La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 5 de mayo de 2018

El ascensor


Una revista norteamericana pidió a un grupo de ciudadanos anónimos que narraran una experiencia en la que se hubieran sentido a las puertas de la muerte. Casi todos ellos relataron enfermedades graves o accidentes de tráfico. Un par refirieron asaltos callejeros en los que les amenazaron con navajas o armas de fuego. Por último, una señora contó un viaje en avión con un motor incendiado que provocó un aterrizaje forzoso. Me dio por preguntarme qué contestaría yo si fuera uno de los entrevistados, y descubrí que carecía de una experiencia similar que relatar. Aunque la perspectiva de sufrir un trance semejante no seduce a nadie, pensé que verle las orejas al lobo, al menos una vez en la vida, no deja de tener utilidad, pues sirve para establecer prioridades y contemplar la existencia con cierta perspectiva. Y entonces recordé un episodio de mi infancia en el que sí estuve convencido de que mi corta vida había llegado a su fin. Debía de tener seis o siete años y bajaba solo en un ascensor. El aparato sufrió algún tipo de avería que le hizo hundirse unos veinte centímetros, lo que me impedía abrir la puerta. Dicen que los críos viven en un presente eterno, y yo lo puedo aseverar a raíz de aquella experiencia. Toqué el timbre de alarma, pedí auxilio a gritos, y nadie acudió. Nadie acudió de momento, quiero decir, pues no creo que tardaran más de un cuarto de hora en liberarme. Pero durante esos minutos, que a mí me parecieron días, estuve completamente convencido de que iba a morir allí dentro de hambre y de sed. Y ahora comprendo que, tal vez, el curso posterior de mi vida quedara prefigurado por aquel trance. A mis 54 años, puede que no sea otra cosa que un niño que grita aterrado dentro de un ascensor.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 4/5/2018

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