La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 5 de diciembre de 2014

Libros

La semana pasada se celebró el día de las librerías, si bien la palabra “celebrar” se me figura inoportuna en este caso. El sector sigue registrando una caída en picado que nadie parece capaz de atajar, ni las editoriales ni los gremios de libreros ni, por supuesto, el gobierno del Partido Popular, cuya política cultural guarda grandes similitudes con la de Atila, rey de los hunos. Se invocan el fantasma de la crisis y las descargas ilegales de ebooks como las causas principales de la espantada de los lectores, pero la cuestión de fondo es si en este país hay lectores suficientes para mantener esta industria, tan necesaria como decadente. Las editoriales y librerías parecen pensar que no, como demuestra la avalancha de esos títulos escritos por personas que no son escritores para un público de no lectores (tomo prestada la idea del excelente artículo de David Torres titulado “Mamá, quiero ser novelista”). Así las cosas, es muy probable que las próximas Navidades volvamos a ver la irrupción de Mariló Montero en los primeros puestos de las listas de ventas, y esta vez ni siquiera se trata de un libro de cocina.
     Yo soy de los que piensan que para mantener en funcionamiento las imprentas primero es necesario formar lectores, tarea que compete a padres y a profesores, desde luego, pero en la que las editoriales de libros juveniles no están exentas de responsabilidad. La receta actual consiste en comprar derechos de novelas que ya han triunfado fuera, y luego seguir ordeñando la vaca con variaciones ad nauseam de lo mismo, productos clónicos que no aportan nada a las sagas originales excepto mediocridad y hastío, pero que los adolescentes consumen con la misma avidez que las palomitas en el cine. El problema es que así no se crean lectores, tan solo consumidores de ficción facilona que, con el tiempo, volverán la vista hacia otros productos que aún les cueste menos digerir. O como mucho leerán a Mariló Montero.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/12/2014

domingo, 30 de noviembre de 2014

Black Friday


Hoy es el «Black Friday», es decir, el «viernes negro». Supongo que el nombre le viene porque en los EE UU, tal día como hoy, se produce el pistoletazo de salida de las compras navideñas, con lo que ello supone de penuria y ruina económica para los tiempos venideros, en claro paralelismo con el «martes negro» con el quedó inaugurada la Gran Depresión del 29. El viernes negro se caracteriza porque es posible encontrar chollos en las tiendas, sobre todo en las grandes superficies y en internet, un anzuelo que muchos tragan y no sueltan hasta el final de las fiestas o hasta quedarse pelados por completo, lo que venga primero. Lo que yo querría es que este viernes negro fuera posible adquirir otras cosas aparte de ropa y cachivaches electrónicos. Quisiera que se pusiera en venta un repelente eficaz para tramposos y embaucadores, y que se vendiera muy rebajado para que todos pudiéramos comprarlo. Que los escaparates se vaciaran de sinvergüenzas, y que los televisores en oferta no mostraran una sola imagen del pequeño Nicolás ni de ningún otro fantasmón de los que acaparan los horarios de máxima audiencia. Quisiera ver una oferta masiva de puestos de trabajo, de viviendas dignas a precios asequibles, de justicia y de fraternidad (ese concepto que todos se empeñan en llamar «solidaridad», como si nunca hubiera habido una revolución en Francia). En la mejor tradición de los buenos deseos navideños, me gustaría que en este país empezaran a ser baratas la honradez y la decencia, porque así todo el mundo tendría su ración de ambas, y que a los tramposos y los mentirosos y los canallas en general les salieran muy caros sus chanchullos. Tal vez peque de ingenuo, pero estoy convencido que todas estas cosas tendrían aún más compradores que los décimos del sorteo de Navidad. ¿Para cuándo un «Black Friday» de todo lo que realmente nos hace falta?

Publicado en La Tribuna de Albacete el 28/11/2014

viernes, 21 de noviembre de 2014

Interstellar


Me siento todavía aturdido tras ver «Interstellar», la última película de Christopher Nolan, y eso que ha transcurrido ya casi una semana desde entonces. La mitad de la película la pasé tan mareado como los astronautas, pero el peor momento llegó al final, cuando el protagonista se pasa un buen rato flotando por un cubo teórico donde el tiempo no es más que otra dimensión del espacio. No estoy seguro de si fue a causa de la sensación de vértigo lograda mediante los efectos especiales o más bien fue culpa del bombardeo de datos científicos (la física relativista, los agujeros de gusano, el horizonte de sucesos y la intemerata cuántica), pero hubo un terrible instante en que a punto estuve de salir disparado hacia el baño para echar la papilla, lo que me habría privado del desenlace de tan notable cinta. Y por una vez no estoy siendo irónico. Verán, los aficionados a la ciencia-ficción vivimos un drama permanente: procuramos ver todo o casi todo lo que se estrena en este género, pero lo hacemos con la seguridad de que estamos a punto de llevarnos otra decepción. Pero la última película de Nolan es otra cosa. Más allá de los alien asesinos y de las guerras galácticas, el director británico se atreve a narrar los albores de la colonización humana de otros mundos una vez que el nuestro haya quedado dañado y esquilmado sin remedio, horizonte más que probable al paso que vamos. La película tiene el tono épico de toda buena historia de pioneros. Y además llega en el momento más oportuno posible, casi a la vez que un artefacto fabricado en la Tierra se posa sobre la superficie de un cometa. Al salir del cine, uno no puede evitar elevar la vista y sentir la remota esperanza de que algún día será posible empezar de nuevo allá arriba, y a lo mejor esta vez no lo hacemos tan mal.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 21/11/2014 

viernes, 14 de noviembre de 2014

El farol de Diógenes


El filósofo Diógenes recorría el ágora portando un farol en pleno día. Según él, estaba buscando a un hombre honrado. En este país Diógenes necesitaría un reflector de los que se usan en la iluminación de los estadios. Pensemos si no en los muchos vuelos a Canarias que todos hemos sufragado para satisfacer la libido desaforada de Monago. Y ya puestos a evocar otros niveles de asco y de vergüenza, recordemos a los Granados, a los Bárcenas, a los Matas y al resto de esa fauna sin escrúpulos que ha convertido el escenario político español en un estercolero. Pablo Iglesias fue tajante en su reciente entrevista con Jordi Évole: «los padres de Podemos son el PP y el PSOE», una confesión que para mí constituye todo un alarde de honradez, pues no deja muy bien parados a las caras visibles de este movimiento que parece dispuesto a arrasar toda la podredumbre como un fuego purificador caído del cielo. Del mismo modo que los terroristas del 11-M fueron los artífices de la victoria electoral de Zapatero, los abusos de los políticos se han convertido en la fuerza vital de ese atractivo monstruo de Frankenstein que es Podemos. Y subrayo lo de «atractivo» porque a mí no dejan de seducirme la idea y sus posibilidades. La política de este país reclama savia nueva. Demasiados lobos alimentados desde cachorros en el muelle seno de los partidos. Demasiados golfos faltos de oficio y sobrados de beneficio. Pero qué gran pena sería que el sitio de los golfos y los oportunistas lo ocupasen otros de la misma calaña. La desilusión y el ansia de revancha son sentimientos muy humanos, pero mejor pensárselo dos veces antes de votar por impulsos irracionales. Estoy convencido de que hay gente honrada y capaz haciendo política. Si le pedimos prestado su farol a Diógenes, seguro que los acabaremos encontrando.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 14/11/2014

