La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 5 de mayo de 2018

Invierno


El tiempo apenas da tregua. Al cabo de varias semanas de avatares meteorológicos, ya no sabemos si somos habitantes del mundo real o si nos hemos convertido en entes abstractos a caballo entre dos isobaras. Entes abstractos pero dolientes, resignados a la llegada de la próxima borrasca, que acecha a la vuelta de la esquina para barrer los restos de humanidad que aguantaron tras el último vendaval o el último diluvio. Hasta la actualidad parece desdibujarse. Las inclemencias climáticas han borrado a Cataluña de los mapas. El único mapa que ahora nos importa es el que nos muestra las precipitaciones y las temperaturas de mañana. ¿Podremos salir de casa este fin de semana o seguiremos condenados a una existencia oscura y doméstica? ¿Cuándo va a terminar este tormento de abrigos, de paraguas, de recibos de calefacción que nos dejan la cuenta en números rojos? Escribo estas líneas con las rodillas pegadas al radiador, y temo haberme transformado en un ser de hábitos invernales. Acostumbrado a esta existencia marginal, temo la llegada de ese día hipotético en que el anticiclón asome entre los nubarrones. Quizás sea incapaz de soportarlo y me vea obligado a regresar en busca de la manta y del paracetamol. Nos lo advirtieron y no quisimos creerlo: «El invierno se acerca —nos dijeron—. Temed el día en que el viento llegue aullando desde el norte. Temed a la larga noche, cuando el sol oculte su rostro durante meses y los niños nazcan y vivan en la oscuridad, cuando los caminantes blancos deambulen por el bosque.» Pues bien, aquí está el invierno, aquí están los caminantes blancos. Acabo de encontrarme con uno de ellos en el ascensor.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/3/2018

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