba con orgullo y se exhibía con arrogancia (al menos su relieve bajo el pantalón) se relaciona ahora con el machismo más casposo y con el patriarcado opresor, por lo que tiende a ocultarse. Pero yo me alegro de que haya gente en internet empeñada en encontrarles nuevas utilidades a los testículos, tan cargados de simbolismo antes, tan denostados ahora. De hecho, al paso que vamos, no tardarán en atrofiarse para siempre.  

Publicado en La Tribuna de Albacete el 7/2/2020

jueves, 6 de febrero de 2020

Taller



En el taller de escritura que imparto les he propuesto a los alumnos un ejercicio narrativo. Se trata de escribir un relato que tenga lugar en sus propios armarios y cajones, una historia bélica en la que los contendientes sean sus propias prendas. Podría ser la ropa de invierno contra la ropa de verano, la ropa de su pareja contra la suya, injustamente arrinconada, las prendas de varias temporadas anteriores contra las que usan ahora, varias tallas más grandes… Los detalles argumentales y los relativos a los personajes se los dejo a ellos, pero me gustaría que en la narración que elaboren aflore el conflicto, pues dicen los manuales que no hay buena historia sin conflicto. El problema de los conflictos es que a veces no es fácil reconocerlos. Suelen empezar con un hecho trivial, crecen en la oscuridad durante años, alimentándose de sí mismos y provocando desencuentros de intensidad creciente y, cierto día, nos revientan en plena cara con un estallido de sangre y vísceras, como el monstruito de la película ‘Alien’. Algo así ha ocurrido, sin ir más lejos, en el cajón donde guardo los calcetines. Cierto día, hace años de esto, un calcetín no encontró el camino de regreso desde la lavadora o el tendedero. Su pareja, dolido en lo más íntimo, decidió encontrar consuelo en el amor mercenario, y sedujo a un calcetín que pertenecía a otro par, cuyo cónyuge, movido por el rencor y el despecho, reclutó a su vez a tres amantes, rompiendo de ese modo la armonía de otras tantas parejas. Hubo vendettas y violencia, los episodios cruentos se encadenaron, y ahora mismo mis calcetines yacen revueltos en un amasijo de resentimiento y concupiscencia cuya víctima principal soy yo. ¿Por qué? Sencillamente, porque me he convertido en el tipo que siempre sale de su casa con calcetines de distintos colores. A ver si mis alumnos del taller pueden mejorarlo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 30/1/2020.

El PIN docente



Demasiado se ha hablado esta semana sobre ese «PIN» (o «veto» o «censura») parental que Vox ha colado en las recientes instrucciones que han recibido los colegios murcianos. La medida confiere a los padres la autoridad de decidir si sus retoños deben participar o no en determinadas actividades escolares, sobre todo aquellas que puedan atentar contra sus ideales religiosos, su moral sexual o su pensamiento político. Es decir, se trata de impedir cualquier intento de adoctrinar o de corromper a los menores, algo que, según los líderes de Vox, ocurre con frecuencia en los centros públicos. Y, mirada desde esta óptica, la cosa no carece de lógica, pues ningún padre ni madre de bien concibe mandar al colegio a un niño machote, católico y de derechas y que le devuelvan a un sarasa ateo y comunista. O que la niña, pura, recatada y obediente como ella sola, vuelva convertida en una activista en favor del aborto, de esas que enseñan las domingas en los actos de las feministas radicales. Yo mismo, como padre y profesor que soy, entiendo la inquietud de estas familias, pues sospecho que algunos de mis compañeros son en realidad agentes del caos, lobos con piel de cordero infiltrados en los centros educativos con aviesas intenciones. Así pues, no me parece mal la implantación del PIN parental en todo el territorio. Ahora bien, en justa correspondencia, exigiría que se implantara también un «PIN docente» que permitiera a los profesores vetar a determinados alumnos, en concreto a esas bestezuelas pardas que boicotean nuestras clases con su falta de educación, de interés y de civismo. Ya puestos, extendería también el veto a esos padres que se dedican a insultar y desautorizar a los profesores de sus hijos, exigiendo que en los colegios se haga el trabajo que ellos han sido incapaces de hacer en su propia casa.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/1/2020