viernes, 7 de noviembre de 2014

Historia


Desde que el IES Bachiller Sabuco ha sido declarado instituto histórico tengo la sensación de que me ha crecido en la chepa un caparazón en forma de sarcófago egipcio. Qué no daría yo por ser capaz de revertir el calendario y verme de nuevo hecho un pimpollo, virgen en las aulas y casi en la vida, aunque en lugar de ejercer en un instituto histórico mi plaza estuviera en uno de esos centros periféricos donde el hormigón todavía huele a fresco y todo está por hacer. Pero uno ya no tiene edad para ensoñaciones inútiles. Es cierto que trabajar en un instituto como el mío imprime cierta vetustez en el ánimo. Pero qué gran privilegio el de transitar a diario por ese espacio amplio y noble que algo tiene de catedralicio, el de oír cómo los altos techos hacen reverberar las voces de los alumnos (que en esencia han sido las mismas durante las ocho décadas que el instituto lleva en pie), el de asomarse por los altos ventanales y contemplar las copas de los pinos del Parque, que eran apenas bonsáis cuando la gran verja de hierro se abrió para acoger a las primeras promociones, de las que formó parte mi propio padre y tantos padres y madres y abuelos y bisabuelos de esta ciudad. Qué gran privilegio el de sentirse eslabón de esta cadena de voces y de rostros, heredero de esta ilustre tradición de vidas consagradas a la enseñanza (como la de mi compañero Ismael González Roldán, que tristemente se apagó la semana pasada). Qué suerte, en fin, que al edifico donde uno se ha dejado la juventud le hayan reconocido la condición de histórico, lo que conlleva privilegios tales como ser enterrado en la cripta del sótano para pasarse la eternidad en compañía de las hordas de la ESO. ¿O no era eso?
Publicado en La Tribuna de Albacete el 7/11/2014

viernes, 31 de octubre de 2014

Un librero


Cumplidos los cincuenta, uno ya no sabe si va o si viene. Juan Valero, sin embargo, ha decidido ahorrarse la incertidumbre y decirnos adiós una semana antes de su quincuagésimo cumpleaños, que habríamos celebrado ayer. Las emociones tienen cauces de expresión mucho más adecuados que las páginas de un diario. Tras llorar al amigo en privado, hoy queremos honrar la memoria de ese librero que, en el mundo de Amazon y de los ebook, era un auténtico bicho raro. Para mí Juan era uno de los últimos representantes de la noble estirpe de los libreros, profesión que nada tiene que ver con la de dependiente en una librería. «Un día les prenderemos fuego tú y yo», me decía con esa sonrisa suya de crío travieso. Y luego señalaba disimuladamente hacia la mesa donde se apilan todos los libros que nunca debieron existir (las memorias del titiritero mediático de turno, la último pseudonovela de Paulo Coelho…). Aunque yo sabía que eso era un farol, porque nadie amó los libros como él, y por extensión la librería que lo vio crecer y casi morir. De hecho, muchos clientes pensaban que él era el dueño de la Popular, me imagino que con el beneplácito de Ángel Collado, quien hasta el último día fue para él un amigo y casi un padre. Más de treinta años, toda una vida al servicio de ese concepto abstracto y un tanto equívoco que llamamos «la cultura de Albacete». Sin embargo, al pensar en Juan el asunto no admite duda. Trabajar por la cultura de Albacete era lo que él hacía desde el mostrador de su librería, una tarea colosal que debería obtener ahora su reconocimiento. Y con una única mancha en su expediente: él fue quien me vendió mi primer ebook. Pero no te preocupes, Juan. Hoy purgaremos ese pecadillo comprando un libro de los de verdad, de los que a ti te gustaban.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 31/10/2014

viernes, 24 de octubre de 2014

Turismo


El tiempo, que anda un poco caprichoso este otoño, ha decidido que gocemos de algunos fines de semana estivales que seguramente nos birlará del próximo verano. Este último lo he aprovechado para darme una vuelta por la pintoresca ciudad de Granada, donde he realizado algunas observaciones que me apresuro a trasladarles. La primera es que el viaje a Granada tiene algo de migración, y una vez completado casi resulta inverosímil la idea de que vengamos de una provincia limítrofe. Lo que en realidad nos separa no es tanto la distancia como la orografía confabulada con la red de carreteras. Y una vez allí todo es raro, desde el acento de la gente hasta esas montañas nevadas que parecen estar ahí mismo, y que a mí se me antojaron casi un espejismo. Lo que comprobé a continuación es lo mucho que este país ha avanzado en todos los sentidos, porque cada vez es más difícil distinguir a un turista nacional de un guiri. Yo mismo ejercí un poco de guiri durante el resto del fin de semana, arrastrando mi sobrealimentada anatomía por los lugares turísticos al uso, sudoroso, achicharrado, con los pies destrozados por tanta cuesta y tanta joya arquitectónica nazarí, ojo avizor en busca de un sitio donde comprar agua o donde hacer aguas, ensimismado ante los menús que hay a la puerta de restaurantes, resignado a que saldría de allí mal comido pero bien cobrado, prisionero dentro de un tablao flamenco donde, si les soy sincero, pasé un poco de miedo. Al final, la única diferencia entre el turista de aquí y el de fuera es que el segundo habla raro, y en el caso de ciertos nacionales ni siquiera ese dato resulta significativo. Y para colmo de males no existe la solidaridad entre los turistas, que probablemente sean los seres que más desprecien a sus semejantes. En fin, que siempre resulta un alivio volver a casa y no cruzarse con un solo visitante. Y saber que, para bien o para mal, aquí solo nos tenemos los unos a los otros.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/10/2014

martes, 21 de octubre de 2014

Ciberchulos


Tres psicólogos de Harvard han demostrado que acabamos tomándoles manía a quienes fardan por las redes sociales. Seguro que los responsables de esta investigación se convierten en candidatos a los premios Ig Nobel, que galardonan la estupidez de quienes se embarcan en las investigaciones académicas más peregrinas del año. Por lo demás, todos conocemos a esos especímenes que dedican sus Facebooks o sus Twitters a restregarnos por la cara sus fascinantes vidas, repletas de viajes exóticos, comidas suculentas y eventos de postín. Mediante campañas permanentes de autopromoción, dichos fulanos buscan despertar admiración y aumentar su prestigio, pero tan solo consiguen generar un rechazo instantáneo, un rechazo cuya magnitud es directamente proporcional al grado y frecuencia de la chulería. Por mi actividad literaria, yo mismo he constatado el grado de encono que los escritores llegamos a sentir cuando un «amigo» de nuestro gremio anuncia que ha ganado un premio, o que va a publicar en una editorial de prestigio, o que sus fans lo adoran y le piden autógrafos por la calle. Hasta ahora yo pensaba que se trataba de envidia cochina, pero gracias a los tres psicólogos de Harvard he conseguido ponerme en paz con mi conciencia. La culpa, amigos, no es mía, sino de esos chulos del demonio que pretenden hacerme ver a toda costa que sus vidas son mejores que la mía. Con su obscena ostentación, lo único que demuestran es su incapacidad para comprender la naturaleza humana, que se solidariza con la desgracia ajena, pero reacciona de forma virulenta ante el éxito de los demás, sobre todo cuando este se nos restriega a diario desde la pantalla del ordenador. «¡Alegraos conmigo!», parecen decirnos. «¡Anda y que te den!», respondemos nosotros mentalmente. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 21/10/2014

sábado, 11 de octubre de 2014

Las cuentas de Cospedal


A los malos pagadores siempre les acaban cuadrando las cuentas. Seguro que a Cospedal le cuadran de maravilla. El cómo ya importa menos con tal de que las cifras del déficit salgan aseadas. Importa muy poco que se privaticen hospitales, que se eliminen camas y que las listas de espera se estiren hasta lo imposible al tiempo que se maquillan de un modo repugnante. Importa poco que los pacientes con enfermedades crónicas de gravedad hayan pasado al limbo clínico, que el personal sanitario se vea obligado a trabajar en condiciones de auténtica explotación y que las ayudas a personas dependientes se hayan rebajado hasta la categoría de limosnas. Importa poco, muy poco, que los profesores de la enseñanza pública trabajen más por menos, que muchos vean cómo su plaza (ganada por oposición) se esfuma junto con su tranquilidad, y que miles de compañeros interinos, tan valiosos como necesarios, se van al paro sin esperanzas de regresar a las aulas. Son solo víctimas colaterales, daños insignificantes si se tiene en cuenta lo bonitas que están quedando las cifras del déficit para que don Mariano pueda fardar en Bruselas. Todo es válido con tal de que las cuentas cuadren, hasta retener los más de cuatrocientos euros que los estudiantes de las residencias universitarias han de desembolsar en concepto de fianza, un dinero del que muchas familias necesitan para afrontar los gastos académicos de sus hijos. «Pero ¿cuándo lo van a devolver?», preguntan los padres ya desesperados. Y casi es posible imaginar la sonrisa del funcionario toledano cuando, por vía telefónica, aconseja resignación y paciencia, la paciencia que ellos no tendrían si los malos pagadores fuésemos nosotros a la hora de pagar impuestos. Así ya pueden cuadrarle las cuentas, señora presidenta. Aunque pudiera ser que las otras cuentas, las de intención de voto, no le salgan tan redondas.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/10/2014

