La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

jueves, 18 de abril de 2019

Adolescencia


A la viceconsejera de educación, María Dolores Sanz, le parece esencial que el profesorado conozca bien las inquietudes e intereses de los adolescentes y, además, que se identifique con ellos, pues de otro modo va a ser difícil atajar el problema del fracaso escolar en la educación secundaria. Llevo más de treinta años dedicado a la enseñanza, sin cargos, sin permisos, sin sinecuras, sin abandonar la tiza en ningún momento. Sin embargo, llevo toda la semana observando a mis alumnos mientras mi confusión va en aumento. Los observo y les pregunto qué les gusta, qué les preocupa, a qué dedican el tiempo libre. Ellos me responden con cortesía y cierta guasa, del mismo modo que le responderían a un abuelete pelmazo. Y me maravillo de lo poco identificado que me siento con ellos, de lo poco que me interesan sus intereses, de lo triviales que me parecen sus preocupaciones. ¿Significa eso que mis alumnos están condenados a fracasar en mi asignatura? Sinceramente, lo dudo mucho. Me temo que la viceconsejera (si es que sus declaraciones se han recogido de forma fiel) está confundiendo “identificación” con “empatía”. Por supuesto que siento simpatía por mis alumnos, incluso cariño, aunque ellos a veces no lo crean. Nadie que trabaje con niños y adolescentes puede evitar encariñarse con ellos. Pero como profesional de la enseñanza, lo que mis alumnos me inspiran es sobre todo responsabilidad, la responsabilidad de contribuir a su formación y su maduración, la preocupación por ayudarles a desarrollar sus capacidades al máximo. La adolescencia es un estado pasajero, mientras que uno pasa la mayor parte de su vida siendo adulto. La clave, en mi opinión, no está en que los profesores nos convirtamos en adolescentes, sino en que ayudemos a nuestros alumnos a convertirse en el mejor adulto que puedan llegar a ser.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 15/3/2019

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