A la
viceconsejera de educación, María Dolores Sanz, le parece esencial que el
profesorado conozca bien las inquietudes e intereses de los adolescentes y,
además, que se identifique con ellos, pues de otro modo va a ser difícil atajar
el problema del fracaso escolar en la educación secundaria. Llevo más de
treinta años dedicado a la enseñanza, sin cargos, sin permisos, sin sinecuras,
sin abandonar la tiza en ningún momento. Sin embargo, llevo toda la semana
observando a mis alumnos mientras mi confusión va en aumento. Los observo y les
pregunto qué les gusta, qué les preocupa, a qué dedican el tiempo libre. Ellos
me responden con cortesía y cierta guasa, del mismo modo que le responderían a
un abuelete pelmazo. Y me maravillo de lo poco identificado que me siento con
ellos, de lo poco que me interesan sus intereses, de lo triviales que me
parecen sus preocupaciones. ¿Significa eso que mis alumnos están condenados a
fracasar en mi asignatura? Sinceramente, lo dudo mucho. Me temo que la
viceconsejera (si es que sus declaraciones se han recogido de forma fiel) está
confundiendo “identificación” con “empatía”. Por supuesto que siento simpatía
por mis alumnos, incluso cariño, aunque ellos a veces no lo crean. Nadie que
trabaje con niños y adolescentes puede evitar encariñarse con ellos. Pero como
profesional de la enseñanza, lo que mis alumnos me inspiran es sobre todo
responsabilidad, la responsabilidad de contribuir a su formación y su
maduración, la preocupación por ayudarles a desarrollar sus capacidades al
máximo. La adolescencia es un estado pasajero, mientras que uno pasa la mayor
parte de su vida siendo adulto. La clave, en mi opinión, no está en que los
profesores nos convirtamos en adolescentes, sino en que ayudemos a nuestros
alumnos a convertirse en el mejor adulto que puedan llegar a ser.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 15/3/2019
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