La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

sábado, 13 de octubre de 2018

El pequeño Nicolás



A principios de curso muchos profesores solemos experimentar un severo arrebato pedagógico y nos da por elaborar nuevos materiales para nuestros alumnos. Me refiero a materiales modernos, con un alto contenido “lúdico”, de los que fomentan la participación de los discentes, integran “destrezas” y responden escrupulosamente a los “estándares” del “currículo educativo”. Lo normal es que con los años a uno se le pasen estas veleidades. Sin embargo, la nueva pedagogía es un veneno de acción lenta, pero persistente, y a poco que te descuides te encuentras plantado delante del ordenador pensando en la forma de entretener a los chicos, de hacerles la estancia en clase más grata y, de paso, de buscar modos de que aprendan sin dolor (prodesse et delectare, como decía Horacio). La mayoría de estos materiales elaborados con tanto esfuerzo suelen terminar en la papelera de reciclaje, pues la realidad de las aulas siempre acaba por imponer su tiranía, y los gestos de aburrimiento y fastidio de los chicos son tan elocuentes que difícilmente se pueden pasar por alto. Ya me advirtió sobre esto una antigua compañera, profesora de francés ya jubilada, quien un año decidió aparcar la conjugación del verbo avoir y leer con sus alumnos los libros del Pequeño Nicolás (y no me refiero a ese caradura que aparecía tanto por televisión, sino al entrañable personaje de René Goscinny). Cierto día, se disponía mi compañera a entrar en clase con una pila de libros de Le Petit Nicolas bajo el brazo, cuando oyó murmurar a uno de los alumnos: “Ya está aquí otra vez la petarda esta con el Pequeño Nicolás de los cojones”. Ahí acabó su arrebato pedagógico. Al día siguiente, atracón del verbo avoir para todos. Lo bueno de estos sarpullidos es que antes o después se acaban curando. Menos en los casos de quienes han convertido la tontería en su forma de vida.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 28/9/2018

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