La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 29 de septiembre de 2014

Transustanciación


En los EE UU, patria del producto sobreempaquetado por excelencia, han conseguido rizar el rizo una vez más. Además de los donuts y de los cereales para el desayuno, ahora por aquellas latitudes envasan también el pan y el vino de la misa. El invento consiste en un blister individual provisto de una tapadera abrefácil. Por un lado encontramos una pequeña ración de pan. Por el otro, un compartimiento que contiene un traguito de vino. En la tapa de cada ración figuran las indicaciones dietéticas, los riesgos para dipsómanos, diabéticos y celíacos, etc. Aunque no lo puedo aseverar, me imagino que los sacerdotes norteamericanos ya no consagran el contenido de un cáliz, sino una pila de estos pulcros paquetitos que luego van entregando a la fila de comulgantes conforme al conocido santo y seña de «elcuerpodecristoamén». El motivo, supongo, es la manía del mundo occidental por la higiene, esa obsesión que nos hace mirar con recelo cualquier producto que no venga envuelto en capas y capas de celofán y de cartón. Con todo, les presumo a los católicos norteamericanos un plus de desconfianza con su clero (a saber en qué lugares habrán estado hurgando esas manos). Pero lo que de verdad me preocupa, como buen católico que fui en su día, es adónde irán todos esos envases vacíos. A mí en la catequesis me enseñaron que hasta una porción microscópica de la hostia consagrada, hasta la gota más diminuta de vino que quede en el cáliz, poseen las mismas cualidades eucarísticas que las raciones normales. Entonces ¿qué pasa con los restos de pan y de vino que quedan en el blister? ¿Acaso se reciclan? ¿Se recogen devotamente para enviarlos a plantas de gestión de residuos sagrados atendidas por curas y monjas adiestrados en tal menester? ¿Es obligatorio encender velas y realizar genuflexiones delante de cada contenedor? De momento ignoro las respuestas, pero me comprometo a indagar en el asunto.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 26/9/2014

sábado, 20 de septiembre de 2014

Realidad virtual


Desde la perspectiva de este viernes la feria empieza a parecer un sueño. ¿Dónde ha ido a parar esa marea humana que invadía hasta el último rincón del ferial y de sus aledaños? Todo se ha esfumado de repente como barrido por un viento bíblico. Las atracciones las tómbolas y los chiringuitos pertenecen a un pasado que sabemos reciente, pero que empieza a desdibujarse como algo mítico e irreal. Esa juerga desaforada a la que esta ciudad se entrega cada septiembre se ha devorado de nuevo a sí misma, y el exceso ha dado paso a la expiación. Los niños han vuelto al colegio y los comercios abren por la tarde. Nos sentimos un poco culpables, como un novio que ha traspasado todos los límites en la noche de su despedida de soltero, pero también aliviados porque todo ha quedado atrás, todo está perdonado y podemos volver a ser nosotros mismos. Lo que hace unos días era normal ahora nos parece extraño, como esa rutina de completar giros por el recinto ferial, en una dirección, luego en la opuesta, por el círculo interior y por los anillos concéntricos, abriéndonos paso a duras penas entre la multitud beoda y estridente, pisoteando envases vacíos y charcos hediondos, aguantando gritos y empellones, ensordecidos, desorientados, vagando sin propósito, como si la feria y sus círculos fueran un artefacto ideado para anular nuestra voluntad y retenernos en su interior. Y puede que sea así, que el diseño laberíntico y circular del recinto ferial responda al de una gran máquina de realidad virtual que nos mantiene a todos prisioneros para extraer de nosotros toda nuestra energía y todo nuestro dinero. Hasta resulta concebible que esta calma y esta normalidad que hoy disfrutamos no sean reales, sino alucinaciones inducida en nuestros cerebros por quienes operan ese ingenio que nos mantiene girando como sonámbulos, como seres sin cerebro, sin propósito, sin mañana.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/9/2014

domingo, 14 de septiembre de 2014

Las sillas de la cabalgata


Ignoro el significado del murciélago en el escudo de Albacete, pero se me ocurren varios motivos que nos representarían mejor que el dichoso bicharraco. Y no hablo de la tópica navaja, sino de las sillas de la cabalgata. Piensen en ello. ¿Hay algo más distintivo de la idiosincrasia de nuestra ciudad que salir a la calle el día 6 de septiembre y encontrar una hilera interminable de sillas alineadas en las aceras? Sillas de todos los tipos, jaeces y raleas. De madera y de plástico. De jardín y de interior. Sobrias e historiadas. Tapizadas e inmisericordes con las posaderas. Una auténtica exposición callejera y popular de la historia del mueble en nuestra ciudad. Pero hay algo más. Porque, a poco que uno se fije, comprobará que esas sillas están dotadas de ingeniosos sistemas de seguridad. Para empezar, las encontramos siempre atadas en grupos más o menos grandes, tantas como miembros tenga la familia que vaya a servirse de ellas. Si uno es medianamente observador, hasta es posible deducir la composición y extracción socioeconómica de cada familia mediante la observación de esos grupos de sillas vacías. Aunque no todas están vacías, porque es tradicional la figura de esa anciana que se sienta durante horas para hacer guardia. Y este es la segunda medida de seguridad a la que me refería: la abuela apostada en plena calle para velar por la comodidad de su progenie durante la cabalgata. Y no se les ocurra tratar de apartar una silla para poder cruzar la calle. Ni siquiera la rocen por accidente. Porque la ferocidad de la anciana es propia de un animal mitológico. Bien, ¿por qué no un escudo con una anciana solitaria sentada en medio de la calle? ¿No nos representaría eso mucho mejor que todos esos murciélagos y castillos que a nadie le dicen nada?

Publicado en La Tribuna de Albacete el 14/9/2014

sábado, 6 de septiembre de 2014

Pesadillas


Estos últimos y feroces coletazos del verano nos enfrentan a alguna que otra alternativa indeseada. Podemos cerrar la ventana y ahogarnos de calor o bien dejarla abierta y descubrir que el ruido no permite conciliar el sueño. Y no parece haber escapatoria, salvo dejar encendido el aire acondicionado, lo que se nos asegura que es insalubre y nocivo para el medio ambiente. Resulta desalentador comprobar lo ruidosa que es nuestra ciudad por la noche (y me refiero a toda la noche, incluyendo las horas de la madrugada). Están las terrazas de verano, los noctámbulos que beben y viven en la calle y los parranderos que deambulan entre gritos y cánticos. Esta es la auténtica canción del verano, la que atruena durante toda la noche en el corazón mismo de nuestra ciudad. ¿Pero qué me dicen del estruendo que provocan los camiones de la basura y otros servicios de recogida de residuos? Bajo mi ventana, en una calle céntrica, hay varios contenedores de reciclaje que reciben las visitas periódicas de los correspondientes camiones, visitas que nunca se producen antes de la una de la mañana (con frecuencia en torno a las dos). Durante sus buenos diez minutos, el fragor es monstruoso: motores pesados, mecanismos hidráulicos, cientos de botellas entrechocando… Noche tras noche uno despierta como de una pesadilla, pero solo para encontrarse con la pesadilla peor de que vivimos en una ciudad donde no se respeta el descanso de los vecinos. Nuestra ayuntamiento, muy eficaz y didáctico él, ha montado una campaña en la que les recuerda educadamente a los juerguistas que hay gente durmiendo, pero parece olvidarse de la molestia intolerable que provocan los propios servicios municipales. Menos mal que ahora viene la Feria, con sus diez días de ruido y de furia, de suciedad y de incordios sin fin, y ya todo nos va a dar lo mismo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/9/2014