sábado, 4 de octubre de 2014

Un par de guantazos


La feria de Albacete convierte ciertas vías peatonales de la ciudad en aparcamientos gratuitos, o por lo menos eso piensan algunos. Recuerdo una tarde en que la plaza del Periodista Antonio Andújar tenía aspecto de parking o de concesionario de vehículos. Bolígrafo en ristre, dos agentes de la policía local no daban abasto para tanta multa, cuando se presento el airado dueño de uno de los vehículos. En uno tono propio del más avezado energúmeno, el individuo aquel reprochó a los policías la sanción que acababan de ponerle. En respuesta, uno de los agentes se limitó a explicarle el motivo de la denuncia y la molestia que provocaba al dejar su coche en un área de tránsito peatonal que, además, es zona habitual de juegos infantiles. Entonces comenzaron los gritos y los insultos. «¡Sinvergüenzas! ¡Que sois unos sinvergüenzas!», berreaba el individuo. Pero los agentes se limitaron a subir en sus bicis y alejarse, dejando al sujeto aquel gritando con su multa en la mano. No entro aquí a discutir sobre el oportunismo sancionador ni el afán recaudatorio de la policía local. Me limito a dejar constancia de una actuación ejemplar de dos agentes que tuve ocasión de presenciar. Y también a realizar una pequeña reflexión sobre la autoridad. La autoridad no es propiedad de este o aquel funcionario o político. Es un patrimonio común que, a modo de herramienta, se les concede a algunos servidores públicos para que puedan ejercer su labor. Sin autoridad no habría justicia, educación, sanidad ni orden público. Un tipo que deja su coche aparcado en cualquier sitio e insulta a unos policías nos está insultando a todos. En ciertos países habría sido detenido o habría terminado boca abajo sobre el suelo, con esposas en las muñecas y la bota de un policía sobre la cabeza. Es una suerte vivir en un país donde no ocurren esas cosas. Pero a más de uno le vendrían bien un par de guantazos.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/10/2014

lunes, 29 de septiembre de 2014

Transustanciación


En los EE UU, patria del producto sobreempaquetado por excelencia, han conseguido rizar el rizo una vez más. Además de los donuts y de los cereales para el desayuno, ahora por aquellas latitudes envasan también el pan y el vino de la misa. El invento consiste en un blister individual provisto de una tapadera abrefácil. Por un lado encontramos una pequeña ración de pan. Por el otro, un compartimiento que contiene un traguito de vino. En la tapa de cada ración figuran las indicaciones dietéticas, los riesgos para dipsómanos, diabéticos y celíacos, etc. Aunque no lo puedo aseverar, me imagino que los sacerdotes norteamericanos ya no consagran el contenido de un cáliz, sino una pila de estos pulcros paquetitos que luego van entregando a la fila de comulgantes conforme al conocido santo y seña de «elcuerpodecristoamén». El motivo, supongo, es la manía del mundo occidental por la higiene, esa obsesión que nos hace mirar con recelo cualquier producto que no venga envuelto en capas y capas de celofán y de cartón. Con todo, les presumo a los católicos norteamericanos un plus de desconfianza con su clero (a saber en qué lugares habrán estado hurgando esas manos). Pero lo que de verdad me preocupa, como buen católico que fui en su día, es adónde irán todos esos envases vacíos. A mí en la catequesis me enseñaron que hasta una porción microscópica de la hostia consagrada, hasta la gota más diminuta de vino que quede en el cáliz, poseen las mismas cualidades eucarísticas que las raciones normales. Entonces ¿qué pasa con los restos de pan y de vino que quedan en el blister? ¿Acaso se reciclan? ¿Se recogen devotamente para enviarlos a plantas de gestión de residuos sagrados atendidas por curas y monjas adiestrados en tal menester? ¿Es obligatorio encender velas y realizar genuflexiones delante de cada contenedor? De momento ignoro las respuestas, pero me comprometo a indagar en el asunto.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 26/9/2014

sábado, 20 de septiembre de 2014

Realidad virtual


Desde la perspectiva de este viernes la feria empieza a parecer un sueño. ¿Dónde ha ido a parar esa marea humana que invadía hasta el último rincón del ferial y de sus aledaños? Todo se ha esfumado de repente como barrido por un viento bíblico. Las atracciones las tómbolas y los chiringuitos pertenecen a un pasado que sabemos reciente, pero que empieza a desdibujarse como algo mítico e irreal. Esa juerga desaforada a la que esta ciudad se entrega cada septiembre se ha devorado de nuevo a sí misma, y el exceso ha dado paso a la expiación. Los niños han vuelto al colegio y los comercios abren por la tarde. Nos sentimos un poco culpables, como un novio que ha traspasado todos los límites en la noche de su despedida de soltero, pero también aliviados porque todo ha quedado atrás, todo está perdonado y podemos volver a ser nosotros mismos. Lo que hace unos días era normal ahora nos parece extraño, como esa rutina de completar giros por el recinto ferial, en una dirección, luego en la opuesta, por el círculo interior y por los anillos concéntricos, abriéndonos paso a duras penas entre la multitud beoda y estridente, pisoteando envases vacíos y charcos hediondos, aguantando gritos y empellones, ensordecidos, desorientados, vagando sin propósito, como si la feria y sus círculos fueran un artefacto ideado para anular nuestra voluntad y retenernos en su interior. Y puede que sea así, que el diseño laberíntico y circular del recinto ferial responda al de una gran máquina de realidad virtual que nos mantiene a todos prisioneros para extraer de nosotros toda nuestra energía y todo nuestro dinero. Hasta resulta concebible que esta calma y esta normalidad que hoy disfrutamos no sean reales, sino alucinaciones inducida en nuestros cerebros por quienes operan ese ingenio que nos mantiene girando como sonámbulos, como seres sin cerebro, sin propósito, sin mañana.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/9/2014

domingo, 14 de septiembre de 2014

Las sillas de la cabalgata


Ignoro el significado del murciélago en el escudo de Albacete, pero se me ocurren varios motivos que nos representarían mejor que el dichoso bicharraco. Y no hablo de la tópica navaja, sino de las sillas de la cabalgata. Piensen en ello. ¿Hay algo más distintivo de la idiosincrasia de nuestra ciudad que salir a la calle el día 6 de septiembre y encontrar una hilera interminable de sillas alineadas en las aceras? Sillas de todos los tipos, jaeces y raleas. De madera y de plástico. De jardín y de interior. Sobrias e historiadas. Tapizadas e inmisericordes con las posaderas. Una auténtica exposición callejera y popular de la historia del mueble en nuestra ciudad. Pero hay algo más. Porque, a poco que uno se fije, comprobará que esas sillas están dotadas de ingeniosos sistemas de seguridad. Para empezar, las encontramos siempre atadas en grupos más o menos grandes, tantas como miembros tenga la familia que vaya a servirse de ellas. Si uno es medianamente observador, hasta es posible deducir la composición y extracción socioeconómica de cada familia mediante la observación de esos grupos de sillas vacías. Aunque no todas están vacías, porque es tradicional la figura de esa anciana que se sienta durante horas para hacer guardia. Y este es la segunda medida de seguridad a la que me refería: la abuela apostada en plena calle para velar por la comodidad de su progenie durante la cabalgata. Y no se les ocurra tratar de apartar una silla para poder cruzar la calle. Ni siquiera la rocen por accidente. Porque la ferocidad de la anciana es propia de un animal mitológico. Bien, ¿por qué no un escudo con una anciana solitaria sentada en medio de la calle? ¿No nos representaría eso mucho mejor que todos esos murciélagos y castillos que a nadie le dicen nada?

