La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 19 de agosto de 2017

Fantasmas


Este Albacete semidesierto y cerrado por vacaciones recuerda mucho a Comala, la ciudad fantasmal de Pedro Páramo. Para redondear el parecido, tan solo faltan los perros famélicos y los coyotes merodeando por las calles, y quizás alguno de esos arbustos que el viento del desierto arrastra por los caminos. Los que sí están presenten son los imprescindibles enterradores, trabajando a destajo para cavar las zanjas donde hallarán descanso los cuerpos de las almas en pena de los que hemos quedado atrás. Todo esto baña la ciudad de una belleza melancólica, acentuada por los atardeceres interminables de agosto, algunos días también por el perfume de la lluvia tras el chaparrón veraniego. Se queja un amigo de Facebook, sin embargo, de que vivimos en una ciudad muy fea. En términos objetivos, seguramente tiene razón. A todos nos gustaría disfrutar de algo parecido a un casco antiguo. Querríamos pasear entre muros de piedra, en lugar de entre ladrillos y cemento. Nos conformaríamos incluso con que los últimos ayuntamientos franquistas, allá a finales de los 70, no hubieran consentido la destrucción de muchos bellos edificios en la calle Ancha, que fue nuestra pequeña Gran Vía, y de la que no queda sino un pálido reflejo de su modesta majestuosidad de antaño. Pero a veces los tópicos aciertan, también con respecto a la belleza, que no reside en las cosas ni en los lugares, sino en los ojos de quienes observan. Y en estos días de canícula, atardeceres y tormentas no queda más remedio que amar esta ciudad tan fea como acogedora. Esta ciudad adormecida y desierta, apenas un cadáver secándose bajo el sol. Esta ciudad que a buen seguro añoraremos dentro de unas semanas, cuando el otoño nos retorne a esa vida estridente y tediosa que llamamos realidad.           

Publicado en La Tribuna de Albacete el 18/8/2017

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