La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

martes, 23 de agosto de 2016

Adiós


Mañana empiezan las fiestas del pueblo donde pasamos buen parte del verano. Eso quiere decir que mañana terminan nuestras vacaciones aquí. Adiós al aire transparente de las mañanas, al chapuzón en la piscina municipal, a las tardes soñolientas, al paseo entre olivos y almendros, a las acrobacias crepusculares de las golondrinas, al fresco aire nocturno y a la colcha en la cama. Adiós a las cervezas en el patio, al zumbido de los moscardones, a las siestas  hasta pasado mañana, al crepitar de la leña en la barbacoa. Adiós a la fragancia de la tierra tras el chaparrón estival, al tañido de las campanas en la ermita anunciando la novena, a la mirada que se pierde en la lejanía mientras el sol completa su recorrido. Adiós al encuentro con uno mismo, al placer de habitarse por entero. Adiós al silencio, al deleite de escuchar el rumor de la sangre en los oídos. Adiós a los días sin reloj, a sentirse dueño y señor del tiempo, al dulce abandono en brazos de la persona amada. Mañana empiezan las fiestas de este pueblo. Empieza el fragor de la verbena hasta la madrugada. Empiezan las barrabasadas de esas manadas de adolescentes que solo visitan el pueblo durante las fiestas y que, libres de la vigilancia paterna, celebran sus salvajes ritos de iniciación a base de alcohol, motocicletas y brutalidad. Mañana, este lugar que para mí ha sido el paraíso, se convierte en territorio comanche, en un sitio hostil del que es necesario huir. Y con esta urgencia por escapar llega la constatación de hasta qué punto somos intrusos aquí. Este pueblo donde pasamos las vacaciones, poblado por fantasmas durante los crudos meses de invierno, adquiere vida a finales de agosto, como un cadáver que revive bajo el sol. Nos marchamos porque no pertenecemos a este lugar. En cambio, no me cabe duda de que mis vecinos disfrutarán de sus fiestas. Y es justo que así sea.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 19/8/2016

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