La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

jueves, 18 de abril de 2019

Novela


Estos días ando repasando una novela que escribí hace veinte años, pues planeo publicar una nueva edición. Confieso que he sufrido un shock, una especie de dislocación temporal, al comprobar que los protagonistas no usan ordenadores, no envían correos electrónicos ni whatsapps, carecen de perfiles en redes sociales y hasta de teléfonos móviles. La novela está ambientada en los últimos días de diciembre de 1999. Sin embargo, en cuanto al uso de la tecnología se refiere, la acción podría transcurrir perfectamente cincuenta años antes. Hoy en día sería incapaz de escribir la misma historia. Dice un amigo mío, también novelista, que cuando un escritor no sabe cómo seguir tirando de la madeja narrativa, lo más socorrido es que el protagonista se saque un móvil de su bolsillo. Hay expertos que afirman que las nuevas tecnologías nos están volviendo perezosos e idiotas, que los humanos corremos el riesgo de terminar convertidos en peleles estupefactos que babean ante una pantalla. Me temo que a los escritores nos esté ocurriendo lo mismo. Las nuevas tecnologías de la información se han convertido en un recurso tan socorrido que nos resulta imposible concebir una trama en la que los ordenadores e internet no tengan un papel destacado. Los aparatos impulsan la acción, y los personajes no solo no pueden prescindir de sus dispositivos, sino que van a remolque de ellos como un burro tras una zanahoria. ¿Quién puede encontrar esto sorprendente? En la senda de Aristóteles, Shakespeare dijo que el arte consiste en sostener un espejo ante la naturaleza. La escritura, por tanto, debe reflejar el mundo. Si la mayoría de los libros que se publican hoy en día cuentan historias bobas y superficiales, es porque el mundo se ha vuelto bobo y superficial. Los escritores no tenemos la culpa de ello. Sencillamente, nos limitamos a reflejarlo.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 1/2/2019

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