La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 29 de noviembre de 2013

El regreso de Monty Python


El grupo de humoristas británicos Monty Python ha anunciado su regreso para el próximo verano, una única actuación que tendrá lugar en el O2 Arena de Londres. Las 20.000 entradas que salieron a la venta se agotaron en 43 segundos, lo que constituye un acontecimiento sin precedentes que solo el imperio de internet puede explicar. Lo que yo me pregunto es si los viejos Python, famosos por reírse de todo y de todos, serán capaces también de reírse de sí mismos y de este éxito masivo con el que se encuentran treinta años después de lo que se anunció como su separación definitiva, una cita a la que, por desgracia, no todos ellos van a poder acudir. Faltará Graham Chapman, el inolvidable Brian de la película, que murió en 1989. Su funeral fue precisamente una de las últimas ocasiones en las que sus cinco compañeros aparecieron juntos en público. El elogio fúnebre corrió a cargo de John Cleese, que aprovechó para parodiar el famoso sketch del loro muerto, del que él y Chapman eran coautores: «Graham ha dejado de existir. Descansa en paz, desprovisto de vida. Quiero decir que ha estirado la pata. Vamos, que la ha diñado, que se ha ido a criar malvas.» A continuación, advirtió a los concurrentes que no esperaran de él un elogio fúnebre al uso. «¡Tonterías! ¡Buen viaje tenga el muy capullo y ojalá se fría en el infierno! ¿Que por qué digo esto? Porque él nunca me perdonaría que yo desperdiciara esta gloriosa oportunidad de escandalizar a todos ustedes».
Escandalizar era precisamente la clave del humor de los Python, pero no porque sí, sino convirtiendo la comedia en una bofetada en el rostro de la conservadora y bienpensante sociedad británica. En uno de los episodios de la mítica serie Monty Python Flying Circus, todos los sketches terminan con un tipo vestido de armadura que se acerca al protagonista del chiste y le golpea la cabeza con un pollo de goma. Otras veces usan una maza y hasta una pesa de diez toneladas. No hay chiste final ni frase ingeniosa. La parodia de los Python actúa con la contundencia de un mazazo en la cabeza, nos sacude la conciencia, nos hace ver el mundo como una farsa absurda y nos enseña que no merece la pena amargarse la vida por nada, porque nada tiene mucho sentido. Always look on the bright side of life, cantaban los crucificados al final de La vida de Brian, la misma canción que cantaron los asistentes al oficio fúnebre del funeral de Chapman. «Mira siempre el lado luminoso de la vida». Crítica corrosiva, sí, y contra todo lo que se movía a su alrededor. Pero también toneladas de talento, de gracia y de ingenio. Un coro atronador de carcajadas cuyo eco no se ha extinguido todavía. Y un mensaje que no solo no ha perdido vigencia, sino que cada día tiene más actualidad: «La vida es una mierdecilla, si te paras a pensarlo. La vida es un chiste y la muerte no es más que una broma. Ya ves que todo es un show, así que no dejes de reírte por el camino. Y no olvides que tú serás el que ría el último».
Todavía no sabemos en qué consistirá el espectáculo que Monty Python nos van a regalar en este regreso momentáneo. No se lo perdonaríamos si no nos encontráramos con algunos de sus personajes de siempre, a los que algunos hemos llegado a apreciar como a ese pariente un poco chiflado que nos visita de vez en cuando y nos alegra el día con sus chistes y excentricidades: el barbero psicópata que estudia un esquema del torrente circulatorio antes de afeitar a su cliente, y cuya vocación secreta es la de ser leñador en Canadá y ejercer de travesti por las noches, el tipo que acaba de comprar un loro y descubre que se lo han vendido fiambre, el papa del Renacimiento ha encargado a Miguel Ángel un cuadro de la Última Cena y se queja porque el pintor ha decidido incluir en la escena a 48 apóstoles y tres Jesucristos (los dos flacos equilibran al gordo), además de un canguro que asoma por el fondo. Por favor, que no se olviden de aquel individuo que pagaba por tener una discusión ni del que solicitaba una subvención estatal porque había inventado una manera rara de andar. Y tampoco de los cuatro hombres de Yorkshire, que fumaban puros y bebían brandy mientras competían por ver quién había pasado más penurias en su infancia: «Pues a mí me obligaban a levantarme a las diez de la noche, media hora antes de irme a la cama. Desayunaba una taza de ácido sulfúrico, trabajaba veintinueve horas al día y encima tenía que pagarle al dueño de la fábrica para que me permitiera ir a trabajar».

John Cleese, Eric Idle, Terry Jones, Michael Palin, Terry Gillian. Queridos, entrañables, ancianos Monty Python. Los más salvajes y canallas, los más divertidos, los mejores. No sé exactamente por qué volvéis. Quizás sea por dinero, o por aburrimiento, o para reíros de nuevo de todos nosotros. Lo único que sé es que el mundo os necesita más que nunca. Y que siempre tendréis el privilegio de ser los últimos que rían y, por tanto, los que rían mejor.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/11/2013

No hay comentarios: