La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

viernes, 11 de diciembre de 2015

Memoria


Tras presenciar el debate del lunes pasado (el denominado «debate decisivo», válgame Dios), comprendí que el ejercicio del voto se ha convertido en una profesión de fe. El problema es cuando uno ya ha perdido casi todas las fes que profesaba, entre ellas la que depositaba en los partidos políticos y en esa raza de bon vivants (o aspirantes a serlo) que nutre sus listas electorales. Ni que decir tiene que apenas creí una palabra de las que pronunciaron los cuatro participantes, y en esto no hago distingos ideológicos. Mis reacciones oscilaron entre la incredulidad y la indignación, entre la carcajada y el exabrupto, entre el «eso me suena» y el «no me lo creo». Me fui a la cama tarde y cabreado, y decidido a cambiar mi voto por un almax forte y un somnífero suave. Por fortuna, a la mañana siguiente me noté más sereno y relajado, pues recordé que en la vida hay decisiones mucho más trascendentales que la de qué votar en unas elecciones generales. Aunque tiene su importancia, qué demonios, al menos si uno se considera un poco responsable y tiene algo de memoria. Y conserva, además, la pizca de dignidad necesaria para negarse a que lo pisoteen quienes ya lo han hecho antes. Creo que fue Borges quien dijo que la democracia no es más que un abuso de la estadística, lo que siempre me ha hecho gracia a pesar de lo reaccionario de la frase. De lo que no me cabe duda es de que la democracia, al menos en período electoral, es un abuso de la paciencia del ciudadano. De modo que fortalezcan su paciencia. Y, por favor, antes de ir a votar, ejerzan el noble arte de la memoria.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 11/12/2015

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