La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 10 de diciembre de 2017

Perros


Los perros llevan tanto tiempo conviviendo con nosotros que han acabado por adquirir características humanas. Cualquiera que tenga un perrito en casa sabe bien lo mucho que les gustan nuestros alimentos, aunque los suyos se vendan al precio del marisco en Navidad. Cuando nos sentamos a comer, mi pequeño bichón maltés ocupa solemnemente una silla, coloca ambas patitas sobre la mesa y aguarda a que algún miembro de la familia le dé un macarrón o un trozo de filete. Hemos intentado impedírselo, pero el aire de desolación y tristeza del animalito es tan grande que al final siempre consentimos. En estos momentos, mientras yo tecleo en el salón, él ha ocupado mi lugar en la cama, que prefiere con mucho al cómodo sofá donde se le permite dormir. Este proceso de humanización es tan notorio como irreversible, de modo que he decidido no tratar de detenerlo, sino colaborar, en la medida de mis conocimientos, a que se complete. Los perros carecen de cuerdas vocales, por lo que sería ocioso tratar de enseñarle a mantener una conversación. Pero tienen sus propios medios de expresarse (el ladrido, el gruñido, los movimientos de la cola, la posición del cuerpo) y de ellos me valgo para intercambiar impresiones con este peluche de tres kilos y medio. Le he enseñado a formular opiniones sobre la política nacional. Él y yo mantenemos puntos de vista afines, por lo que no ha sido difícil. Cuando le pregunto sobre Mariano Rajoy, el perrito gruñe. Cuando le pregunto sobre el ministro Montoro, gruñe y enseña los dientes. Si el asunto es el proceso independentista catalán, ladra y pone los ojos en blanco, como un lunático. Sí, sin duda cada día nos parecemos más. Solo espero que el proceso de adiestramiento no sea mutuo, pues no quedaría muy decoroso que yo me dedicara a marcar con pis las calles alrededor de mi domicilio.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 8/12/2017

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