La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Cielito lindo


Delante del instituto donde enseño, sentado en un banco, hay un señor que toca el violín para ganarse unas monedas. Es un buen músico. El problema es que lo limitado de su repertorio. Creo que le he oído interpretar un par de tangos, pero la canción favorita de su hit parade particular es Cielito lindo. La toca sin descanso. Algunas mañanas, una docena de veces seguidas. Las temperaturas benignas nos obligan a mantener las ventanas de las aulas abiertas, y las notas de la ranchera se cuelan dentro de clase. Los alumnos se desconcentran. Algunos incluso tararean. Yo mismo me he sorprendido canturreándola en un par de ocasiones. La semana pasada, como ejercicio de catarsis, les propuse a los chicos que la cantáramos todos a coro. Tal vez el músico callejero nos oyera y se diera por aludido. Pero la canción sigue sonando en la avenida con mucha más intensidad que el rumor del tráfico, y yo empiezo a desesperarme. Hace unos días aproveché un recreo para recoger unas radiografías en una clínica cercana. La música ambiental que estaba sonando era Cielito lindo. Por la tarde, en el supermercado, otra vez el Ay, ay, ay, ay, canta y no llores del demonio. La dichosa canción me persigue como una maldición gitana. Cuando voy por la calle, silbo Cielito lindo. Por las noches, la musiquilla atruena dentro de mi cabeza y no me deja conciliar el sueño. Creo que me estoy volviendo tarumba. Empiezo a contemplar la posibilidad de comprarle al señor unas partituras y ofrecerle algo de dinero a cambio de que amplíe su repertorio. Pero temo que no sirva de nada. Como mucho, puede que consiga cambiar Cielito lindo por Piel canela, por Amapola o por Perfidia, con lo que el remedio sería peor que la enfermedad. Tal vez la única solución sea pedir el traslado a otro centro. O quizás volver a ver las noticias de Cataluña en los telediarios. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 3/11/2017

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