La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 26 de octubre de 2008

Religión


Conforme vamos madurando (o envejeciendo, llamemos a las cosas por su nombre) a menudo nos vemos en la tesitura de revisar opiniones que durante la juventud pensamos construidas a prueba de tsunamis, pero que el tiempo nos revela tan frágiles como el resto de los asuntos humanos. Me ha ocurrido ya en muchas ocasiones, con una frecuencia que crece al mismo ritmo que prosperan las cifras en mi báscula de baño, o que mi frente y mi coronilla se aproximan de forma inexorable. Me ocurrió con especial contundencia hace unos diez años, cuando mi hijo iba a empezar a ir al colegio y me encontré con que no me dejaban matricularlo en el centro público que tengo justo al lado de mi casa. No llegué a entender (sigo sin hacerlo) qué criterios pueden pesar más que el hecho de que el niño viva en la cercanía del colegio al que sus padres quieren apuntarlo. Pero aquel mal trago me brindó una útil lección. Hasta ese momento yo había sido un acérrimo defensor de la enseñanza pública, y un crítico no menos acérrimo de la concertada, en especial de los centros confesionales que se nutren de fondos públicos. Cuando a mi peque de tres años le cerraron en las narices la puerta de la escuela pública, esta creencia empezó a tambalearse, para caer por completo cuando decidí matricularlo en un centro concertado muy cercano al instituto donde trabajo.

De modo que el rojete de antaño acabó matriculando a su hijo en un colegio de curas. Pero uno se hace mayor y, junto con los pequeños achaques de la mediana edad, aprende a asumir sus contradicciones. Dejemos que mi «yo» de 20 años ponga el grito en el cielo. Lo que de verdad importa es que mi hijo esté recibiendo una educación de calidad, hecho que cada día me reconcilia con la decisión que tomé en su momento. Observo también que los curas que ahora dirigen el colegio se parecen muy poco a los de antaño, del mismo modo que yo como profesor me parezco muy poco (o eso quiero pensar) a ciertos tiranos de bata blanca que me tocó sufrir en mis años mozos. En ellos he encontrado una genuina vocación docente, junto con una forma de entender la enseñanza mucho más cercana a la mía que la de cierto individuo que abunda ahora en día en la escuela pública, ese pedagogo de salón que no es sino un enemigo jurado de la tiza. Por último, está el detalle de que mi hijo estudie religión, siendo yo un agnóstico covencido. Otra contradicción que es necesario asumir. Pero la realidad es que la religión forma parte de la naturaleza del colegio que libremente elegí para mi hijo, y acepto que la estudie con el mismo respeto que trato de inculcarle a él.

Una cuestión muy distinta es lo que está ocurriendo con la asignatura de religión en los centros públicos. Tal vez el problema sea que los profesores llevamos demasiados años sufriendo gobiernos ineptos y leyes estúpidas, asistiendo desde la impotencia al fracaso de la escuela pública y comprobando cómo se esfuman nuestro prestigio y nuestra autoridad, mientras se nos relega a la condición de últimos monos del sistema educativo. Sin duda estamos curados de espanto, hasta el extremo de que casi nos parece natural que en los colegios públicos de un estado aconfesional se siga impartiendo la asignatura de religión católica, y que lo hagan profesores que, aunque pagados por la administración, son nombrados y cesados por el obispado correspondiente, a menudo empleando criterios de moralidad o de parentesco. Es llamativo que muchos de esos profesores estén también en las bolsas de trabajo de otras asignaturas, y que cada año se les otorgue el privilegio de renunciar a la plaza de su especialidad y elegir la de religión cuando así les conviene. Y ello sin merma alguna en sus derechos ni en su antigüedad en la lista de la que han desertado, a diferencia de lo que le ocurriría a cualquier otro profesor interino en circunstancias análogas. Rizando el rizo del absurdo, ¿cómo se puede concebir que hoy en día, en un centro público, la alternativa a la asignatura de religión sea que los alumnos que no la cursan «reciban la debida atención educativa», es decir, que no hagan absolutamente nada?

Magnífico el gol que los señores obispos les han marcado a los gobiernos socialistas, en virtud del cual aquellas familias que no desean que la religión forme parte del currículo escolar de sus hijos son castigadas a que los chicos pierdan el tiempo en horario lectivo, cuando hay tantas matemáticas, tanta lengua o tanto inglés por aprender. Un episodio más de esa historia de chantaje y sinsentidos que protagoniza la conferencia episcopal como punta de lanza de la derechona más carca, y que ha logrado someter a gobiernos supuestamente progresistas, pero con pocas ganas de complicarse la vida. En cuanto a nosotros, profesores, nos vemos obligados a permanecer durante una hora entera con un grupo de alumnos sin poder enseñarles nada de provecho. En otro tiempo esto se habría considerado humillante. Pero, ya digo, estamos curados de espanto. Menos mal que Barreda nos va a regalar un portátil para que se nos pase el berrinche.

Aparecido en La Tribuna de Albacete el 24/20/2008

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Eloy.

Observo con estupor tus reiteradas "bromas" sobre el portátil que la Junta va a proporcionar a todos los profesores de la región. ¡Qué rápido te adueñas de un recurso que ha sido pagado con el dinero de todos! ¡Que rápido haces de un bien público un bien privado¡

¿Se te ha ocurrido pensar que no es obligatorio aceptar ese portátil? ¿Se te ha ocurrido pensar que lo puedes devolver y reclamar otros recursos que consideres más convenientes a las necesidades de tus alumnos?

Buen día, Eloy.

La Ley de Murphy dijo...

Señor Anónimo, confunde usted la ironía con frivolidad. Le remito al artículo "Un portátil para el profe", que publiqué en febrero, y donde creo que glosé con bastante detalle y cierta seriedad mis opiniones sobre cómo la Junta emplea recursos que, en efecto, son de todos como elemento de propaganda. Convendría también preguntarse por qué que un portátil que en el mercado no llega a los 500 euros (y piénsese que se han comprado 28.500 equipos, por lo que el precio podría haber sido mucho más ventajoso) se ha adquirido por un precio de 700 euros. ¿Dónde está todo ese dinero? ¿Quién se ha lucrado con esta operación? La situación es análoga a la de la instalación de las aula Althia en los centros, un recurso carísimo pero muy vistoso que en dos años se quedó obsoleto, y que se ha convertido en una pesadilla técnica que en la mayoría de los centros ni siquiera sigue en funcionamiento. ¿No habría sido mucho mejor dar medios para que se montaran aulas de informática convencionales que los colegios pudieran mantener y modernizar. Sin embargo, para los políticos parece mucho más interesante engordar las cuentas de El Corte Inglés que responder a las necesidades de alumnos y orofesores. En cuanto a aceptar el portátil o no, es ésta una cuestión privada que no considero de su incumbencia. Pero voy a dar satisfacción a su anónima curiosidad diciéndole que sí, que mi intención era no aceptar el portátil, puesto que éste además se entrega en un acto público, como cuando la señora marquesa repartía limosnas entre los campesinos de "Los santos inocentes". Finalmente he decidido aceptarlo al saber que a mi esposa se lo han negado por ser profesora interina y trabajar a tiempo parcial. Lo que mis alumnos necesitan, señor Anónimo, son más profesores, y ése es el recurso que desde los centro reclamamos año tras año, y año tras año nos damos de morros con la racanería de la administración, a la que, sin embargo, no le parece importarle gastar 20 millones de euros en un "recurso" que no va a ser de ninguna utilidad, dejando al margen su rentabilidad electoral. Dele usted recuerdos al señor Barreda y al resto de la pandilla.

La Ley de Murphy dijo...

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