La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 3 de diciembre de 2012

Leyendas urbanas



Cada año, a finales de agosto, se nos cuenta que las circunstancias astronómicas nos permitirán ver el planeta Marte del mismo tamaño que la Luna. Por fortuna, esto es completamente falso. No hace falta tener conocimientos avanzados de física o de astronomía para imaginarse la catástrofe gravitatoria que se desencadenaría si fuera verdad. Lo llamativo es que, año tras año, se vuelva a repetir el mismo cuento y que siempre haya gente dispuesta a creérselo. Yo diría que se trata de una cuestión de fe. El hombre no solo necesita creer, sino que necesita creer más de la cuenta. No falta el inevitable antropólogo que interpreta este hecho como un mecanismo de supervivencia. Supongamos que un padre del neolítico le dice a su hijo: «Nene, no juegues con serpientes, que es peligroso», mientras que el padre de la choza de al lado, algo menos moderno, le dice al suyo: «Nene, si juegas con serpientes vendrá el hombre del saco y te llevará». ¿Cuál de los dos niños piensan que tendrá menos posibilidades de morir por culpa de una picadura de serpiente? Hoy en día, además, contamos con un cauce excepcional para la propagación del mito y la superchería. Sin internet, muchas falsas creencias que han alcanzado rango global se quedarían en bromas o en chismes de barrio. Curiosamente, internet es también la mejor fuente para encontrar explicaciones racionales y evidencias que refutan las tonterías que la propia red se encarga de difundir. Veamos algunos ejemplos.
¿Cuántas veces hemos oído que la muralla china es la única construcción humana que es observable desde la Luna a simple vista? Pues bien, vayamos a Google Earth y echemos un vistazo. Resulta que a un altitud de tan solo 300 km. (aproximadamente la mitad de la altura a la que orbita el satélite de Google) la muralla china es por completo invisible. Menudo chasco. Por continuar con el tema de la Luna (fuente inagotable de leyendas antiguas y modernas), ¿quién no ha oído hablar de esa teoría conspirativa según la cual los alunizajes de la NASA no fueron otra cosa que montajes urdidos en un estudio cinematográfico. Incluso existe un documental francés titulado Opération Lune que atribuye las imágenes de los astronautas al cineasta Stanley Kubrick, e incluye la confesión de Henry Kissinger y otros estadistas del momento. Solo al final de la película se nos revela que se trata de una broma. Mientras tanto, mucha gente se habrá dejado convencer de que lo de las misiones Apolo fue un camelo. Y quien no se haya molestado en ver el final del documental, probablemente lo seguirá creyendo toda su vida.
Existe la creencia arraigada de que el cuerpo de Walt Disney fue congelado en espera de un avance médico que permitiera resucitarlo, lo que resulta mucho más interesante que hacer una sencilla comprobación y descubrir que sus cenizas reposan en un cementerio de Los Ángeles. Basta con mirarlo en la web www.findagrave.com («encuentra una tumba»), donde de paso descubriremos que aquello de que Groucho Marx se despidió con una broma final («perdonen que no me levante») no es más que otra monserga. Ni siquiera hay un epitafio sobre su placa. Tan solo su nombre, las fechas de nacimiento y de defunción y una estrella de David.
Necesitamos creer. El mito de que las alcantarillas de Nueva York ocultan una raza de cocodrilos que se alimentan de detritus encierra una dosis muy saludable de misterio y romance. Incluso la creencia, mucho más humilde, de que una cucharilla de café impide que se escape el gas del champán entraña cierta fe en un mundo mejor, un mundo en el que las leyes físicas se someten a la voluntad humana. Hace unos años, desde las páginas de este diario, inventé una historia de fantasmas cuyo escenario era el mismo instituto donde trabajo. Más tarde ciertos investigadores de lo paranormal le dieron carta de naturaleza reproduciéndola en un libro. Ahora mis alumnos quieren venir al instituto de noche para realizar psicofonías y encontrar pruebas de la existencia de esos espectros. ¿Y qué mal hay en ello? Al menos ahora los chicos han encontrado un aliciente para venir al instituto.
Aparecido en La Tribuna de Albacete el 3/12/2012

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