Publicado en La Tribuna de Albacete el 14/9/2014

sábado, 6 de septiembre de 2014

Pesadillas


Estos últimos y feroces coletazos del verano nos enfrentan a alguna que otra alternativa indeseada. Podemos cerrar la ventana y ahogarnos de calor o bien dejarla abierta y descubrir que el ruido no permite conciliar el sueño. Y no parece haber escapatoria, salvo dejar encendido el aire acondicionado, lo que se nos asegura que es insalubre y nocivo para el medio ambiente. Resulta desalentador comprobar lo ruidosa que es nuestra ciudad por la noche (y me refiero a toda la noche, incluyendo las horas de la madrugada). Están las terrazas de verano, los noctámbulos que beben y viven en la calle y los parranderos que deambulan entre gritos y cánticos. Esta es la auténtica canción del verano, la que atruena durante toda la noche en el corazón mismo de nuestra ciudad. ¿Pero qué me dicen del estruendo que provocan los camiones de la basura y otros servicios de recogida de residuos? Bajo mi ventana, en una calle céntrica, hay varios contenedores de reciclaje que reciben las visitas periódicas de los correspondientes camiones, visitas que nunca se producen antes de la una de la mañana (con frecuencia en torno a las dos). Durante sus buenos diez minutos, el fragor es monstruoso: motores pesados, mecanismos hidráulicos, cientos de botellas entrechocando… Noche tras noche uno despierta como de una pesadilla, pero solo para encontrarse con la pesadilla peor de que vivimos en una ciudad donde no se respeta el descanso de los vecinos. Nuestra ayuntamiento, muy eficaz y didáctico él, ha montado una campaña en la que les recuerda educadamente a los juerguistas que hay gente durmiendo, pero parece olvidarse de la molestia intolerable que provocan los propios servicios municipales. Menos mal que ahora viene la Feria, con sus diez días de ruido y de furia, de suciedad y de incordios sin fin, y ya todo nos va a dar lo mismo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/9/2014

viernes, 29 de agosto de 2014

Náufragos del tiempo


Aunque el calendario se empeñe en llevarme la contraria, sé que el año no empieza en enero. Un cambio de ciclo se manifiesta por la existencia de un umbral, y las Navidades no me convencen en ese papel. Es un período demasiado breve y ajetreado para que lleguemos a darnos cuenta de que hemos navegado de un tiempo a otro. Los umbrales deben conducir a sitios distintos, a tiempos distintos. El verano, sin embargo, me parece un candidato mucho mejor para establecer el comienzo del año. Se trata de un período largo, árido y vacío, un océano en mitad del calendario. Durante el verano nos sentimos náufragos de nuestras propias vidas, náufragos del tiempo. Luego, conforme los días de agosto se desgajan del calendario, creemos adivinar una costa nueva. Nos hacemos la promesa de que este año las cosas van a cambiar de verdad, de que nuestra vida va ser otra muy distinta, más plena, más llena de significado y de propósito. Pero empieza septiembre, pasa la Feria (la inexorable y rutinaria Feria) y al cabo de unos días o semanas comprendemos que lo que estamos viviendo se parece terriblemente a lo que dejamos atrás. Y este podría ser el umbral que estoy buscando para establecer el comienzo del año nuevo, ese momento terrible que todos vivimos, aunque cada cual en una fecha distinta (el comienzo del curso, el día de nuestro cumpleaños, qué se yo). Me refiero al día en que comprendemos que el tiempo carece de umbrales, de ciclos y de propósitos, de que el tiempo no nos ve ni nos oye ni repara en nosotros, de que no le importamos. Como una bestia prehistórica que solo sabe embestir hacia delante, el tiempo transcurre y aplasta todo a su paso. Y nada podemos hacer para detenerlo ni para apartarnos de su camino.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 29-8-2014 

viernes, 22 de agosto de 2014

Fuego


Mañana comienzan las fiestas de Carcelén, y como cada año lo hacen con fuego. Tres grandes hogueras arden en lo alto de la peña que preside el pueblo. Desde allí, una comitiva de luces desciende lentamente por el trecho más empinado de la ladera, encendiendo a su paso hogueras más pequeñas que recuerdan las señales luminosas de una pista de aterrizaje. Cuando las luces se agrupan, el público contiene el aliento y aguarda en silencio. De repente se ponen de nuevo en movimiento, esta vez a gran velocidad. Entre aplausos y gritos de ánimo, vemos cómo las luces surcan la noche y empiezan a distanciarse unas de otras. Y al cabo de unos pocos minutos, los corredores comienzan a cruzar la línea de meta, que se encuentra junto a la ermita del Cristo, a la entrada del pueblo, donde nos hemos congregado para presenciar esta peculiar carrera. Los corredores portan antorchas, las pequeñas luces que veíamos desde la distancia. Los primeros han completado la carrera en el lapso de un parpadeo. Luego comienzan a llegar con cuentagotas. Los últimos en hacerlo ni siquiera corren, han descendido caminando con el único propósito de participar en esta tradición de la que nadie está excluido. Hay un premio en metálico para los primeros, y el vencedor prende con su antorcha el gran montón de leña que se levanta junto a la ermita. El momento tiene mucho de mágico y ritual, de fiesta pagana, aunque exenta de brutalidad y de animales torturados. Los antiguos griegos ya celebraban carreras de antorchas en sus juegos. Rara es la cultura en la que el fuego no desempeñe un papel capital. El fuego purifica, arrasa lo viejo y prepara el camino para cosas nuevas y mejores. El fuego eleva nuestros deseos al cielo y nos pone en contacto con los dioses. Y un año más me pregunto qué se sentirá al descender por esa ladera a tumba abierta con una antorcha en la mano. Quizás el año que viene. Quizás.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 22/8/2014


Bestezuelas estivales


Aunque los zoólogos no se ponen de acuerdo al respecto, parece que el zanguango es una subespecie del género humano que se manifiesta entre los doce y los dieciocho años de cada individuo, si bien los márgenes cronológicos son difusos y están sujetos a debate. La mayoría de los zanguangos son machos, pero existen evidencias de que el zanguango hembra empieza también a proliferar a lo largo y ancho de nuestra geografía. El zanguango muestra una clara preferencia por el aire libre. Durante el día, se observa su presencia en parques, jardines y piscinas, siempre en grupos que suelen superar los diez individuos. Al anochecer los zanguangos se reúnen en grandes manadas que pueden congregarse en casi cualquier lugar, aunque con especial preferencia por aquellas zonas donde su presencia resulte especialmente molesta e irritante. Mientras brilla el sol, el zanguango se muestra aletargado y poco reactivo. Cuando se desplaza, lo hace en monopatín o bicicleta, aunque también es frecuente verlo montado en motocicletas de baja cilindrada con las que se las arregla para provocar un estruendo atroz a la hora de la siesta. Al anochecer, sin embargo, desarrollan una actividad frenética que incluye el consumo desaforado de bebidas alcohólicas, los ritos de cortejo y apareamiento y otros comportamientos nocivos que han alimentado la fama de alimaña de la criatura. La actividad del zanguango alcanza su máxima cota de virulencia durante las fiestas patronales de cada localidad. Después decae hasta el comienzo del curso académico, época que marca el inicio del período de hibernación de la especie. Al tratarse de una especie protegida, no existe ninguna forma eficaz de librarse de ellos salvo poner tierra de por medio.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 15/8/2014