Alcohol



Esta semana supimos de la peripecia de un ciudadano leonés que pasó la noche encerrado en un bar. El hombre fue al servicio a aliviarse y se quedó dormido, con la mala suerte de que al despertar, horas más tarde, el bar estaba cerrado y lo habían dejado dentro. Sin perder la sangre fría, el buen señor aprovechó la circunstancia para servirse una cañita matutina. Solo entonces se puso en contacto con la guardia civil para informar del incidente y solicitar su liberación. Una historia curiosa, aunque no un caso aislado. Una amiga me contó que algo parecido le ocurrió una noche de Feria. La chica había ligado, pero no llevaba consigo preservativos ni dinero para comprarlos. Así pues, le pidió a su reciente conquista que la acompañara a un cajero automático. Horas después despertó en el suelo del cajero y descubrió que el tipo se había largado. Yo mismo me quedé una vez dormido en el suelo de un cuarto de baño, y no el de mi casa. Fue tras una comida navideña, cuando todavía estudiaba en el instituto. Un amigo me propuso ir un rato a su casa a escuchar música. Recuerdo que me senté y todo me daba vueltas. «Voy un momento al servicio», le dije a mi amigo. Un buen rato después, desperté y oí cómo su madre lo interrogaba sobre el joven beodo que estaba roncando sobre el suelo del baño. He contado esta historia muchas veces como una anécdota jocosa, igual que mi amiga me contó su despertar en el cajero. A buen seguro, el ciudadano leonés también les habrá contado a sus amigotes la noche que pasó dormido en ese bar de donde tuvo que rescatarlo la guardia civil, y todos habrán reído a carcajadas. Estas historias, que en realidad deberían avergonzarnos, se convierten en cuentos divertidos, en chistes para animar la fiesta. Tal es la peculiar relación que mantenemos con el alcohol en este país.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 17/1/2020

El agujero negro



Uno de los logros científicos más destacados del año que nos acaba de dejar es la famosa foto del agujero negro. Todos hemos oído hablar de los agujeros negros, y hasta los hemos visto en varias películas. Lo que no podíamos imaginar es que un agujero negro tendría el aspecto de un agujero. Pero resulta que es así. El agujero negro supermasivo de la galaxia M87 es como un dónut con su orificio en el centro. Al menos según la foto que nos han enseñado en la prensa y los telediarios. Una foto, por cierto, bastante desenfocada. ¿Habría sido mucho pedir que, ya puestos, enfocaran mejor? Aunque probablemente esté diciendo un disparate, porque ¿qué sabe uno de logros científicos habiendo sido estudiante de letras? Además, una cosa es hacerle una foto a tu gato y otra muy distinta hacérsela a algo que genera un campo gravitatorio tan bestia que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de él. Lo que me lleva a pensar que a lo mejor la foto no es del agujero negro en sí, porque sin luz no hay foto que valga, ni siquiera con flash. Puede que la imagen será de las inmediaciones del agujero negro, con lo que en podemos concluir que la foto, además de estar desenfocada, es un fiasco. Como una vez que mi tía nos retrató a mi hermano y a mí dándoles de comer a las palomas. Al revelar el carrete, apareció una oronda señora que pasaba por allí, perfectamente encuadrada, eso sí, aunque a mi hermano y a mí no se nos veía por ningún sitio. Ni a las palomas. Al igual que me tía, los científicos del agujero negro no eran grandes fotógrafos. Lo único que puede decirse en su favor es que, por lo menos, cayeron en no tapar con el dedo el objetivo de la cámara.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/1/2020

