La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 12 de agosto de 2017

Turismofobia


El odio al turista siempre ha existido. Hace veintitantos siglos, cuando los griegos veían a algún extranjero paseándose por su polis, lo denostaban y lo llamaban bárbaro (bar-bar era la onomatopeya que usaban para mofarse de las lenguas que no comprendían). Los vecinos de la Zona seguramente odien con toda su alma a los jóvenes turistas de otros barrios que perturban su paz y su descanso nocturno. Por no hablar de los grupos de las despedidas de soltero. El odio al turista no es sino una manifestación más del miedo a lo diferente. Ni siquiera existe solidaridad entre los propios turistas, que se odian y desprecian mutuamente cuando se ven obligados a guardar largas colas para visitar un monumento o a esperar turno en el comedor del hotel. Cuando somos turistas, nos convertimos en criaturas repletas de odio. Un compacto grupo de japoneses nos bloquea el paso en El Prado y nuestra respuesta no es otra que el odio. Un norteamericano se nos cuela en el selfi que nos estamos tomando en la Fontana de Trevi y se convierte en el objeto de nuestra ira. ¿Cómo no odiar a la familia numerosa que acaba de plantar su sombrilla a un metro escaso de nuestra toalla? Las acciones violentas de Arran son únicamente la exacerbación de un sentimiento compartido. A los vecinos de Barcelona que sufren los apartamentos turísticos los consume la rabia y la impotencia. Magaluf es un polvorín que cualquier día se convertirá en un nuevo Puerto Hurraco. Me imagino que los primeros homo sapiens odiaban a los neandertales, y viceversa. Que yo sepa, solamente existe un país que haya encontrado una solución eficaz para este problema. Se trata de Corea del Norte, pero dudo que sea un modelo digno de imitar.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 12/8/2017

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