La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

martes, 6 de noviembre de 2012

La educación en los tiempos del PP



Cuando no estoy escribiendo estas columnas y algunas otras cosillas (es decir, casi siempre), enseño inglés en un instituto de Albacete. No sé si se me puede considerar un profesor vocacional, aunque lo cierto es que jamás consideré la posibilidad de hacer otra cosa. Salí del instituto para ir a la facultad, y cinco años más tarde salí de la facultad para volver al instituto, donde todavía estoy. Y me sigue gustando lo que hago. Trabajar con personas en lugar de con papeles o con máquinas encierra un factor de emoción que hace la tarea interesante. Si estas personas son niños o adolescentes, la emoción se multiplica debido a la inestabilidad de la materia prima. No importa cuánto se prepare una clase, siempre habrá un margen amplio para lo inesperado que el profesor habrá de resolver con su experiencia, con sus recursos o encomendándose a la Divina Providencia, que es lo que yo hago cada vez que traspongo el umbral del aula. Un trabajo interesante, vaya. Un trabajo que rechaza el tedio y la rutina. Y eso está bien.
Empecé en esto hace 25 años (o bien un cuarto de siglo, que suena más contundente) y desde entonces he visto muchos cambios, y no todos negativos. En mis primeros días en las aulas, los grupos con los que trabajaba eran muy numerosos, de no menos de cuarenta alumnos. Después este número se recortó de forma considerable, lo que demuestra que no siempre los recortes son malos. Los cambios a peor también llegaron, como la calamitosa reforma educativa impulsada por los gobiernos socialistas, y las no menos calamitosas mini reformas que, a modo de parches, impulsaron los gobiernos posteriores. Sin embargo, lo fuimos encajando todo sin excesivos traumas. Es lo que tiene ser funcionario. La estabilidad en el trabajo permite mirar las cosas en perspectiva, lo mejor para ganar en paciencia y aguante.
Lo que está ocurriendo últimamente, sin embargo, ya no resulta tan fácil de encajar, por muchas habilidades de púgil fajador uno que haya desarrollado. Me imagino que al lector en general, al que la crisis también habrá castigado lo suyo, le hará poca mella que se le hable del aumento de horas lectivas, de los recortes salariales, de todos esos profesores interinos en paro, de la inestabilidad que sufrimos los que todavía trabajamos… Muchos de mis compañeros se manifiestan cada semana provistos de pancartas y camisetas verdes, y no parece que estas protestas cosechen otra cosa que indiferencia entre los ciudadanos. Y me parece lógico, porque quien más quien menos, todo el mundo anda con el agua al cuello y no tiene ganas de preocuparse de los problemas ajenos, máxime si son los de un colectivo que siempre ha desprendido cierto tufo a casta privilegiada, como es el caso del mío.
Lo que me sorprende es que la ciudadanía no reaccione al saber que el instituto o el colegio donde estudian sus hijos carece de medios para afrontar los gastos más esenciales, como la electricidad o la calefacción. Porque yo no he dejado de pagar los impuestos con los que se supone que se costean estas cosas, y me imagino que ustedes tampoco. También me asombra que las delegaciones de educación (ahora llamadas «servicios periféricos») no reciban más visitas de padres indignados porque las clases de sus hijos sean mucho más numerosas que las del curso pasado, o porque los chicos sigan sin profesor de esta o aquella asignatura cuando el profesor titular lleva ya semanas de baja.
La semana pasada, sin ir más lejos, una madre me comunicaba su angustia, pues su hijo lleva más de un mes sin profesor de inglés, siendo esta la única asignatura que le queda para terminar su bachillerato. Me habría gustado tranquilizarla, darle alguna garantía de que todo se arreglará, pero no pude hacerlo. Porque la enseñanza pública ya no es lo que era. Es más, me pregunto si seguirá existiendo la enseñanza pública cuando los individuos que nos gobiernan regresen a sus cavernas.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/11/2012 

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