La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 5 de mayo de 2018

El maldito artículo


La semana pasada olvidé escribir el maldito artículo sobre el Día del Libro. Ahora comprendo que la omisión no fue tan grave. A fin de cuentas, como nos enseñó Wittgenstein, sobre aquello que no se puede hablar, lo mejor es callarse. Y me dirán que no es verdad, que sobre el libro sí se puede hablar, que todo el mundo lo hace (sobre todo los políticos, al menos una vez al año). Pero los auténticos protagonistas del mundo editorial, cuando hablan sobre el libro, es solo para quejarse, y la gente que siempre se queja acaba aburriendo. Los editores se quejan de los lectores porque no compran los libros que publican, de los autores, que escriben mamotretos que a nadie le interesan, y de las distribuidoras. Los autores acusan a los editores de no publicar Sus Obras, a los lectores de no leerlos y a los libreros por no ponerlos en sus escaparates. Los libreros se quejan de las voraces distribuidoras, de los lectores, que prefieren gastar su dinero en cañas y se bajan los libros gratis de internet, del gobierno, de la ley de autónomos, del precio de la luz, de Amazon y del sursuncorda, si se tercia. Este coro de plañideras profesionales genera tal confusión que al final perdemos de vista lo que verdaderamente importa. El libro sí que tiene motivos para quejarse. Y lo haría si tuviera boca, estoy seguro, pues nunca estuvo peor. Siempre han existido los géneros populares. En el Siglo de Oro, la novela popular nos regaló El Quijote y el Lazarillo. En el XIX, nos brindó a Galdós, a Dumas y a Dickens. En el XX, a Patricia Highsmith y a Ray Bradbury. En lo que llevamos del siglo XXI, las cimas de la novela popular son Dan Brown y las Cincuenta sombras de Grey. Y eso sí que es un motivo para lamentarse.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 27/4/2018

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