La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 5 de mayo de 2018

Tragedias


Los expertos en estas cosas afirman que hasta las actividades cotidianas que consideramos más inofensivas entrañan riesgos. Ganar el gordo de la lotería es mucho menos probable que morir en un accidente de camino a la administración. Este último fin de semana, durante un viaje a Sevilla, a mi mujer y a mí se nos ocurrió dar una vuelta en un coche de caballos por el centro de la ciudad. Yo tenía mis dudas, pero mi mujer empleó la fórmula mágica de «vengaaa, me hace mucha ilusión» y… en fin, San Valentín estaba a la vuelta de la esquina. Algo sospechosa me pareció la catadura del joven cochero. Aun así, de repente me encontré subido al vehículo sintiéndome un guiri más. Enseguida descubrimos que el cochero debía de haber visto muchos westerns de John Ford, ya que se precipitó en un vertiginoso trayecto por lugares bullentes de tráfico, o bien tan angostos que ni siquiera parecían practicables para una motocicleta. Yo estaba aterrorizado, lo confieso, pero disimulé por miedo a quedar como un idiota delante de mi esposa, que parecía estar disfrutando horrores. Pero he aquí que, al adentrarnos en el parque de María Luisa, observamos que se abalanzaba contra nosotros otro coche guiado por un sujeto no menos temerario. Lo que sigue solo lo puedo describir como una sucesión de impresiones confusas, aunque todas ellas terroríficas: el otro caballo encabritado, relinchos, nuestro coche virando sin control, una viandante a punto de perecer aplastada, un caballo en el suelo agitando las patas, la expresión de pánico de un japonés que debió de quedarse en Osaka, gritos e insultos («¡Ereh horrorossso!»). Al cabo de diez minutos me apeé indemne junto a la catedral, hinqué la rodilla en tierra y le di gracias a la Virgen de los Reyes por habernos sacado de aquel trance. «Nunca más», me dije. Nunca más. 


Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/2/2018

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