viernes, 8 de agosto de 2014

Adopta un tío


Supongo que habrán visto el pintoresco anuncio de la web Adoptauntio.es. Viene a ser como si una empresa de venta de esclavos hubiera abierto una sucursal en internet. A las compradoras se les ofrecen tipos barbudos, tatuados, bigotudos y pelirrojos. De hecho, cada semana se pueden encontrar ofertas especiales que se anuncian como las rebajas de El Corte Inglés («liquidación total de barbudos», «semana internacional del bigote»). La web tiene el mismo aspecto que cualquier tienda on-line. Cuenta con sus secciones y su carrito de la compra y, para que no quede ningún género de dudas, denomina «productos» a los individuos que se ofrecen a la mejor postora. Sin embargo, un vistazo más cuidadoso nos saca de dudas. El portal no es más que otra web de citas por internet que ha decidido recurrir al humor para llamar la atención de los potenciales clientes. Me parto de la risa. Entiéndanme. Me tengo por una persona con sentido del humor. Es más, creo que el humor es la única forma inteligente de tolerar el mundo, y la risa me parece la más saludable de las reacciones humanas (siempre y cuando no te rías de quien no debes, claro). Lo que me sorprende es que en esta época de moralismos y corrección política, de observatorios de esto y de aquello, de pazguatos que se la cogen con papel de fumar, nadie haya puesto el grito en el cielo ante una campaña publicitaria que trata a las personas (a los hombres, en este caso) como mercancía. Imaginen el caso contrario, es decir, que la web se denominara Adoptaunatia.es. Imaginen que los productos que se ofertaran fueran señoras rubias o gorditas o maduritas o tetudas. Imaginen a todos los observatorios de la mujer y a todas las organizaciones y plataformas por la igualdad de «género» lanzando anatemas y exigiendo la cabeza de los responsables de la web. Imaginen las declaraciones de condena que aparecerían en todos los medios. Imaginen un país que se las da de moderno pero donde el respeto y la igualdad solo funcionan en una dirección.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 8/8/2014

viernes, 1 de agosto de 2014

Simios


La última entrega de El planeta de los simios es una película entretenida y a ratos hasta brillante, pero lo verdaderamente llamativo es que los personajes generados por ordenador (es decir, los monos) son mucho más convincentes y carismáticos que los actores reales. De hecho, la cinta declina de forma notable cuando los humanos entran en escena. Me gustaría realizar una proyección de esto trasladando el efecto «simio» a la política autonómica. El pasado 20 de julio, Cospedal consumó su anunciada reducción de diputados en el parlamento regional, de 53 a 33, lo que ella explica como una medida de austeridad y la oposición como un pucherazo electoral encubierto que dejará sin representación parlamentaria a los partidos de izquierda a excepción del PSOE (es decir, a los partidos de la izquierda). Yo opino que la realidad ha convertido el parlamentarismo en una reliquia del siglo XIX, y que en esta democracia de partidos todo este debate carece de importancia. Puestos a ahorrar, lo mejor sería reducir el número de parlamentarios regionales a uno o ninguno y gobernar la región como una república bananera, que a efectos prácticos es lo que se ha hecho hasta el momento. A fin de cuentas, no creo que muchos ciudadanos se sientan representados por esos diputados-títere que calientan el escaño en las soñolientas sesiones del parlamento toledano y aprietan en botón que les dicen. Y puestos a guardar el decoro y a mantener la ilusión, la tecnología digital nos permite generar tantos parlamentarios virtuales como se necesiten hasta completar el aforo de la cámara. Podríamos tener monigotes de Disney, alienígenas como los de Avatar o, mejor todavía, monos similares a los de la película que mencioné al principio. La diferencia no sería grande en el plano legislativo, pero todo resultaría mucho más interesante que hasta ahora. Excuso decir qué personaje digital se me ocurre para encarnar a la presidenta de la región.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 1/8/2014

viernes, 25 de julio de 2014

Ciclistas de acera


Los aficionados a la bici son gente de cuidado, y esto por dos motivos. En primer lugar, porque algunos de ellos (una exigua minoría, sin dudad) se sirven de sus vehículos de dos ruedas, no como medio de transporte, sino como armas para sembrar el caos en la vía pública. El segundo motivo es su susceptibilidad. Jamás he sabido de un colectivo tan diverso que, sin embargo, responda a las críticas con una contundencia más unánime. Es como si alguien se quejara públicamente de quienes no recogen los excrementos de sus perros y todos los dueños de perros se sintieran ofendidos. Con todo, y puesto que los problemas que causan los ciclistas desaprensivos (que no «los desaprensivos ciclistas») no remiten, voy a volver a denunciar desde aquí el comportamiento de esos sujetos que se saltan los semáforos, que circulan en sentido contrario y que invaden las aceras sin el menor miramiento por la seguridad de los peatones. El momento es oportuno, porque el ayuntamiento acaba de hacer público el proyecto de una pasarela que serviría para conectar el carril-bici urbano con el de Valdeganga, con un presupuesto de 1.228.810 euros, nada menos. De acuerdo que tan mastodóntica obra se piensa financiar en un 80% con fondos de la UE, pero no acabo de ver la urgencia de semejante infraestructura. Creo que para favorecer a los ciclistas lo más adecuado sería arreglar las aceras de la ciudad, toda vez que algunos miembros de este colectivo (una exigua minoría, sin duda) se sirven de ellas con preferencia a la calzada. También se les podría dar a las aceras una capa de pintura verde para hacer oficial lo que ya es una realidad en la práctica. Con el dinero que sobrara quizás se podría equipar a los agentes de la policía local con gafas graduadas para que persigan y sancionen conductas que al parecer les pasan completamente desapercibidas.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 25/7/2014 

sábado, 19 de julio de 2014

Corea y la felicidad


Al final ha resultado todo un bulo urdido por algún graciosete de internet, pero la mayoría nos lo hemos tragado sin problemas. Según se nos ha contado, la televisión de Corea del Norte le ha endosado a la población que su selección se había clasificado para el mundial de fútbol, que había derrotado por goleada a EE UU, China y Japón y que iba a jugar la final contra Portugal. El desenlace de todo esto provoca algo de sofoco. No solo nos hemos tragado sin rechistar una noticia falsa, sino que nos hemos dejado manipular por los medios de comunicación como pobres norcoreanos, es decir, como pobres idiotas. Con todo, una vez superado el sentimiento de ridículo, quizás la idea no sea tan mala. ¿Recuerdan un verano con un comienzo más catastrófico que este? ¿Han percibido alguna vez un sentimiento de desdicha, desengaño y rencor parecido al que hemos vivido por culpa del calamitoso papel de nuestra selección? Por no mencionar el perjuicio para la hostelería, los miles de litros de cerveza, de tapas y de gin-tonics que han dejado de venderse, el número de televisores gigantescos comprados para nada, las expectativas de todo un sector estratégico al garete. ¿No habría sido preferible dejarnos engañar y ser felices en nuestra ignorancia, igual que supuestamente les ocurría a los norcoreanos? Incluso se me ocurre que podría existir una cadena de televisión dedicada exclusivamente a contarles cuentos de hadas a aquellos que no quieren amargarse la vida con la dura realidad: que la crisis remonta, que el paro mejora y que este país se recupera gracias a las rigurosas pero necesarias decisiones del gobierno. Decididamente creo que necesitamos un canal como ese. Aunque, ahora que me caigo, ya lo tenemos. Se llama Radiotelevisión Española. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 18/7/2014

domingo, 13 de julio de 2014

La realidad


Estoy de vacaciones y a punto de marcharme al pueblo. Esto, que para otros sería un motivo de júbilo, a mí me inquieta, porque tengo la sensación de que la realidad no estará aquí cuando regrese. Las señales de alarma se acumulan. Primero fueron los resultados de las elecciones europeas. ¿Qué democracia es esta en la que un mindundi con coleta se puede convertir en un político influyente de la noche a la mañana? Así a las bravas, sin todo el aparato de un partido detrás, sin más aval que el que dan las urnas. Luego vino lo de la abdicación de Juan Carlos. Todo un rey saliendo por la puerta de atrás, y no uno cualquiera, sino un rey al que poco le faltó para ser canonizado. Transcurre apenas una semana y asistimos a una extraña ceremonia de coronación por las calles fantasmales de un Madrid vacío. Y ahora tenemos dos reyes y dos reinas: el emérito y aforado a toda prisa, el que tiene pinta de querer estar en cualquier otro sitio, la que dicen que se quiere divorciar y la periodista televisiva entronizada. No puedo ni imaginarme el partido que le habría sacado la prensa sensacionalista británica a semejante panorama. Por no mencionar a la infanta imputada y al duque empalmado, y a los fiscales que entienden su trabajo al revés. En fin, que muchas cosas que dábamos por sentadas, como el bipartidismo y la institución monárquica, parecen a punto de desintegrarse, y tengo miedo de que el efecto dominó arrastre a todo lo demás. Quizás cuando regrese del pueblo, después de mis vacaciones, España ya no sea España, sino un país de opereta salido de una película de los Hermanos Marx, un país de políticos con coleta y reinas televisivas. Mi única esperanza es Froilán. Ese sí que es un Borbón de pura cepa: Grande de España pero incapaz de aprobar segundo de la ESO.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 11/7/2014

