La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 14 de junio de 2014

Los huesos de Cervantes


Andan ahora revolviendo los cimientos de una iglesia de Madrid en busca de los restos de Cervantes. No en balde estamos a pocos meses del cuarto centenario de la segunda parte del Quijote, y ya saben que los políticos se ponen como motos con esto de los centenarios. Ya casi me imagino a Ana Botella blandiendo un fémur o un peroné, o acariciando una calavera cual Hamlet transexuado, lo que quizás aumentara sus escasas posibilidades de ser candidata a la alcaldía capitalina. Pero lo preocupante de todo esto no es que se estén empleando abundantes medios y fondos públicos para acometer la búsqueda. Ni siquiera los motivos me inquietan, por interesados y poco loables que estos sean. Lo que me da que pensar es que los restos de Cervantes se hayan extraviado en el olvido de alguna fosa común. Ya he leído las opiniones de más de un literato al respecto, en el sentido de que lo mejor que se puede hacer con Cervantes es dejarlo descansar. Y es cierto que el viejo novelista tuvo una vida azarosa y desdichada, que el éxito le llegó tarde y mal, que vivió y murió entre estrechuras y que a nadie le importó un ardite que su cadáver se extraviara. A Shakespeare lo enterraron en la parroquia de su pueblo y allí sigue todavía, descansando entre sus familiares y recibiendo casi tantas visitas de admiradores como Lady Di. En su muerte, al igual que en su vida, Cervantes fue mucho más humilde. Se hizo enterrar con hábito franciscano, y casi me puedo imaginar sus últimas palabras, dirigidas tanto a sus parientes como al mundo en general: «¡Ahí os quedáis! ¡Ahora me toca descansar, que bastante me habéis jorobado ya!». Y, sin embargo, a mí me parece bien que se localicen e identifiquen los restos del autor, y que se les dé una sepultura digna de su fama. El mausoleo muy bien podría convertirse en un lugar de peregrinación. Y me refiero a una peregrinación forzosa, pues allí deberían acudir, vestidos de saco y con la cabeza cubierta de ceniza, todos aquellos que desde los medios de comunicación maltratan esa lengua castellana que él nos legó tan melodiosa y cristalina como un instrumento bien afinado. También sería un elemento disuasorio para esos famosetes televisivos que perpetran novelas y libros de memorias: «Aquí yace un escritor, lo que vosotros nunca seréis». Y ya puestos, quizás la tumba fuera útil como recordatorio de ese trato canallesco que nuestra nación reserva para sus hijos más ilustres.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 13/6/2014

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