sábado, 4 de enero de 2020

El cachorro



Hace seis años, por estas mismas fechas, mi mujer y yo nos trasladamos a Murcia para recoger un perrito que habíamos decidido adoptar. Era un bichón maltés, y nos aseguraron que había cumplido ya dos meses, pero el cachorro nos pareció tan diminuto de tamaño y de aspecto que dudamos que estuviera siquiera destetado. De hecho, nos planteamos seriamente dar media vuelta y regresar sin él, pues temíamos que no sobreviviera sin su madre. Finalmente nos trajimos al cachorrillo a casa envuelto en una manta y aquí está todavía. Pese a que su tamaño sigue siendo pequeño (nunca ha superado los cuatro kilos), Frankie ha sabido ganarse su derecho a ser uno más de la familia. Si me apuran, se podría decir que él es el corazón de la familia, una especie de imán que atrae el afecto de todos. Como ocurre en todas las agrupaciones de mamíferos, cualquier de nosotros puede ver su estatus cuestionado. Es decir, cualquiera excepto Frankie, cuya posición en lo más alto es permanente e incontestable, y ello con independencia de su conducta. No importa que aúlle a las cuatro de la mañana, que le ladre a cualquiera que ose acercarse a nuestra puerta, que nos obligue a lanzarle la pelota durante horas y que, con cierta frecuencia, orine sobre los edredones. Frankie es el jefe y lo sabe. Pero no me malinterpreten. El perrillo es casi siempre afectuoso, aunque confieso que con la entrada en la mediana edad a veces se muestra un poco colérico. Ahora tiende a gruñirnos y ladrarnos si no lo complacemos de inmediato. Es más, se muestra agresivo con los niños que tratan de jugar con él por la calle. Esto me da mucha vergüenza y me obliga a deshacerme en excusas con las mamás, aunque yo no tengo la culpa de que no le gusten los niños. Me pregunto de quién lo habrá aprendido.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 3/1/2020

viernes, 27 de diciembre de 2019

Nochebuena



Abrí los ojos al mundo en una Nochebuena, aunque no al filo de las 12 (como la tradición afirma que hizo mi ilustre predecesor) sino a eso de las seis de la mañana, hora intempestiva donde las haya que no he vuelto a frecuentar desde entonces, al menos despierto. Cuando eres niño los cumpleaños siempre son una fiesta. Al cumplir los cincuenta y muuuuuchos, como es mi caso, son más bien una ocasión para el duelo. Así lo ha sido, y de forma muy especial, este último cumpleaños mío que, de forma inexorable, ha coincidido con la Nochebuena. La culpa la han tenido, quizás, los turnos de mi mujer, que tuvo que irse a trabajar a las nueve de la noche, con lo que nos vimos obligados a sustituir la tradicional cena doméstica por una comida de restaurante, y el apagado de velas fue más público de lo habitual, con aplausos desde las otras mesas incluidos. Hasta ahí, nada que objetar. Lo malo es que por la noche me encontré solo en casa en plena Navidad, como un Macaulay Culkin cincuentón, vestido con un pijama y un batín que llevaban estampada la palabra «melancolía». No contento con ello, se me ocurrió ver una nueva versión del «Cuento de Navidad» de Dickens que ofrecían en HBO. Como era previsible, los fantasmas no tardaron en aparecérseme. Aunque esta vez no fueron los de las Navidades, sino los de las personas queridas que se han ido marchando durante los meses anteriores. El primero de ellos fue, por supuesto, el de mi padre. Tenía buen aspecto, menos cansado que aquella noche de julio en que cerró los ojos. Me recomendó prudencia y moderación, y he decidido hacerle caso y dejar de fumar. También tomé otras resoluciones que no conviene hacer públicas. En la próxima Nochebuena, cuando me vuelva a tocar rendir cuentas con el tiempo, veremos cuántas de ellas se han hecho realidad.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 27/12/2019