La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

lunes, 1 de octubre de 2012

Diseño inteligente



Tengo observado que la mayoría de las noticias tontas y estrambóticas nos llegan desde los Estados Unidos. No sé si aquella nación (tan admirable por otro lado) es especialmente proclive a la tontería o si el problema es, más bien, la magnitud de aquel país y la fuerza de sus mass media. La cuestión es que cualquier sandez que en otro sitio pasaría desapercibida allí adquiere de inmediato el rango de noticia internacional, como si resultase amplificada por una descomunal caja de resonancia. Un ejemplo es esa doctrina denominada «creacionismo», que refuta a Darwin en virtud de supuestos hallazgos incontrovertibles, por ejemplo las huellas de un dinosaurio y de un ser humano en el mismo estrato geológico, lo que viene a tener tanto rigor científico como un episodio de Los Picapiedra.  Un desarrollo algo menos cateto de esta doctrina es el denominado «diseño inteligente», según el cual la complejidad y la perfecta arquitectura del universo excluye el azar y demuestra la existencia de una voluntad superior, un plan divino. Tomemos, por ejemplo, la perfección del ojo humano, en el que no se observa redundancia alguna, en el que la alteración de cualquiera de las partes destruye la funcionalidad del conjunto. Sin negar la existencia de la evolución, el diseño inteligente propugna la necesidad de un Gran Ingeniero que ordene y dé sentido el proceso, más allá del ciego azar que representa la selección natural.
Para la inmensa mayoría de los investigadores serios, esto no es más que cháchara pseudocientífica. Por cada ejemplo de diseño funcional, cualquier médico o biólogo podría ofrecer diez contraejemplos mucho más concluyentes, y eso sin necesidad de abandonar el ámbito del cuerpo humano: el apéndice, un órgano vestigial y sin función conocida, salvo la de poner en peligro nuestra salud cuando menos lo esperamos, los errores y albures en la transmisión de nuestro código genético, que tantas enfermedades y malformaciones provocan, la imperfección de nuestra estructura ósea y las dolencias asociadas a nuestra posición erguida, o incluso un defecto de diseño tan elemental como el hecho de que, en las hembras humanas, el aparato reproductor y el aparato excretor se encuentren a apenas cuatro centímetros de distancia (calculado a ojo, no he usado regla), lo que supone un riesgo de infección grande y permanente.
Sin necesidad de ser biólogo, a mí también se me ocurren varias mejoras sencillas que harían nuestra vida mucho más fácil y placentera, mejoras en las que el Gran Ingeniero no parece haber reparado. Sería estupendo, por ejemplo, que pudiéramos desconectar nuestros sentidos a voluntad, igual que desconectamos un micrófono o una cámara de vídeo. La cantidad de olores nauseabundos, de imágenes desagradables y de molestias que nos ahorraríamos de ese modo. Cualquier profesor sueña con poder desconectar su sentido del oído de vez en cuando, en tanto que ello supondría una fuente inagotable de paz y de bienestar. Yo, en concreto, podría volver a dormir la siesta, lo que me resulta imposible desde que las hijas de mis vecinos han elegido esa franja horaria para escuchar insoportables éxitos latinos a todo volumen (maldito error, maldita luna, que me desangra y me tortura).
Aunque, bien mirado, casi prefiero conservar este defecto de diseño y no ser capaz de desconectar mis sentidos a capricho. Tal y como están las cosas, la tentación sería demasiado grande, y me pasaría el día sin querer ver ni oír nada, y de ese modo no tendría nada que decir, como los tres monos de la tradición japonesa que tantas veces hemos visto reproducidos en ilustraciones y figuras. Así nos querrían ver nuestros gobernantes, como los monitos de marras, incapaces de ver ni oír, y perfectamente silenciosos ante tanto desmán, tanta injusticia y tanta manipulación. Por suerte, no parece que eso vaya a ocurrir, toda vez que estamos condenados a observar, a escuchar y a extraer conclusiones, y cada vez menos dispuestos a sufrir en silencio.
Por una vez el diseño inteligente no me parece una completa estupidez, miren por dónde.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 1/10/2012

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