La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 3 de octubre de 2016

Tabaco y senectud


El miércoles bajé a comprar tabaco. Sí, he vuelto a fumar este verano. A principios de julio era un cigarrillo gorroneado de vez en cuando. Ahora son en torno a veinte. Pero no era de eso de lo que quería hablar. El caso es que el miércoles pasado bajé al estanco a comprar tabaco. Ya en el interior del establecimiento, salió a mi encuentro una joven bastante guapa que me preguntó: «¿Fuma usted?» En un primer momento no supe qué contestar. ¿Cómo negarlo para, acto seguido, comprar un paquete de cigarrillos? De modo que compuse mi expresión más compungida y confesé que sí, que fumaba desde hacía unas semanas, pero que estaba a punto de dejarlo de nuevo. «Este mismo fin de semana dejo de fumar —le dije—. Ya ves, quince años sin fumar y ahora caigo en el vicio otra vez. Qué tontería, ¿verdad?» La chica se quedó en suspenso unos segundos. Luego me preguntó: «¿Qué fuma usted?» Mi expresión de bochorno se acentuó cuando respondí que fumaba Winston, pero ella siguió a lo suyo: «Le propongo que pruebe el nuevo Marlboro, tan bueno como su Winston pero más barato». «No, no —repliqué alarmado—, si ya te digo que voy a dejarlo este fin de semana. El mismo sábado. Es que es malísimo para la salud». Ella me dedicó un gesto de «¿Y a mí qué me está contando este tío?» Y se volvió para abordar a un cliente que acababa de entrar. Y en ese momento se hizo la luz en mi mente. Comprendí que hacerse viejo consiste en contarle a la gente joven cosas que no les importan un pimiento. De hecho, estoy deseando que el ayuntamiento abra más zanjas para acercarme a contemplar cómo trabajan los obreros.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 30/9/2016

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