La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

martes, 28 de noviembre de 2017

Mimofobia


Me repugnan los mimos. Es algo irracional, lo sé. Que yo recuerde, en mi infancia no sufrí el ataque de ninguno de esos artistas de pacotilla. Sin embargo, nuestras vidas se rigen por una amalgama de impulsos irracionales, impulsos que somos incapaces de explicar, pero que aun así son capaces de provocar reacciones extremas e incontroladas. En los últimos años, he sufrido varios episodios agudos de esta modalidad tan peculiar de «colombofobia». Uno de ellos tuvo lugar en la calle Fuencarral de Madrid, madriguera de artistas callejeros de todo pelaje. No sé por qué me eligió a mi como víctima, pero de pronto me vi asediado por un clon de Marcel Marceau que ejecutaba sus gracias a mi alrededor. Apreté los dientes y el paso. Ya me creía a salvo cuando oí una voz a mi espalda: «Se le cashó», me gritó el mimo (encima argentino), incumpliendo su sagrado juramento de no abrir la boca. Pensé que se me había caído la cartera o el móvil, pero entonces el tipo completó la frase: «Se le cashó la sonrisa». Pocas veces he estado tan cerca de liarme a tortas con alguien en medio de la calle. Aunque hubo un episodio peor. Fue en el Altozano, un Día del Libro, y por cortesía del Ayuntamiento. Esta vez era una chica. Iba disfrazada de bailarina o algo así. Creo que su instinto depredador le permitió oler mi miedo y me eligió como víctima para ejecutar su aborrecible rutina mimesca. Creí que iba a morirme de pánico y de vergüenza, pero decidí enfrentarme a ella: «Por favor, déjame en paz», le supliqué. Ella se volvió hacia mi exmujer, agitó la mano derecha y puso cara de «menuda prenda elegiste para casarte». Y mi anterior esposa se mostró de acuerdo. De hecho, nos divorciamos apenas unos meses después. Que estas líneas sirvan como aviso para todos los mimos del mundo: la próxima vez no saldréis impunes.

Publicado en La Tribuna de Albacete el  24/11/2017

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