La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 5 de mayo de 2018

Resignación

He tenido un final de las Navidades bastante agitado, tanto que ni siquiera me ha dado tiempo a formular mis propósitos de Año Nuevo. Ahora que las cosas se han calmado un poco, me doy cuenta de que me he saltado ese rito de tránsito que consiste en hacer inventario de todas las cosas que han ido mal y buscar fórmulas para corregirlas. Eso me preocupa y me aturde, pues tengo la sensación de que me he adentrado en un nuevo año sin cerrar el anterior, como una empresa que termina un ejercicio y se salta los balances, las obligaciones fiscales y el plan de mejora. Ayer aproveché un rato de tranquilidad para intentar hacer los deberes. Desistí enseguida al comprobar que ya es demasiado tarde. La fecha del 1 de enero posee una mística especial, tanto que hasta cuestiones como «dejar de fumar», «perder peso» o «apuntarse a un gimnasio» parecen tener algún significado. El 18 de enero, sin embargo, es un día como cualquier otro, una hoja más en la rutina del calendario. La realidad ha recobrado su pulso y los propósitos de empezar una vida nueva recuperan su condición de espejismos (por no decir estupideces). Además, me di cuenta de que lo que los cambios que considero imprescindibles no dependen tanto de mí como de otros. En concreto, dependen de la desaparición de ciertas personas y circunstancias muy tenaces a la hora de perseverar en su existencia. No existe un botón mágico con el poder de borrarlos del mapa. Si existiera, cada persona tendría el suyo, con lo que el planeta quedaría despoblado. Es preferible dejarse arrastrar por el río del tiempo a tratar de nadar contra la corriente. Por lo menos, es mucho más descansado.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 19 de enero de 2018

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