La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 5 de mayo de 2018

Últimas voluntades


Ando preocupado con la cuestión de la privacidad en Facebook. Los rumores son inquietantes. Insisten en que la red social almacena mucha más información nuestra de lo que podamos imaginar, y utiliza esa información para su beneficio, sin el menor miramiento por nuestra voluntad y nuestros derechos ciudadanos. He estado trasteando con la configuración de privacidad de la página en un intento de frustrar los oscuros designios del amigo Zuckerberg. No es que la información que he vertido en Facebook sea gran cosa. Tampoco creo que le vaya a interesar a nadie. Pero, a fin de cuentas, se trata de información personal, es decir, mía, y siempre he sido muy escrupuloso con mi propiedad. De este modo he descubierto una opción insólita cuya existencia desconocía. Facebook tiene prevista la contingencia, más que cierta, de nuestro tránsito a mejor vida, y nos invita a designar a un deudo que se ocupe de nuestro perfil social una vez hayamos abandonado este valle de lágrimas. No sé si han oído hablar de los «fantasmas cibernéticos», pero lo cierto es que existen infinidad de perfiles y cuentas de correo que pertenecen a personas fallecidas que se han llevado sus contraseñas a la tumba. He estado pensando mucho en el asunto. Desde luego, no me parece agradable seguir atado a este mundo tras la muerte, aunque se únicamente en forma de electrones rebotando caprichosamente por los recovecos de la red. Por otro lado, se me ha ocurrido que la posibilidad de nombrar un albacea para este fin exclusivo posee ventajas añadidas. Procuraría que se tratase de una persona de toda confianza, y le confiaría un archivo con todas las cosas que me gustaría hacer públicas tras mi muerte, esas cosas que ahora no me atrevo a decir por miedo a las consecuencias. Una especie de pataleo póstumo con el que no pienso dejar títere con cabeza.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 30/3/2018

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