La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 5 de mayo de 2018

Graduación


Oímos con frecuencia el término “inflación académica”, fenómeno relacionado con la llegada masiva de alumnos a la universidad y la degradación del mercado laboral. Cuando yo terminé estudios, una licenciatura garantizaba un puesto de trabajo de calidad. En estos tiempos, sin embargo, los diplomas universitarios se han convertido en láminas decorativas para colgar en la pared. Los nuevos licenciados se ven obligados a permanecer en la universidad para engordar su currículum a base de títulos de postgrado de utilidad también incierta. Paradójicamente, esta devaluación de los estudios ha venido acompañada de una necesidad compulsiva de celebrar cada etapa de un modo más y más pomposo. Mi hijo tuvo su primera fiesta de graduación (con diploma, orla y birrete) cuando terminó el parvulario. Luego, conforme completaba nuevos ciclos, vendrían otras ceremonias, cada vez más exageradas y solemnes. Y, por fin, la madre de todas las fiestas, la ceremonia de graduación, precisamente lo que trae de cabeza a los alumnos de segundo de bachillerato por estas fechas. Quien tenga un hijo de diecisiete o dieciocho años en el instituto lo sabe muy bien. En lugar de preocuparse por culminar con éxito sus estudios, los chicos y chicas se angustian pensando en el modelito que van a lucir en la fiesta de graduación y en el restaurante donde tendrá lugar el desmadre posterior. La presión es tan fuerte que los estudiantes se sienten obligados a embarcarse en esta combinación de pase de modelos y bacanal que son las fiestas de graduación, y que a menudo se convierten en fuente de conflictos, de frustración y de más de una urgencia por intoxicación etílica. Sensatez. Sensatez y mesura, por favor.


Publicado en La Tribuna de Albacete el 13/4/2018

No hay comentarios: