La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 17 de enero de 2015

Rock and roll


El hecho de tener un hijo roquero, como es mi caso, plantea no pocas incógnitas. La principal es si el muchacho será capaz de compatibilizar el rock and roll con sus estudios. Aunque puede que al formularme esa pregunta esté pensando con una mentalidad propia del siglo pasado. A fin de cuentas, lo de ser bajista en un grupo de rock tal vez sea una carrera más viable que la que podrían depararle sus estudios académicos, y desde luego mucho más divertida. Esto me lleva a otra de las incógnitas de las que hablaba al principio. ¿Será verdad aquello de que los músicos de rock ligan más que le común de los mortales? Hace unas semanas se lo pregunté a bocajarro: «Oye, nene, ¿se folla mucho siendo músico?» Me miró como si acabara de descubrir en mí los primeros síntomas de demencia senil. La cuestión es que, folleteos aparte, el muchacho parece estar disfrutando de su experiencia en los escenarios y en los estudios de grabación. Ahora su grupo acaba de publicar su primer álbum, que esta misma noche se presenta en el Teatro Circo, por todo lo alto. El disco suena de maravilla (no en vano está grabado en los estudios Calypso de Madrigueras y masterizado en Abbey Road, lo mejor a ambos lados del canal de La Mancha). Pero donde de verdad se les nota la calidad es sobre las tablas, mientras aporrean sus instrumentos. La pasada feria fui a verlos con un par de amigos que conocen a mi hijo desde pequeño. «Míralo», me dijo uno de ellos. «Ahora mismo está en la cima del mundo». Pensé que tenía razón. También pensé que lo de estar en la cima del mundo tiene sus problemas, y el principal es que uno no siempre podrá estar allí para recogerlo si se cae. 

Publicado en La Tribuna de Albacete el 16/1/2015

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