Tengo un viejo amigo que vive y trabaja en Valencia. No nos vemos mucho, pero seguimos en contacto gracias al correo electrónico. Hace poco se nos ocurrió un juego que tiene mucho que ver con lo que estoy contando. Puesto que ambos estuvimos en el mismo colegio mayor, acordamos competir para ver quién era capaz de cazar a un número mayor de antiguos condiscípulos. Se trataba de localizarlos en internet, claro, con puntos extra si además encontrábamos una foto actualizada del compañero en cuestión. Él se anotó el primer tanto al dar con Mariano, al que yo recordaba como un muchacho bastante bruto que cantaba jotas y se dirigía a todos como «maño». Había cambiado lo suyo: ahora lucía perilla y tenía un aspecto tirando a sofisticado, un poco a lo psicoanalista argentino. De hecho, se había convertido en profesor de una facultad de psicología. Yo contraataqué con el inesperado hallazgo de un compañero al que llamábamos «el Pajas», célebre por medir más de dos metros y practicar con asiduidad en vicio de Onán. No había transcurrido ni una hora cuando mi amigo dio con un tipo de Villajoyosa apodado «el Animal» por su aspecto de licántropo y sus hábitos poco higiénicos. Y con esta jugada se anotó dos puntos, pues no sólo había encontrado su foto, sino todo un vídeo en el que el antiguo «animal», ahora calvo y hecho un pincel, les mostraba a Felipe y Letizia la importante empresa chocolatera de su familia, de la que ahora es director general. Absorto como estaba en el juego, no cejé hasta dar con «el Guanche», que además de canario era feísimo por un problema agudo de prognatismo facial. Y lo sorprendente es que se había operado la mandíbula y estaba hasta guapo. Mi amigo envidó a grande con Pedro Saura, y lo tuvo fácil, porque el susodicho se ha convertido en un capitoste del PSOE y lo complicado era no encontrárselo. Había un montón de vídeos en los que hablaba y hablaba, y curiosamente sin apenas trazas de su antiguo acento murciano. Inasequible al desaliento, revolví los infinitos desvanes de Google hasta que di con Arturo Blasco, un muchacho de Castellón que por entonces estudiaba arquitectura. Pero fue un hallazgo teñido de misterio, pues todas las páginas en las que se le mencionaba estaban escritas en rumano.
No voy a revelar quién de los dos resultó vencedor en el juego, aunque sí diré que hace poco he sido yo el cazado. No hará más de dos días que recibí un e-mail de Mario Hernández, un compañero mexicano que el curso 81-82 hacía un máster en la Universidad Politécnica de Valencia. Mario y yo nos hicimos muy amigos. Llegó a pasar algún fin de semana en Albacete, y conservo algún vago recuerdo de él pegándose un filete monumental con una chica de mi pandilla (a principios de los 80 un latinoamericano todavía resultaba exótico, y las rojillas de la época se pirraban por ellos). Al cabo de 28 años sin noticias de Mario recibo este mensaje suyo, como una botella arrojada al océano de internet. Me cuenta que vive en Monterrey, que es visitador médico y que tiene esposa, tres hijos y una cotorra que se llama Ricky. También me dice que ya peina canas. Yo le contesto que estoy exactamente igual que entonces, puede que incluso algo más estilizado. El problema es que hay unas cuantas fotos mías en la red, así que dudo que se lo haya tragado.
Qué previsibles resultamos los seres humanos. Contamos con una tecnología con la que no podíamos soñar hasta hace pocos años, una auténtica tecnología del futuro, y la usamos sobre todo para bucear en nuestro pasado. The Matrix has you. Cuídense.
Aparecido en La Tribuna de Albacete el 29/5/2009
1 comentario:
¿Sabes qué?; pues que ellos se pierden el gozo de tus artículos. Bueno..., la putada es que nosotros, tus lectores, también.
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