lunes, 7 de julio de 2014

Barbies y madelmanes


Hay una chica ucraniana que ha transformado su cuerpo mediante cirugía hasta ser un calco de la muñeca Barbie. Los psicólogos se quejan de que las muñecas les imprimen a las niñas roles de género. En casos extremos pueden incluso desatar patologías mentales. De lo que rara vez se habla es de los muñecos para niños. El primero que yo recuerdo es el Madelman, un tipo canijo y poco agraciado. A pesar del traje de astronauta o de policía montada del Canadá, quizás los Madelman aspiraban a parecerse al español medio de entonces. El primer muñeco para niños en apuntarse a un gimnasio y tomar esteroides fue el Big Jim. Se trataba de un tipo fuertote con cara de actor de telefilm, y si le apretabas la espalda atizaba golpes de kárate. Que yo recuerde, el Big Jim no tenía vestuario. Venía en su caja casi en cueros, con unos escuetos pantaloncitos y todos los músculos al aire. Ahora me sorprende que un juguete así pasara la censura del Régimen. Aunque el caso del Geyperman era mucho más escandaloso. Era también un tipo cachas, pero además lo fabricaban con pelo y con barba. Un machote en toda la extensión del término. En cuanto a la oferta de vestuario, los había incluso vestidos de oficiales alemanes de la 2ª Guerra Mundial. Cuando trato de evocar mi colección de Geyperman, lo que me viene a la cabeza es una imagen del grupo Village People. Pero todo eso está en la mente de un adulto. Los niños, como criaturas perfectamente amorales que son, no se dejan contaminar por la carga ideológica de los muñecos. Un juguete es un juguete. Hacerse adulto es una forma de perversión, pero para eso está la vida.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/7/2014

viernes, 27 de junio de 2014

Mercados orientales


He orientado mi actividad hacia los mercados asiáticos. Quiero decir que me ha dado por comprar baratijas chinas por internet. Ya he contado alguna vez la extraña fascinación que ejercen sobre mí las tiendas de chinos. No hay vez que entre en uno de esos bazares sin sentirme como Marco Polo en la corte del Gran Khan. Pero lo de comprar en Hong Kong a través de eBay supera con mucho todas mis experiencias anteriores. Nunca son cosas de gran valor. Me limito a artículos modestos como accesorios para el ordenador, auriculares, fundas para teléfonos móviles, pequeñas piezas de bisutería y ese tipo de quincalla. Sin embargo, la emoción que experimento rebasa con mucho el valor o la importancia del objeto. Cuando presiono el botón que cierra la operación, imagino el complejo mecanismo que acabo de poner en marcha: el oriental laborioso rebuscando en su almacén infinito, las sutilezas del empaquetado, la variedad de vehículos que, por tierra mar y aire, surcan fronteras para hacerme llegar mi pedido, las complejas alianzas que los servicios postales deben entablar para que todo termine bien… Como el protagonista de la novela Seda, de Alessandro Baricco, tengo la sensación de que me han sido revelados todos los secretos del Oriente. Finalmente, llega el día en que el cartero deposita en mis manos ese objeto que ha recorrido medio mundo invocado por un clic de mi ratón: la linterna láser, el cacharrito para hacer sushi o los nuevos altavoces del PC. Y justamente ahí termina el sortilegio y llega el momento de volver a empezar. Comprar en China por internet es como volver a creer en los Reyes Magos. Además, ¿para qué ir a Los Invasores cuando podemos comprar las mismas porquerías a 12.000 kilómetros de distancia gracias a la red?

Publicado en La Tribuna de Albacete el 27/6/2014

domingo, 22 de junio de 2014

Mike


Uno de mis sueños nunca cumplidos era el de tocar la guitarra en una banda de rock. En mi mitología privada no hay nada comparable a un guitarrista marcándose un solo sobre un escenario. Absolutamente nada. Mis años como profesor y como escritor me han deparado algunas alegrías, pero para mí ni una cosa ni la otra admiten parangón con lo que debe de sentir un músico de rock en medio de las luces, del ruido y de la furia de un concierto. Lo que a buen seguro sintió mi hijo Miguel el sábado pasado, mientras tocaba con su grupo en la final del Memorial «Alberto Cano». Dicen que la pedagogía es una ciencia, pero lo cierto es que cuando criamos a los hijos avanzamos casi a ciegas por un camino en el que suelen abundar más los errores que los aciertos. Ahora que mi hijo tiene 19 años, me gustaría pensar que mi papel en su vida ha pasado a un segundo plano. Las cartas están sobre la mesa, y lo que Miguel haga con ellas ha dejado de ser mi responsabilidad y se ha convertido en la suya. Pero los seres humanos somos criaturas proclives al remordimiento, y uno no puede evitar lamentarse por todos esos «no pude» o «no supe» que hemos ido dejando aquí y allá. Sin embargo, el sábado pasado, mientras mi hijo tocaba con su grupo en la final del Memorial «Alberto Cano», comprendí que yo tenía algo que ver con aquello. Y al final, cuando los cuatro componentes de Timewave (Ray, Gabri, Chema y Mike/Miguel) subieron al escenario para recibir el primer premio y la ovación del público, sentí de forma inequívoca esa fuerza de la sangre que a veces nos sacude como un riff de guitarra eléctrica, la que ha convertido a aquel músico frustrado en este brillante bajista de 19 años dispuesto a comerse el mundo con su banda de rock and roll.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 20/6/2013

sábado, 14 de junio de 2014

Los huesos de Cervantes


Andan ahora revolviendo los cimientos de una iglesia de Madrid en busca de los restos de Cervantes. No en balde estamos a pocos meses del cuarto centenario de la segunda parte del Quijote, y ya saben que los políticos se ponen como motos con esto de los centenarios. Ya casi me imagino a Ana Botella blandiendo un fémur o un peroné, o acariciando una calavera cual Hamlet transexuado, lo que quizás aumentara sus escasas posibilidades de ser candidata a la alcaldía capitalina. Pero lo preocupante de todo esto no es que se estén empleando abundantes medios y fondos públicos para acometer la búsqueda. Ni siquiera los motivos me inquietan, por interesados y poco loables que estos sean. Lo que me da que pensar es que los restos de Cervantes se hayan extraviado en el olvido de alguna fosa común. Ya he leído las opiniones de más de un literato al respecto, en el sentido de que lo mejor que se puede hacer con Cervantes es dejarlo descansar. Y es cierto que el viejo novelista tuvo una vida azarosa y desdichada, que el éxito le llegó tarde y mal, que vivió y murió entre estrechuras y que a nadie le importó un ardite que su cadáver se extraviara. A Shakespeare lo enterraron en la parroquia de su pueblo y allí sigue todavía, descansando entre sus familiares y recibiendo casi tantas visitas de admiradores como Lady Di. En su muerte, al igual que en su vida, Cervantes fue mucho más humilde. Se hizo enterrar con hábito franciscano, y casi me puedo imaginar sus últimas palabras, dirigidas tanto a sus parientes como al mundo en general: «¡Ahí os quedáis! ¡Ahora me toca descansar, que bastante me habéis jorobado ya!». Y, sin embargo, a mí me parece bien que se localicen e identifiquen los restos del autor, y que se les dé una sepultura digna de su fama. El mausoleo muy bien podría convertirse en un lugar de peregrinación. Y me refiero a una peregrinación forzosa, pues allí deberían acudir, vestidos de saco y con la cabeza cubierta de ceniza, todos aquellos que desde los medios de comunicación maltratan esa lengua castellana que él nos legó tan melodiosa y cristalina como un instrumento bien afinado. También sería un elemento disuasorio para esos famosetes televisivos que perpetran novelas y libros de memorias: «Aquí yace un escritor, lo que vosotros nunca seréis». Y ya puestos, quizás la tumba fuera útil como recordatorio de ese trato canallesco que nuestra nación reserva para sus hijos más ilustres.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 13/6/2014

