Demasiado
se ha hablado esta semana sobre ese «PIN» (o «veto» o «censura») parental que Vox
ha colado en las recientes instrucciones que han recibido los colegios
murcianos. La medida confiere a los padres la autoridad de decidir si sus
retoños deben participar o no en determinadas actividades escolares, sobre todo
aquellas que puedan atentar contra sus ideales religiosos, su moral sexual o su
pensamiento político. Es decir, se trata de impedir cualquier intento de
adoctrinar o de corromper a los menores, algo que, según los líderes de Vox,
ocurre con frecuencia en los centros públicos. Y, mirada desde esta óptica, la
cosa no carece de lógica, pues ningún padre ni madre de bien concibe mandar al
colegio a un niño machote, católico y de derechas y que le devuelvan a un
sarasa ateo y comunista. O que la niña, pura, recatada y obediente como ella
sola, vuelva convertida en una activista en favor del aborto, de esas que
enseñan las domingas en los actos de las feministas radicales. Yo mismo, como
padre y profesor que soy, entiendo la inquietud de estas familias, pues
sospecho que algunos de mis compañeros son en realidad agentes del caos, lobos
con piel de cordero infiltrados en los centros educativos con aviesas intenciones.
Así pues, no me parece mal la implantación del PIN parental en todo el
territorio. Ahora bien, en justa correspondencia, exigiría que se implantara
también un «PIN docente» que permitiera a los profesores vetar a determinados
alumnos, en concreto a esas bestezuelas pardas que boicotean nuestras clases con
su falta de educación, de interés y de civismo. Ya puestos, extendería también
el veto a esos padres que se dedican a insultar y desautorizar a los profesores
de sus hijos, exigiendo que en los colegios se haga el trabajo que ellos han
sido incapaces de hacer en su propia casa.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 24/1/2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario