La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 7 de febrero de 2016

Voces


Hace unos días oí voces. Quiero decir que oí voces que no correspondían a ningún ser presente y observable. Estaba dando clase y de pronto empezaron. La primera era una vocecilla aguda y apenas audible. Me pareció que hablaba en inglés, pero el volumen era tan tenue que no fui capaz de distinguir las palabras. Pensé que podía tratarse del móvil de algún alumno. Los fulminé con la mirada sabiendo que las risitas los delatarían. Sin embargo, se mantuvieron impertérritos como si nada estuviera ocurriendo. Entonces la voz cambió. Seguía hablando en inglés (con una pronunciación algo pedestre, por cierto) pero ahora el timbre era profundo y varonil. «¿No oís eso?», pregunté con creciente alarma. Se miraron unos a otros y se encogieron de hombros. «¿Se oyen voces, no?» De haberse tratado de una broma de los chicos, este es el momento en que habrían estallado en carcajadas. Pero no hubo risas. Más bien expresiones de perplejidad y preocupación. Casi pude leerles el pensamiento: «Ahora sacará el cuchillo o el hacha». No hice tal cosa, aunque sí hubo algo de espectáculo. Paseé entre los pupitres para intentar localizar el foco de las voces. Comprobé si se trataba de interferencias pegando el oído a unos altavoces, para lo cual tuve que encaramarme sobre un pupitre. Pero las voces solo se oían cuando estaba junto a la mesa del profesor. Hubo un momento en que dudé seriamente de mi estado mental. Hasta que recordé que llevaba en el maletín una pequeña grabadora con la que había estado registrando exámenes orales unos días atrás. Les expliqué a los chicos lo ocurrido y pedí su indulgencia y su comprensión. Con todo, tengo la seguridad de que ya nada volverá a ser lo mismo entre mis alumnos y yo.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/2/2016

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