viernes, 6 de junio de 2014

Demasiado tiempo


Hace mucho, demasiado tiempo, de casi todo. Por ejemplo, de aquel día que lo vimos por televisión cuando lo estaban coronando, vestido de capitán general pero con pinta de estar tomando la primera comunión. Y resulta que han pasado casi cuarenta años, los mismos que duró la posguerra y la posguerra de la posguerra, y eso que a quienes la vivieron se les hizo eterna. Y ahora aquel mozalbete que encarnaba las esperanzas de muchos se ha convertido en un señor fondón que pide perdón por matar elefantes y porque le ha salido un yerno un poco chorizo. Y encima no se le ocurre otra cosa que abdicar. «¡Ay, si Franco estuviera vivo!», oí exclamar a un anciano la otra tarde, mientras paseaba al perro. Y todos sus contertulios del banco asintieron con la cabeza. Pero hace ya mucho tiempo desde que Franco se fue a criar malvas en Cuelgamuros. Casi tanto como desde que el señor gordinflón era un mozalbete con cara de acojonado a pesar de su uniforme de capitán general. Cuántas esperanzas se van con él, ¿verdad? Qué jóvenes éramos entonces todos, sin excepción. Casi unos niños. Y ahora, de repente, nos miramos al espejo y nos descubrimos con sobrepeso y un poco ajados, señores y señoras de mediana edad con unos cuantos desengaños y alguna que otra traición a las espaldas, un poco de vuelta de todo y en plena pitopausia. Y como esos pobres diablos que quieren vivir una segunda juventud, nos dejamos crecer la coleta y nos volvemos radicales y alternativos. Pero en el fondo sabemos que no somos así, que a lo que de verdad aspiramos es a la tranquilidad de la jubilación, pero de una jubilación digna, aunque sea de mirones de obras. Y no la del señor de la escopeta, ese señor que era tan rico que podía presumir de tener las esperanzas de todos en el bolsillo y que ahora no puede presumir más que de su dinero y de esa alemana macizorra a la que se llevaba de viaje. Cuánto tiempo de casi todo, majestad. Cuánto.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 6/6/2014


lunes, 2 de junio de 2014

Diarios


En mi adolescencia más incipiente traté por vez primera de llevar un diario. Yo entonces estaba convencido de que mi prioridad era enamorarme de alguna de las chicas de mi clase y luego sufrir mucho por culpa de aquel amor. Aclaro que ni se me pasó por el magín declararme a alguna de aquellas zanquilargas de doce años y exponerme al ridículo de toda la clase. La cosa tenía un matiz más teórico o, si me lo permiten, más literario. Se trataba simplemente de elegir a una de ellas y luego llenar páginas y páginas de prosa y poesía con el torrente de mis sentimientos, algo así como una versión infantil y bobalicona del amor cortés. Y lo cierto es que lo intenté. Me parece que la chica se llamaba Pili y, si me esfuerzo un poco, creo que todavía me acuerdo de su cara. Aunque, ¿quién sabe?, quizás la esté confundiendo con otra compañera de clase o mezclando sus rasgos con los de alguna alumna, porque la memoria es así de traicionera. Empecé aquel recuento de mis amores secretos con una cita de Bécquer, porque la poesía siempre ha tenido esa utilidad práctica (al menos la de Bécquer) y me temo que ya no escribí nada más. Seguramente me di cuenta de que lo del enamoramiento no era solo cuestión de proponérselo. Había otros factores que escapaban a la voluntad y tenían más que ver con esa parte irracional que hay en todos nosotros y que a veces toma el mando. Además, la verdad sea dicha, por aquellos días me interesaba mucho más la relación con mis amigos y compañeros de clase que con las chicas, en cuyas personalidades y comportamientos discernía un componente alienígena que, si soy sincero, creo que todavía percibo. Aquel fue mi primer intento frustrado de llevar un diario.
El segundo intento tuvo lugar ya en mi época del instituto, al que por aquellos tiempos entrábamos con catorce años. El criterio trasnochado de quienes entonces dirigían el IES Bachiller Sabuco (corría el año 77, me parece) nos había simplificado bastante la vida de los mozalbetes de primero de BUP. El instituto era mixto, pero chicos y chicas íbamos a clases separadas. Eso nos ahorraba distracciones, aunque a cambio nos exponía de un modo más directo y peligroso a la brutalidad de ciertas bestias pardas que, invariablemente, procedían de Escolapios y de Salesianos. Seguramente la segregación por sexos retrasó algunos meses el comienzo de mi pubertad, tiempo que fue aprovechado por La Obra para captarme (ya saben, el viejo truco de la sesión de cine del sábado por la tarde). Ya provisto de un plan de vida y del consabido lastre de miedo y culpabilidad, se me pidió que confiara todas mis zozobras a una agendita que debía entregar cada viernes a mi director espiritual. Ese fue mi segundo intento de llevar un diario. No hace falta explicar que lo que aquellos señores entendían por zozobras era todo lo referente a «tocarse el pito» (así llamaban a las prácticas masturbatorias con cierta picardía infantil). Al principio la cosa fue bien, pero de pronto se desató en mí el cataclismo hormonal que conoce bien cualquiera que haya vivido una adolescencia saludable. Entonces comprendí que un recuento fidedigno de mis prácticas privadas no iba a granjearme precisamente una buena reputación en aquella Santa Casa, donde nuestras cuestiones espirituales se medían en términos de pureza (es decir, de manipulaciones del «pito»). Acometí, así pues, la redacción de mi diario espiritual como si se tratase de una obra de ficción, el diario de un casto jovenzuelo únicamente preocupado por la salvación de su alma, un chico ejemplar al que jamás se le hubiera ocurrido colarse en el cine para ver una película de destape o esconder bajo el colchón varios números de la revista Lib. Con todo, al final todos esos apetitos desordenados propios de mis años debieron de aflorar de algún modo, porque uno de los mandamases de La Obra me aconsejó que me largara, lo que nunca le agradeceré bastante. La excusa que me dieron fue que yo tenía fama de rogelio, pero lo que les incomodaba de verdad, lo que escapaba a todos sus esfuerzos por llevarme por la senda recta de la santidad, era lo otro.
Desde todo aquello han pasado más de tres décadas, y creo que ha llegado el momento de ser justo y consignar por escrito mi gratitud. Es cierto que mi estancia de año y medio en La Obra me dejó un tanto atormentado, pero también sacó a la superficie al escritor que había dentro de mí. Todos aquellos escarceos con el lado oscuro del fundamentalismo católico vienen a ser el equivalente de esas infancias judías a las que tanto partido les sacan los autores norteamericanos (desde Philip Roth a Paul Auster, pasando inevitablemente por Woody Allen). Me di cuenta, además, de que la única forma de tolerar y comprender la vida es convertirla en ficción. Y así se escribieron las primeras frases de un diario que se extiende ya a la largo una docena larga de libros, un diario cuyo capítulo más reciente es esta columna que acaban de leer.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 30/5/2014

viernes, 23 de mayo de 2014

No dono mi cuerpo a la ciencia


Lo publicó un diario nacional a principios de esta semana. En la versión on-line del periódico había incluso un breve vídeo acechando tras la advertencia de que las imágenes podían herir la sensibilidad del espectador. Lo mismo se debería haber avisado al comienzo del reportaje escrito, porque hay horrores que no necesitan de imágenes para herir sensibilidades, horrores de tal magnitud que el lenguaje basta para evocarlos en toda su crudeza. En la Facultad de Medicina de la Complutense hay un sótano donde los cadáveres se amontonan sin orden ni concierto, mezclados en informes pilas de carne atormentada, despedazada y empapada en formaldehído. Son los restos de unas 250 personas que, llevadas por su generosidad, «legaron su cuerpo a la ciencia». Entiéndase por ciencia en este caso las prácticas de disección de los alumnos de medicina. Y no está en mi ánimo poner en duda lo que pienso que suscribiría cualquier docente de futuros médicos: quienes van a dedicarse a curar los males del cuerpo deben tener la oportunidad de hundir sus manos en cadáveres reales, porque no hay lámina ni modelo anatómico que ofrezca un testimonio más veraz de lo que bulle debajo de nuestra piel. Hasta el pellejo ocre y correoso de las momias se parece más a nosotros que la más perfecta simulación informática. Quienes se prestan a que los estudiantes de anatomía hurguen en sus despojos merecen toda nuestra gratitud. Son los más generosos de los donantes de órganos porque han decidido regalarlo todo, su envoltura terrenal al completo. Sin embargo, no podemos evitar un escalofrío al recordar aquellas páginas de Pío Baroja en su novela El Árbol de la Ciencia. Andrés Hurtado, el protagonista, estudia medicina en la Complutense y Baroja, con el naturalismo más descarnado, nos habla de las prácticas de disección en aquella universidad decimonónica que él tan bien conocía: «La mayoría de los estudiantes ansiaban llegar a la sala de disección y hundir el escalpelo en los cadáveres, como si les quedara un fondo atávico de crueldad primitiva. En todos ellos se producía un alarde de indiferencia y de jovialidad al encontrarse frente a la muerte, como si fuera una cosa divertida y alegre destripar y cortar en pedazos los cuerpos de los infelices que llegaban allá.» Unas líneas más adelante, el novelista describe el depósito al que los cuerpos ya usados eran trasladados con pocos miramientos: «La impresión era terrible; aquello parecía el final de una batalla prehistórica, o de un combate de circo romano, en que los vencedores fueran arrastrando a los vencidos.»
Recuerdo que leí El Árbol de la Ciencia cuando estudiaba bachillerato y que este pasaje me sacudió en lo más profundo. Lo que no podía imaginar era que, tantos años después, un reportaje de prensa sacaría a la luz que en la universidad española de principios del siglo XXI sigue existiendo al menos uno de esos macabros pudrideros que Baroja empleó como alegoría de la España más atávica y terrible. Las imágenes del reportaje evocan los campos de exterminio nazis o las matanzas más sangrientas de la guerra de los Balcanes. Sin embargo, fueron tomadas hace apenas unas semanas en el Departamento de Anatomía y Embriología Humana II, que forma parte de una institución tan noble y tan necesaria como es una facultad de medicina. No es extraño, así pues, que algunos familiares ya hayan exigido que les sean devueltos los cuerpos de sus difuntos, cuyos pedazos ni siquiera están identificados.
No hay excusas. Ni la escasez de fondos ni los recortes ni las trabas sindicales sirven para digerir semejante monstruosidad. Siempre he pensado que el grado de civilización de una cultura se puede calibrar según el trato que esa sociedad dispense a sus difuntos. En el pasado, el respeto hacia los muertos y los ritos en torno a la muerte eran los mejores criterios para diferenciar a los pueblos civilizados de los bárbaros. Qué pena descubrir que en los sótanos de una de las instituciones más emblemáticas del mundo civilizado, allá donde menos cabría esperarlo, se ocultaba la barbarie.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 23/5/2014

viernes, 16 de mayo de 2014

Eurovotator 1.4


Hace unos días me topé con un enlace curioso. Se trataba de un programa on-line que, mediante una encuesta, permitía al usuario determinar su grado de acuerdo con los programas electorales de los distintos partidos políticos que concurren a las Europeas. Me pareció interesante, pues no recuerdo haber leído nunca un programa electoral ni conozco a nadie que lo haya hecho. Además, las preguntas no eran en absoluto triviales. La encuesta arrancaba con la  contundente afirmación, «España debería abandonar el Euro como moneda nacional», sobre la que había que manifestarse conforme a una escala de cinco opciones, desde «totalmente de acuerdo» a «totalmente en desacuerdo». Un poco después la cosa se complicaba, pues el encuestado debía manifestarse sobre si los tratados de la UE deberían aprobarse en el parlamento y no en referéndum, duda que jamás me había asaltado, y eso que cuando se firmó nuestro tratado de adhesión yo era un mocito y ahora peino canas. Las siguientes preguntas me sumieron todavía más en la perplejidad, como por ejemplo la que pedía mi parecer sobre si, para solucionar las crisis financieras, la UE debería poder endeudarse, al igual que hacen los Estados. Me dio miedo ser un perfecto analfabeto político y empecé a tener dudas sobre si el sufragio universal era una buena idea o si el derecho a votar en las elecciones del 25-M debería restringirse a quienes puedan acreditar un máster en políticas económicas comunitarias. También empezó a rondarme la idea de que las cosas que se cuecen en Bruselas están muy alejadas de las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos, aunque no hay un solo anuncio de propaganda electoral en el que no se nos asegure lo contrario. Por fortuna el cuestionario se fue volviendo menos exigente. «¿La competencia de libre mercado hace que el sistema de salud funcione mejor?» «¿El Estado debería intervenir lo menos posible en economía?» Esas cosas ya me sonaban más a la madre de todas las preguntas, que no es otra que «¿es usted de izquierdas o de derechas?», y comencé a sentirme más a mis anchas, porque sé cómo responder a eso desde que era un crío.
Por fin terminé el cuestionario y aguanté la respiración mientras el programa hacía sus cálculos. Y entonces comprobé con estupor que el resultado estaba muy lejos de lo que a mí me habría gustado. No solo el partido al que pienso votar ocupaba el sexto lugar de la lista (por detrás de agrupaciones de las que apenas sé nada). Descubrí, además, que la opción política más en sintonía con mis ideas es aquella a la que hice solemne juramento de no volver a respaldar bajo ninguna circunstancia. Fue como averiguar de repente que uno no es quien pensaba ser, sino que en tu interior habita un pardillo o un borrego. Traté de calmarme pensando que el maldito test no tenía mayor rigor que esos cuestionarios que a veces, por puro aburrimiento, contestamos en las redes sociales: «descubre qué animal eres» o «averigua si eres un helado de naranja o de limón». Sin embargo, el tono serio y la dificultad de las preguntas me seguían inquietando, sin mencionar el hecho de que el cuestionario y sus resultados venían avalados por varias universidades e instituciones de prestigio. ¿Y si yo estaba equivocado y el programa estaba en lo cierto? ¿Y si mis intenciones de voto originales eran irracionales y estaban basadas en el despecho en lugar de en el conocimiento y la reflexión? Incluso se me pasó por la cabeza que una versión mejorada del programa podría ser un buen modo de perfeccionar los sistemas democráticos, tan cuestionados por unos y por otros. En lugar de manifestarnos sobre listas de nombres a los que ni siquiera podemos poner cara, ¿por qué no someterse a una encuesta y dar así con el partido más afín a nuestras ideas? ¿No sería este el mejor modo de votar de un modo racional? ¿Qué tal un Eurovotator 1.4 para sustituir al sistema tradicional?
Pues verán, mi respuesta final fue que no, que las encuestas, por muy rigurosas que sean, son incapaces de adentrarse en el alma de los electores, que el hecho de emitir el voto es un acto profundamente humano y, por tanto, sujeto a los mismos procesos irracionales que rigen los aspectos más importantes de nuestras vidas, como odiar o como enamorarse. No hay encuesta que explique por qué determinado candidato nos parece un imbécil o un estomagante, por muy razonable que nos suene su discurso. Ningún cuestionario incluye las preguntas «¿goza usted de buena memoria?» o «¿hasta qué punto está usted dispuesto a seguir alimentando a esos sujetos?» o «¿de verdad se cree todavía lo que le dicen?» o «¿no le resultaría enormemente satisfactorio mandar a esos tipejos a su casa?» Nos gustaría que la política fuese una actividad de gente honrada, pero la evidencia siempre contradice nuestras expectativas. Por ello el voto dista de ser un acto consciente y racional. Es más bien una profesión de fe, la diminuta esperanza de que algún día empiecen a respetarnos y dejen de tomarnos el pelo. Así que olvídense de programas y encuestas y voten a quienes les dé la gana. A fin de cuentas, les va a dar lo mismo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/5/2014